Los españoles tienen que gritar pronto a los políticos ¡Basta!
Pocos se atreven a proclamar la verdad grandiosa de que la rebeldía y la lucha contra la injusticia son la máxima expresión de la grandeza humana. La necesidad de lograr un mundo mejor que el que nos han impuesto y reconocer que muchos de los políticos que hoy gobiernan son auténticos enfermos mentales, necesitados urgentemente de tratamiento psiquiátrico, son las dos premisas básicas que justifican y empujan al ciudadano a ser rebeldes. Un pueblo sumiso, tolerante con el mal, cobarde y sin rebeldía está condenado a la esclavitud. Una democracia donde a los políticos no se les exijan valores que garanticen que son gente preparada y decente es un suicidio incomprensible. La pieza clave de la democracia es imponer exigencias y controles a los políticos, que deben ser examinados psíquica y moralmente y vigilados por comités y mecanismos infalibles para que no causen estragos.
Nadie entiende que se exijan expedientes limpios, formación y valores a muchos profesionales y a los políticos no se les exija nada, salvo someterse a sus líderes de partido. Tampoco se entiende que un ciclista tenga que someterse a controles antidrogas y anti dopaje y que esos mismos controles no se les practiquen a los políticos ¿Acaso no es más peligroso un ministro drogado que un ciclista?
Si hay en el mundo un país que necesita rebeldía a chorros, ese es España. España necesita la rebeldía ciudadana mas que el aire que respira. Muchos creen que el mayor problema de la nación es su nefasta clase política, pero en realidad el gran drama de España es su escasez de auténticos ciudadanos y de gente capaz de rebelarse contra lo injusto y lo indecente. La cobardía de los millones de borregos españoles hace posible que el país sea mal gobernado y maltratado por una clase política que no merece reconocimiento, ni ser tratada como democrática.
Si España estuviera razonablemente poblada por rebeldes celosos de su libertad, no soportaríamos a miserables en el poder, que los que odian a España impongan su voluntad, ni la injusticia que nos rodea, ni el reparto desigual de los recursos públicos, ni el acoso a los disidentes, ni la inflación de enchufados y amigos del poder viviendo a costa del Estado, ni la inmensa cantidad de políticos, sus privilegios inmerecidos y descomunales y mil formas de corrupción que empobrecen y envilecen nuestra nación.
Hay miles de ejemplos que ilustran la inmensa cobardía española.
Estamos hartos de soportar a cobardes, quejicas y lloronas. Los demócratas y la gente decente de España se siente rodeada de cadáveres ambulantes y de alguna gente valiosa que se limita a lamentarse y a quejarse inútilmente, derramando lágrimas de cocodrilo, pero sin poner músculos y neuronas al servicio del bien. Hay cientos de miles de personas inquietas que sienten y critican los males de España, pero no somos lo bastante rebeldes, ni avanzamos con la fuerza que España demanda. Hay que aprender con urgencia a transformar la inquietud en fuerza, la indignación en protesta temible y las neuronas en dardos que derroten a la legión de los miserables y corruptos que tienen a España anegada y asfixiada en lodo pestilente.
Hay demasiados silencios cobardes e hirientes, como el de los que llaman democracia al sistema político español, a pesar de que no cumple ni una sola de las exigencias fundamentales de esa doctrina: ni separación de poderes, ni Justicia igual para todos, ni elecciones realmente libres, ni una sociedad civil fuerte que sirva de contrapeso al poder, ni defensa de los grandes valores, ni controles suficientes para el poder y los partidos políticos, ni democracia interna en el funcionamiento de los partidos, ni una prensa libre capaz de fiscalizar a los poderosos y un largo etcétera de carencias que hacen de España un territorio dominado por la corrupción, el abuso de poder y la caída de los valores.
La cobardía española es rotunda y vergonzosa al permitir que los políticos gobiernen sin tener en cuenta los deseos del pueblo. Las encuestas reflejan que los ciudadanos no quieren financiar con sus impuestos a los partidos, pero los políticos siguen repartiendo entre sus partidos cuantiosas subvenciones. Tampoco quieren los ciudadanos que los delincuentes que roban dinero público salgan de la cárcel hasta que no devuelvan el botín, pero los políticos cierran los oídos a esa demanda masiva del pueblo, demostrando que mas que demócratas son sátrapas sin decencia. Los españoles claman masivamente por adelgazar el obeso y enfermo Estado español, tal plagado de parásitos políticos inútiles e innecesarios, y por reformar las administraciones públicas y la estructura del poder, donde hay demasiados gobiernos, parlamentos, instituciones duplicadas y triplicadas, inservibles para la democracia, que no cumplen otra misión que satisfacer el ego y el lujo de una clase política que soporta sin sentir vergüenza el desprecio y el rechazo de su propio pueblo, reflejado reiteradamente en las encuestas.
Si la democracia es el "gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo", la falsa democracia española es el "gobierno de las élites, para las élites y por las élites", toda una desvergüenza que la ciudadanía nunca debería consentir.
España es hoy el reino de la cobardía y el servilismo ante gobiernos que no merecen tener en sus manos el timón y el destino de la nación.
