El plan era realmente astuto y parecía brillante. Sus objetivos eran firmar con ETA la paz y recibir a cambio el apoyo entusiasta de la sociedad española, lo que tendría dos consecuencias inmediatas: el Partido Popular quedaría desacreditado, aislado y al margen del poder por muchos años y el PSOE ganaría las elecciones y establecería una hegemonía electoral durante muchos años, sin alternancia posible en el gobierno.
Fue fraguado por estrategas sin escrúpulos, agrupados en torno al secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, durante el cuatrienio 2000-04, cuando Aznar era presidente del gobierno y ZP ocupaba los bancos de la oposición. Había sido minuciosamente ideado para desestabilizar al PP e impedirle el acceso al poder durante muchos años. Era un plan sin ideología, escasamente democrático, concebido sin tener en cuenta la voluntad popular ni los intereses colectivos, únicamente para controlar el poder, pero con una justificación importante que la opinión pública tendría que valorar: sellar la paz con el terrorismo etarra.
Los estrategas aseguraron a Zapatero que la sociedad española estaba cansada de violencia y que aceptaría "cualquier cosa" con tal de alcanzar la paz. Las encuestas, según ellos, reflejaban cansancio extremo y predisposición a la rendición en una sociedad española a la que únicamente interesaba ya la prosperidad económica y el hedonismo fácil.
En ese caldo de cultivo, los mensajes de algunos observadores socialistas vascos, en el sentido de que "ETA se va a entregar porque desea integrarse en el juego democrático”, tuvieron credibilidad y una gran acogida en el propio Zapatero y su entorno.
Lograda la victoria electoral en 2004, para algunos sorprendente y para otros lógica y preparada, Zapatero puso en marcha su plan a toda prisa.
Estaba seguro de que los terroristas iban a rendírsele y que ese éxito le haría ganar las elecciones de 2007 y 2008. El PP, sin amigos a los que recurrir (el plan prevía alianzas con todos, salvo con el PP, para aislarlo) y cargando con la imagen de intransigente y extremaderechista, se hundiría.
La maquinaria comenzó a rodar: anuncio teatral de una posible tregua, declaración de la tregua, presentación en el Parlamento Europeo de los terroristas como interlocutores, retorno de la banda, disfrazada de PCTV-ANV- Batasuna o de lo que sea, a los ayuntamientos y al Parlamento de Vitoria. Incluso se había previsto que Euskadi pudiera anexionarse Navarra, si lo permitían los navarros. Así nacieron las frases “Euskadi será lo que los vascos quieran” y "Navarra será lo que quieran los navarros".
Zapatero y los suyos estaban eufóricos. La paz se convirtió en un "mantra" mágico que fascinaba a miles de intelectuales y militantes del PSOE, a los que el desarme ideológico de su partido y los pactos contra-natura con nacionalistas extremos e independentistas habían dejado estupefactos. Ahora, por fin, disponían de una bandera que, aparentemente, estaba a la altura de un gran partido de izquierda, como el PSOE.
Un nuevo espejismo decadente, que dejaba al margen rasgos tan notables como el concepto de nación, dinamitado, y la voluntad popular, despreciada, se adueñó del partido de Pablo Iglesias y narcotizó a sus miembros, hasta el punto de permitir la aberración del insolidario y anticonstitucional Estatuto de Cataluña, auspiciado también por el líder Zapatero.
Zapatero, con una osadía sin límites, abrió el camino hacia la independencia vasca, seguro de que España entera aceptaría "el proceso" a base de repetir hasta la saciedad la palabra "paz". El "teatro" tendría un acto final apoteósico con la entrega de las armas (algunas, sólo las necesarias para que sirvieran como símbolo del éxito de la paz y de un Zapatero irremisiblemente catapultado hacia la victoria en unas generales que deberían adelantarse al otoño de 2007, quizás en esa fecha del 28 de octubre, conmemoración de la mayoría absoluta socialista de Felipe González, extrañamente filtrada por el Vaticano.
Pero surgió un obstáculo que no habían previsto los estrategas de Zapatero, el de la determinación y resistencia de media España, que se negaba a entregarse y que recibía apoyos inesperados y crecientes de miles de demócratas, gente preocupada por el deterioro de la democracia española, socialistas disidentes, vascos honrados y hasta peneuvistas asustados ante el montaje de ZP.
El PP, que supo capitalizar esa resistencia ciudadana, consiguió compensar su terrible aislamiento de los demás partidos políticos con un enorme baño de masas y con el valioso liderazgo de la parte más sana de la sociedad española, la que se oponía a la rendición.
Esa rebelión de media España contra las concesiones y trucos políticos, alimentada con la fuerza moral de las víctimas del terrorismo, el Foro de Ermua, Basta ya y mucha gente limpia y defensora de la regeneración, hizo que ETA, ya muy preocupada por la derrota de los socialistas en las elecciones del 27 de mayo, retirara la "confianza" a Zapatero y rompiera la tregua, quizás en espera de mejores tiempos e interlocutores más fiables.
