Amable, atento, dilecto, discreto y selecto lector:
Como todo “letraherido” que se precie (de serlo), supongo, el menda lerenda también ha agavillado sus párrafos (estrofas, en este affaire) y trenzado y urdido sus renglones (versos, en este caso) en torno al asunto hodierno, simiesco, aglutinándolos bajo el título de “Cantar de mío simio”, sí; pero, considerando, en frío, imparcialmente, que le había salido un poema excesivamente irreverente, salaz y soez, ha juzgado oportuno guardarlo bajo llave y mantenerlo inédito.
Ha preferido que usted leyera lo que “Otramotro” ha logrado tramar a propósito de otro animal del zoo (ilógico), la progenitora de Silvestre Stallone, astróloga y rumpóloga (quiero decir, nalgóloga), o sea, vidente que averigua el futuro consultando a canes (hay que ser cínica) y “leyendo” las líneas y el canalillo o la rabadilla que conforman los glúteos, o sea, allí donde la espalda pierde su casto nombre.
Por cien euros de nada, una bagatela, la madre de “Rambo” te concede el placer extasiante de sentirte estafado por una celebridad (o, en su defecto, por su mismísima progenitora).
Desde que el menda lerenda leyera, in illo témpore, “El rey Lear”, de William Shakespeare, en concreto, parte de un parlamento que el genio de Stratford-upon-Avon puso en boca de uno de los personajes de la obra, Edmond (“He aquí la excelente estupidez del mundo; que cuando nos hallamos a mal con la Fortuna, lo cual acontece con frecuencia, por nuestra propia falta, hacemos culpables de nuestras desgracias al Sol, a la Luna y a las estrellas –y ahora, también, al propio antifonario, añade “Otramotro”-; como si fuésemos villanos por necesidad; locos por compulsión celeste; pícaros, ladrones y traidores por el predominio de las esferas; beodos, embusteros y adúlteros por la obediencia forzosa al influjo planetario; y como si siempre que somos malvados fuese por empeño de la voluntad divina. Admirable subterfugio del hombre putañero, cargar a cuenta de un astro su caprina condición”), no cree en nada, en ninguna de las zarandajas que sueltan por sus muis quienes constituyen esa caterva de “sacaperras”.
Ángel Sáez García
Como todo “letraherido” que se precie (de serlo), supongo, el menda lerenda también ha agavillado sus párrafos (estrofas, en este affaire) y trenzado y urdido sus renglones (versos, en este caso) en torno al asunto hodierno, simiesco, aglutinándolos bajo el título de “Cantar de mío simio”, sí; pero, considerando, en frío, imparcialmente, que le había salido un poema excesivamente irreverente, salaz y soez, ha juzgado oportuno guardarlo bajo llave y mantenerlo inédito.
Ha preferido que usted leyera lo que “Otramotro” ha logrado tramar a propósito de otro animal del zoo (ilógico), la progenitora de Silvestre Stallone, astróloga y rumpóloga (quiero decir, nalgóloga), o sea, vidente que averigua el futuro consultando a canes (hay que ser cínica) y “leyendo” las líneas y el canalillo o la rabadilla que conforman los glúteos, o sea, allí donde la espalda pierde su casto nombre.
Por cien euros de nada, una bagatela, la madre de “Rambo” te concede el placer extasiante de sentirte estafado por una celebridad (o, en su defecto, por su mismísima progenitora).
Desde que el menda lerenda leyera, in illo témpore, “El rey Lear”, de William Shakespeare, en concreto, parte de un parlamento que el genio de Stratford-upon-Avon puso en boca de uno de los personajes de la obra, Edmond (“He aquí la excelente estupidez del mundo; que cuando nos hallamos a mal con la Fortuna, lo cual acontece con frecuencia, por nuestra propia falta, hacemos culpables de nuestras desgracias al Sol, a la Luna y a las estrellas –y ahora, también, al propio antifonario, añade “Otramotro”-; como si fuésemos villanos por necesidad; locos por compulsión celeste; pícaros, ladrones y traidores por el predominio de las esferas; beodos, embusteros y adúlteros por la obediencia forzosa al influjo planetario; y como si siempre que somos malvados fuese por empeño de la voluntad divina. Admirable subterfugio del hombre putañero, cargar a cuenta de un astro su caprina condición”), no cree en nada, en ninguna de las zarandajas que sueltan por sus muis quienes constituyen esa caterva de “sacaperras”.
Ángel Sáez García