La democracia no es un sistema de gobierno, sino un estado permanente de vigilancia ciudadana a sus dirigentes, a los que el sistema ordena controlar para que no caigan en los vicios típicos del poder: corrupción, abuso, injusticia, etc., pero en España lo políticos, inmorales y descarados, se han sacudido todos los controles democráticos y los ciudadanos han consentido que campeen libres y arrogantes por los territorios de la sociedad, gobernando sin controles, frenos, cautelas y contrapesos.
Sólo la rebeldía de los demócratas nos puede salvar.
Francisco Rubiales
Nadie entiende que se exijan expedientes limpios, formación y valores a muchos profesionales y a los políticos no se les exija nada, salvo someterse a sus líderes de partido. Tampoco se entiende que un ciclista tenga que someterse a controles antidrogas y anti dopaje y que esos mismos controles no se les practiquen a los políticos ¿Acaso no es más peligroso un ministro drogado que un ciclista?
Si hay en el mundo un país que necesita rebeldía a chorros, ese es España. España necesita la rebeldía ciudadana mas que el aire que respira. Muchos creen que el mayor problema de la nación es su nefasta clase política, pero en realidad el gran drama de España es su escasez de auténticos ciudadanos y de gente capaz de rebelarse contra lo injusto y lo indecente. La cobardía de los millones de borregos españoles hace posible que el país sea mal gobernado y maltratado por una clase política que no merece reconocimiento, ni ser tratada como democrática.
Si España estuviera razonablemente poblada por rebeldes celosos de su libertad, no soportaríamos a miserables en el poder, que los que odian a España impongan su voluntad, ni la injusticia que nos rodea, ni el reparto desigual de los recursos públicos, ni el acoso a los disidentes, ni la inflación de enchufados y amigos del poder viviendo a costa del Estado, ni la inmensa cantidad de políticos, sus privilegios inmerecidos y descomunales y mil formas de corrupción que empobrecen y envilecen nuestra nación.
Hay miles de ejemplos que ilustran la inmensa cobardía española.
Estamos hartos de soportar a cobardes, quejicas y lloronas. Los demócratas y la gente decente de España se siente rodeada de cadáveres ambulantes y de alguna gente valiosa que se limita a lamentarse y a quejarse inútilmente, derramando lágrimas de cocodrilo, pero sin poner músculos y neuronas al servicio del bien. Hay cientos de miles de personas inquietas que sienten y critican los males de España, pero no somos lo bastante rebeldes, ni avanzamos con la fuerza que España demanda. Hay que aprender con urgencia a transformar la inquietud en fuerza, la indignación en protesta temible y las neuronas en dardos que derroten a la legión de los miserables y corruptos que tienen a España anegada y asfixiada en lodo pestilente.
Hay demasiados silencios cobardes e hirientes, como el de los que llaman democracia al sistema político español, a pesar de que no cumple ni una sola de las exigencias fundamentales de esa doctrina: ni separación de poderes, ni Justicia igual para todos, ni elecciones realmente libres, ni una sociedad civil fuerte que sirva de contrapeso al poder, ni defensa de los grandes valores, ni controles suficientes para el poder y los partidos políticos, ni democracia interna en el funcionamiento de los partidos, ni una prensa libre capaz de fiscalizar a los poderosos y un largo etcétera de carencias que hacen de España un territorio dominado por la corrupción, el abuso de poder y la caída de los valores.
La cobardía española es rotunda y vergonzosa al permitir que los políticos gobiernen sin tener en cuenta los deseos del pueblo. Las encuestas reflejan que los ciudadanos no quieren financiar con sus impuestos a los partidos, pero los políticos siguen repartiendo entre sus partidos cuantiosas subvenciones. Tampoco quieren los ciudadanos que los delincuentes que roban dinero público salgan de la cárcel hasta que no devuelvan el botín, pero los políticos cierran los oídos a esa demanda masiva del pueblo, demostrando que mas que demócratas son sátrapas sin decencia. Los españoles claman masivamente por adelgazar el obeso y enfermo Estado español, tal plagado de parásitos políticos inútiles e innecesarios, y por reformar las administraciones públicas y la estructura del poder, donde hay demasiados gobiernos, parlamentos, instituciones duplicadas y triplicadas, inservibles para la democracia, que no cumplen otra misión que satisfacer el ego y el lujo de una clase política que soporta sin sentir vergüenza el desprecio y el rechazo de su propio pueblo, reflejado reiteradamente en las encuestas.
Si la democracia es el "gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo", la falsa democracia española es el "gobierno de las élites, para las élites y por las élites", toda una desvergüenza que la ciudadanía nunca debería consentir.
España es hoy el reino de la cobardía y el servilismo ante gobiernos que no merecen tener en sus manos el timón y el destino de la nación.
La democracia no es un sistema de gobierno, sino un estado permanente de vigilancia ciudadana a sus dirigentes, a los que el sistema ordena controlar para que no caigan en los vicios típicos del poder: corrupción, abuso, injusticia, etc., pero en España lo políticos, inmorales y descarados, se han sacudido todos los controles democráticos y los ciudadanos han consentido que campeen libres y arrogantes por los territorios de la sociedad, gobernando sin controles, frenos, cautelas y contrapesos.
Sólo la rebeldía de los demócratas nos puede salvar.
Francisco Rubiales