El separatismo es fomentado desde los gobiernos regionales y desde los grandes partidos españoles. Parece una acusación atrevida y excesiva, pero es la pura verdad. Además de pactar con nacionalistas catalanes y vascos, de permitirles crecer, desarrollar todo tipo de abusos y de regarlos con dinero abundante, los grandes partidos han estimulado el independentismo cultural, lingüístico y educativo en toda España.
Fue el PP el que impulsó una política catalanista en Valencia, una comunidad con idioma propio, más antiguo que el catalán, que nunca fue indepedentista, pero en cuyas escuelas hoy se estudia catalán y en las comarcas donde siempre se habló español se obliga a estudiar en catalán. Y eso lo impulsó el PP, el partido que presume de españolismo.
En Galicia, una tierra gobernada tradicionalmente por el PP, ocurre lo mismo que en Valencia: se impone el idioma gallego a una parte importante de la población (más de la mitad) que nunca lo hablaba. Quien impulsa esa política galleguista, a través del idioma, la cultura y un conjunto de leyes que conducen hacia el incremento constante de la autonomía y el recelo hacia otros pueblos, camino seguro hacia la futuro segregación, es el presidente Feijoo, un político del PP que aspira nada menos que a suceder a Rajoy como presidente del partido.
La siembra de separatismo se realiza también en Baleares, otro territorio tradicionalmente gobernado por el PP, muchas de cuyas escuelas se parecen cada día más a las catalanas por su interés en adoctrinar e inspirar las diferencias, la separación y la independencia.
Pero no termina ahí el rosario de calamidades estimuladas por unos partidos políticos españoles que parecen haber perdido la cabeza y toda la sensatez. Las diferencias, la insolidaridad y el independentismo son estimulados también, desde el poder político, en regiones que siempre fueron genuinamente españolas y en las que nunca brotó ni una sola hoja separatista.
Hasta en Andalucía, alma del tipismo y de la estética de España, crece el fenómeno independentista, aunque por ahora limitado a un club de descerebrados. Pero desde la política no se combate precisamente ese sentimiento diferenciador, que se percibe en algunos libros de textos y en los mensajes que se lanzan desde algunas escuelas públicas politizadas.
No es aventurado afirmar que debe existir una diabólica hoja de ruta, plagada de ingeniería social, que llevamos padeciendo cuatro décadas, impulsada por los dos grandes partidos políticos españoles, el PSOE y el PP, cuya meta está en una España descuartizada y con sus regiones independizadas.
¿Suena a conspiranoico? Si, es cierto, pero ahí están los datos para demostrar que ese movimiento hacia la segregación existe y que está alimentado desde el poder y desde unos medios de comunicación que jamás lo denuncian y que, en todo caso, alimentan las bondades y sueños de vivir separados.
Alguien, desde el corazón del poder, ha trazado un plan para que la Europa de las naciones perezca y sea sustituida por la Europa de las regiones, quizás porque se ha demostrado que las naciones son difíciles de gobernar y jamás ceden su soberanía. Ese poder oculto debe creer que una Europa fragmentada sería más dócil y maleable.
Ese rechazo de los burócratas a las naciones es claramente percibido en la Europa del Este, muy sensibilizada ante ese fenómeno por haber sufrido en carnes propias la tiranía centralizada del comunismo. Polonia habla ya de salir de la Unión Europea y la eurofobia crece en Hungría, República Checa y otros países del oriente europeo.
En mi opinión, la meta definitiva de esa ruta de la disgregación estimulada desde el poder es el soñado gobierno mundial único, una autoridad suprema que someta a todos, muy difícil de lograr con las actuales naciones soberanas, pero mucho más fácil de abordar si los interlocutores son regiones débiles y necesitadas de protección global.
Si se observan con detalle las líneas y constantes de la política, se descubre que todo se orienta a conseguir que la gente, dentro de medio siglo, sienta que no tiene nada en común con sus vecinos, que la separación es normal y que lo mejor es ser independientes.
¿Cual es la fórmula eficaz para luchar contra ese plan diabólico que nos empuja hacia un mundo disgregado, debilitado, de ciudadanos sometidos y gobernado por una élite mundial oculta e invisible?
Una vez más, la receta es "mas democracia". Si los ciudadanos descubren que la democracia no consiste en votar cada cuatro o cinco años, sino en vigilar y controlar a los gobernantes, desde la ciudadanía y las competencias que el sistema establece entre los poderes, la prensa libre, los ciudadanos, los partidos y, sobre todo, las leyes, entonces quizás puede frenarse esas tendencia y planes para seguir avanzando hacia las libertades ciudadanas, los derechos humanos y el verdadero progreso, que germina en la unión y cooperación, jamás en las rencillas, diferencias y odios que esparce el más asqueroso de los vicios políticos, que es el nacionalismo.
