Hugo Chávez, el amo de Venezuela, por fin ha descubierto sus cartas antidemocráticas: ha dicho que quiere tener un "partido único" y garantizarse la "reelección indefinida".
El del presidente venezolano es el sueño de buena parte de la izquierda mundial, que cada día se aleja más de la democracia, que sí cree en la necesidad de cambiar el mundo desde el poder del Estado y sueña con un partido invencible y con un poder que, si es posible, sea tan ilimitado como duradero.
Es cierto que existe otra izquierda que sí cree en la democracia, que cree posible cambiar la sociedad respetando las reglas del sistema parlamentario y compitiendo libremente ante las urnas, pero esa parte de la izquierda, desgraciadamente, está en retroceso en todo el mundo, mientras avanzan los hijos de la izquierda autoritaria, uno de cuyos ejemplares más vehementes es Chavez, pero donde también militan José Luis Rodríguez Zapatero, Fidel Castro, Evo Morales y los equipos que gobiernan en países como Irán, Siria, China, Vietnam y otros.
Hugo Chávez, que es el más indiscreto e incontinente miembro de la izquierda autoritaria, acaba de anunciar con descaro que promoverá el aglutinamiento de las fuerzas políticas oficialistas en un "único partido" a partir de 2007, fecha en que iniciaría un nuevo mandato en caso de salir reelegido en los comicios del próximo diciembre. Además pretende una reelección "indefinida".
Otros, como Fidel Castro, simplemente han tomado el poder por las armas y han ocupado el Estado con su partido único, como si se tratara de un objetivo militar. Otros, obligados por la fe democrática de los pueblos que gobiernan, no pueden hacer lo mismo, pero lo intentan por otros caminos. Es el caso de España, cuyo presidente, Zapatero, está empeñado en debilitar y aislar al Partido Popular, único partido con fuerza que se le opone, para garantizarse la reelección y el dominio político del PSOE por décadas.
La izquierda siempre ha estado dividida en dos bandos: la revolucionaria y la reformista. La primera, antidemocrática, es heredera del leninismo y sólo cree en la fuerza transformadora del poder, por lo que aspira, simplemente, a controlarlo por cualquier medio posible para, desde la cúspide, transformar el mundo. La reformista ha asumido la lección de la derrota comunista, que no es otra que la de la izquierda revolucionaria, esclerotizada en el poder de la Unión Soviética y abandonada por su pueblo, y cree en la democracia y en la alternancia como únicas garantías frente a la tentación totalitaria y la corrupción y como la mejor opción para transformar la sociedad.
En España se está desarrollando en la actualidad un experimento político de gran trascendencia, consistente en la utilización de las reglas de la democracia para neutralizar a todos los adversarios políticos y garantizarse así el dominio del Estado, sin necesidad de emplear la violencia revolucionaria. Zapatero cree en esa ruta, que ya se ha experimentado con éxito en Andalucía, la región más poblada de España, donde el Partido Socialista gana las elecciones siempre, desde la muerte del genral Franco, porque tanto la oposición política como la sociedad civil han sido debilitadas, desarticuladas y desmoralizadas desde un poder político abrumador, omnipresente y tan denso casi como lo era el Estado soviético en tiempo de Breznez.
El del presidente venezolano es el sueño de buena parte de la izquierda mundial, que cada día se aleja más de la democracia, que sí cree en la necesidad de cambiar el mundo desde el poder del Estado y sueña con un partido invencible y con un poder que, si es posible, sea tan ilimitado como duradero.
Es cierto que existe otra izquierda que sí cree en la democracia, que cree posible cambiar la sociedad respetando las reglas del sistema parlamentario y compitiendo libremente ante las urnas, pero esa parte de la izquierda, desgraciadamente, está en retroceso en todo el mundo, mientras avanzan los hijos de la izquierda autoritaria, uno de cuyos ejemplares más vehementes es Chavez, pero donde también militan José Luis Rodríguez Zapatero, Fidel Castro, Evo Morales y los equipos que gobiernan en países como Irán, Siria, China, Vietnam y otros.
Hugo Chávez, que es el más indiscreto e incontinente miembro de la izquierda autoritaria, acaba de anunciar con descaro que promoverá el aglutinamiento de las fuerzas políticas oficialistas en un "único partido" a partir de 2007, fecha en que iniciaría un nuevo mandato en caso de salir reelegido en los comicios del próximo diciembre. Además pretende una reelección "indefinida".
Otros, como Fidel Castro, simplemente han tomado el poder por las armas y han ocupado el Estado con su partido único, como si se tratara de un objetivo militar. Otros, obligados por la fe democrática de los pueblos que gobiernan, no pueden hacer lo mismo, pero lo intentan por otros caminos. Es el caso de España, cuyo presidente, Zapatero, está empeñado en debilitar y aislar al Partido Popular, único partido con fuerza que se le opone, para garantizarse la reelección y el dominio político del PSOE por décadas.
La izquierda siempre ha estado dividida en dos bandos: la revolucionaria y la reformista. La primera, antidemocrática, es heredera del leninismo y sólo cree en la fuerza transformadora del poder, por lo que aspira, simplemente, a controlarlo por cualquier medio posible para, desde la cúspide, transformar el mundo. La reformista ha asumido la lección de la derrota comunista, que no es otra que la de la izquierda revolucionaria, esclerotizada en el poder de la Unión Soviética y abandonada por su pueblo, y cree en la democracia y en la alternancia como únicas garantías frente a la tentación totalitaria y la corrupción y como la mejor opción para transformar la sociedad.
En España se está desarrollando en la actualidad un experimento político de gran trascendencia, consistente en la utilización de las reglas de la democracia para neutralizar a todos los adversarios políticos y garantizarse así el dominio del Estado, sin necesidad de emplear la violencia revolucionaria. Zapatero cree en esa ruta, que ya se ha experimentado con éxito en Andalucía, la región más poblada de España, donde el Partido Socialista gana las elecciones siempre, desde la muerte del genral Franco, porque tanto la oposición política como la sociedad civil han sido debilitadas, desarticuladas y desmoralizadas desde un poder político abrumador, omnipresente y tan denso casi como lo era el Estado soviético en tiempo de Breznez.