Los que contribuimos a ello debemos sentirnos orgullosos.
Fue fraguado por estrategas sin escrúpulos, agrupados en torno al secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, durante el cuatrienio 2000-04, cuando Aznar era presidente del gobierno y ZP ocupaba los bancos de la oposición. Había sido minuciosamente ideado para desestabilizar al PP e impedirle el acceso al poder durante muchos años. Era un plan sin ideología, escasamente democrático, concebido sin tener en cuenta la voluntad popular ni los intereses colectivos, únicamente para controlar el poder, pero con una justificación importante que la opinión pública tendría que valorar: sellar la paz con el terrorismo etarra.
Los estrategas aseguraron a Zapatero que la sociedad española estaba cansada de violencia y que aceptaría "cualquier cosa" con tal de alcanzar la paz. Las encuestas, según ellos, reflejaban cansancio extremo y predisposición a la rendición en una sociedad española a la que únicamente interesaba ya la prosperidad económica y el hedonismo fácil.
En ese caldo de cultivo, los mensajes de algunos observadores socialistas vascos, en el sentido de que "ETA se va a entregar porque desea integrarse en el juego democrático”, tuvieron credibilidad y una gran acogida en el propio Zapatero y su entorno.
Lograda la victoria electoral en 2004, para algunos sorprendente y para otros lógica y preparada, Zapatero puso en marcha su plan a toda prisa.
Estaba seguro de que los terroristas iban a rendírsele y que ese éxito le haría ganar las elecciones de 2007 y 2008. El PP, sin amigos a los que recurrir (el plan prevía alianzas con todos, salvo con el PP, para aislarlo) y cargando con la imagen de intransigente y extremaderechista, se hundiría.
La maquinaria comenzó a rodar: anuncio teatral de una posible tregua, declaración de la tregua, presentación en el Parlamento Europeo de los terroristas como interlocutores, retorno de la banda, disfrazada de PCTV-ANV- Batasuna o de lo que sea, a los ayuntamientos y al Parlamento de Vitoria. Incluso se había previsto que Euskadi pudiera anexionarse Navarra, si lo permitían los navarros. Así nacieron las frases “Euskadi será lo que los vascos quieran” y "Navarra será lo que quieran los navarros".
Zapatero y los suyos estaban eufóricos. La paz se convirtió en un "mantra" mágico que fascinaba a miles de intelectuales y militantes del PSOE, a los que el desarme ideológico de su partido y los pactos contra-natura con nacionalistas extremos e independentistas habían dejado estupefactos. Ahora, por fin, disponían de una bandera que, aparentemente, estaba a la altura de un gran partido de izquierda, como el PSOE.
Un nuevo espejismo decadente, que dejaba al margen rasgos tan notables como el concepto de nación, dinamitado, y la voluntad popular, despreciada, se adueñó del partido de Pablo Iglesias y narcotizó a sus miembros, hasta el punto de permitir la aberración del insolidario y anticonstitucional Estatuto de Cataluña, auspiciado también por el líder Zapatero.
Zapatero, con una osadía sin límites, abrió el camino hacia la independencia vasca, seguro de que España entera aceptaría "el proceso" a base de repetir hasta la saciedad la palabra "paz". El "teatro" tendría un acto final apoteósico con la entrega de las armas (algunas, sólo las necesarias para que sirvieran como símbolo del éxito de la paz y de un Zapatero irremisiblemente catapultado hacia la victoria en unas generales que deberían adelantarse al otoño de 2007, quizás en esa fecha del 28 de octubre, conmemoración de la mayoría absoluta socialista de Felipe González, extrañamente filtrada por el Vaticano.
Pero surgió un obstáculo que no habían previsto los estrategas de Zapatero, el de la determinación y resistencia de media España, que se negaba a entregarse y que recibía apoyos inesperados y crecientes de miles de demócratas, gente preocupada por el deterioro de la democracia española, socialistas disidentes, vascos honrados y hasta peneuvistas asustados ante el montaje de ZP.
El PP, que supo capitalizar esa resistencia ciudadana, consiguió compensar su terrible aislamiento de los demás partidos políticos con un enorme baño de masas y con el valioso liderazgo de la parte más sana de la sociedad española, la que se oponía a la rendición.
Esa rebelión de media España contra las concesiones y trucos políticos, alimentada con la fuerza moral de las víctimas del terrorismo, el Foro de Ermua, Basta ya y mucha gente limpia y defensora de la regeneración, hizo que ETA, ya muy preocupada por la derrota de los socialistas en las elecciones del 27 de mayo, retirara la "confianza" a Zapatero y rompiera la tregua, quizás en espera de mejores tiempos e interlocutores más fiables.
Los que contribuimos a ello debemos sentirnos orgullosos.