Francisco Rubiales
Fue el PP el que impulsó una política catalanista en Valencia, una comunidad con idioma propio, más antiguo que el catalán, que nunca fue indepedentista, pero en cuyas escuelas hoy se estudia catalán y en las comarcas donde siempre se habló español se obliga a estudiar en catalán. Y eso lo impulsó el PP, el partido que presume de españolismo.
En Galicia, una tierra gobernada tradicionalmente por el PP, ocurre lo mismo que en Valencia: se impone el idioma gallego a una parte importante de la población (más de la mitad) que nunca lo hablaba. Quien impulsa esa política galleguista, a través del idioma, la cultura y un conjunto de leyes que conducen hacia el incremento constante de la autonomía y el recelo hacia otros pueblos, camino seguro hacia la futuro segregación, es el presidente Feijoo, un político del PP que aspira nada menos que a suceder a Rajoy como presidente del partido.
La siembra de separatismo se realiza también en Baleares, otro territorio tradicionalmente gobernado por el PP, muchas de cuyas escuelas se parecen cada día más a las catalanas por su interés en adoctrinar e inspirar las diferencias, la separación y la independencia.
Pero no termina ahí el rosario de calamidades estimuladas por unos partidos políticos españoles que parecen haber perdido la cabeza y toda la sensatez. Las diferencias, la insolidaridad y el independentismo son estimulados también, desde el poder político, en regiones que siempre fueron genuinamente españolas y en las que nunca brotó ni una sola hoja separatista.
Hasta en Andalucía, alma del tipismo y de la estética de España, crece el fenómeno independentista, aunque por ahora limitado a un club de descerebrados. Pero desde la política no se combate precisamente ese sentimiento diferenciador, que se percibe en algunos libros de textos y en los mensajes que se lanzan desde algunas escuelas públicas politizadas.
No es aventurado afirmar que debe existir una diabólica hoja de ruta, plagada de ingeniería social, que llevamos padeciendo cuatro décadas, impulsada por los dos grandes partidos políticos españoles, el PSOE y el PP, cuya meta está en una España descuartizada y con sus regiones independizadas.
¿Suena a conspiranoico? Si, es cierto, pero ahí están los datos para demostrar que ese movimiento hacia la segregación existe y que está alimentado desde el poder y desde unos medios de comunicación que jamás lo denuncian y que, en todo caso, alimentan las bondades y sueños de vivir separados.
Alguien, desde el corazón del poder, ha trazado un plan para que la Europa de las naciones perezca y sea sustituida por la Europa de las regiones, quizás porque se ha demostrado que las naciones son difíciles de gobernar y jamás ceden su soberanía. Ese poder oculto debe creer que una Europa fragmentada sería más dócil y maleable.
Ese rechazo de los burócratas a las naciones es claramente percibido en la Europa del Este, muy sensibilizada ante ese fenómeno por haber sufrido en carnes propias la tiranía centralizada del comunismo. Polonia habla ya de salir de la Unión Europea y la eurofobia crece en Hungría, República Checa y otros países del oriente europeo.
En mi opinión, la meta definitiva de esa ruta de la disgregación estimulada desde el poder es el soñado gobierno mundial único, una autoridad suprema que someta a todos, muy difícil de lograr con las actuales naciones soberanas, pero mucho más fácil de abordar si los interlocutores son regiones débiles y necesitadas de protección global.
Si se observan con detalle las líneas y constantes de la política, se descubre que todo se orienta a conseguir que la gente, dentro de medio siglo, sienta que no tiene nada en común con sus vecinos, que la separación es normal y que lo mejor es ser independientes.
¿Cual es la fórmula eficaz para luchar contra ese plan diabólico que nos empuja hacia un mundo disgregado, debilitado, de ciudadanos sometidos y gobernado por una élite mundial oculta e invisible?
Una vez más, la receta es "mas democracia". Si los ciudadanos descubren que la democracia no consiste en votar cada cuatro o cinco años, sino en vigilar y controlar a los gobernantes, desde la ciudadanía y las competencias que el sistema establece entre los poderes, la prensa libre, los ciudadanos, los partidos y, sobre todo, las leyes, entonces quizás puede frenarse esas tendencia y planes para seguir avanzando hacia las libertades ciudadanas, los derechos humanos y el verdadero progreso, que germina en la unión y cooperación, jamás en las rencillas, diferencias y odios que esparce el más asqueroso de los vicios políticos, que es el nacionalismo.
Francisco Rubiales