El aparato de propaganda del PSOE, con Pepiño Blanco al frente, asegura que las posiciones y propuestas españolas frente a la crisis están obteniendo aceptación y éxito entre los países europeos y Estados Unidos, incluyendo la importante cumbre de Washington, donde, según la propaganda gubernamental española, la principal conclusión fue que hace falta más Estado y menos Mercado. La tesis es falsa y, como suele ser habitual en la política española, está destinada a engañar a la sociedad. En Washington se decidió justo lo contrario: que había que estimular el tejido productivo mediante rebajas fiscales e inyeciones de dinero que debían llegar a las pequeñas empresas y a las familias.
La "maniobra" propagandística desvela con claridad meridiana los rasgos oligárquicos y antidemocráticos del poder político en España.
Ayer, Diaz Ferrán, máximo representante de los empresarios españoles, reclamó a Zapatero que el dinero que el gobierno emplea para hacer frente a la crisis no está llegando a las empresas pequeñas y medianas, ni a las familias, mientras que la presidenta de la comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, calificó la opaca entrega masiva de dinero a los bancos por parte del gobierno como un "escándalo" intolerable y habló de que esa enorme masa de dinero representa una deuda de un millón de las antiguas pesetas para cada español, incluyendo a los ancianos, parados, viudas y a la cada día más nutrida legión de los pobres y desamparados.
Pese al drama que supone endeudar a las próximas tres generaciones de españoles, los partidarios del intervencionismo y de engordar todavía más al Estado no renuncian a su lucha y no aflojan su presión sobre la garganta de la libertad. En un nuevo engaño a los ciudadanos, se está vendiendo la existencia de un falso debate entre Estado y Mercado, cuando en realidad lo que se está librando es una nueva pugna entre las dos fuerzas claves de la Civilización, que no han cesado de enfrentarse a lo largo de la Historia: la opresión y la libertad.
Aunque con nuevos ropajes, la lucha es la misma que libraron los esclavos y los faraones, los siervos contra los señores feudales y el pueblo contra los señores que quieren oprimirles. Hoy se trata de elegir entre Estado e individuo, entre más poder par los políticos o más protagonismo de los ciudadanos.
Es falso que la izquierda se sienta a disgusto en el libremercado. La izquierda actual, que es cualquier cosa menos una izquierda real, se siente más a gusto en el capitalismo que la derecha. Si alguien lo duda en España que analice el voto y las relaciones con el poder de los grandes banqueros y empresarios y verá como casi todos son fervorosos partidarios del socialismo de ZP, líder de una izquierda que necesita cada vez más dinero para mantener el Estado monstruoso e insostenible que ha creado y para costear el clientelismo, su poder y sus privilegios crecientes. Esa riqueza, que únicamente puede germinar en el mercado y en la empresa, es abducida después por el Estado a través de impuestos cada día más abusivos y confiscatorios.
La mejor prueba de que la izquierda y el capitalismo son perfectamente compatibles es China, donde el mayor partido comunista del mundo mantiene un conmovedor idilio con el capitalismo en su estado más puro, deshumanizado y explotador.
El verdadero dilema que enfrenta al mundo hoy es el que enfrenta al Estado y a las libertades individuales. Cuanto más Estado tengamos, menos libertades individuales existirán. La Historia lo ha demostrado miles de veces. Los estados fuertes oprimen y el ciudadano sólo puede ejercer sus libertades cuando el Estado está controlado y vigilado por los ciudadanos. Es un dilema tan vergonzoso y antidemocrático para los defensores de "más Estado" que lo camuflan como un falso debate entre Estado y Mercado, un engaño más que se enmarca dentro de la incansable lucha del poder por crecer de modo insaciable.
El número dos del PSOE, Pepiño Blanco, ha declarado a su líder ZP vencedor en las recientes cumbres sobre la crisis, incluyendo la de Washington porque dice que allí se ha demandado más Estado y menos Mercado, una nueva falacia porque lo que se realmente se está afirmando en los grandes foros internacionales es que el intervencionismo y el proteccionismo son los peores enemigos de la libertad.
Detrás de ese falso debate entre intervencionismo estatal y mercado, estimulado por los medios de comunicación controlados por el poder, está la eterna pugna entre la libertad y la opresión, entre el Estado y el individuo, entre los que quieren mandar por encima de todo y los que no nos resignamos a ser esclavizados.
Para ganar el falso debate aseguran que la actual crisis financiera y económica se debe al abuso de la banca, pero la verdad es que esos banqueros se han limitado a cumplir la ley. Cada vez que ha salido al mercado un producto nuevo, incluyendo los cientos de productos basura que han contaminado el sistema, lo han hecho tras recibir la aprobación de los bancos centrales o de los órganos reguladores, todos ellos en manos del poder estatal.
La verdad, ocultada cuidadosamente por los políticos, es que son ellos los que han fallado y los que han sido víctimas de la avaricia. España quizás sea el mejor ejemplo mundial de esa nociva avaricia política que ha llevado al mundo hasta la depresión actual: mientras se vendían los pisos y las casas, el sector público facilitó las recalificaciones y participó en el gran festín, a veces lícitamente, cobrando licencias e impuestos, pero otras veces ilícitamente, cobrando comisiones y sobornos. A nadie se le ocurrió entonces regular la locura, ni frenar el ritmo de construcción de pisos. El verdadero culpable del desastre actual no fue tanto el empresario que se limitó a cumplir su misión de hacer negocio, como el gobierno, que, a pesar de que cobra por arbitrar, regular y anticiparse a los problemas, no supo o no quiso hacerlo.
Los políticos están ahora desesperados porque no tienen dinero. Su primera reacción ha sido la de cobrar más impuestos y multas, para lo cual han liberado a una legión de inspectores y policías, pero saben que por esa vía sólo conseguirán esquilmar la poca riqueza que queda. La gran tentación del poder es fortalecer todavía más al Estado para poder extraer todavía más dinero de donde existe, del bolsillo de los ciudadanos, sin tantos límites ni cortapisas. Pero, al emprender esa vía, el poder político oculta lo que ha enseñado la historia: que cada vez que el Estado se ha convertido en empresario, en lugar de riqueza ha creado ruina y que cada vez que el Estado se ha fortalecido demasiado frente a la sociedad y el individuo, la cosecha recogida siempre ha sido de pobreza, violencia, opresión e infelicidad.
La única receta aplicable para acabar con la crisis surge de dos consideraciones sabias: la primera es que "la política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos" y la segunda que "todos los males en democracia se resuelven con más democracia".
La "maniobra" propagandística desvela con claridad meridiana los rasgos oligárquicos y antidemocráticos del poder político en España.
Ayer, Diaz Ferrán, máximo representante de los empresarios españoles, reclamó a Zapatero que el dinero que el gobierno emplea para hacer frente a la crisis no está llegando a las empresas pequeñas y medianas, ni a las familias, mientras que la presidenta de la comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, calificó la opaca entrega masiva de dinero a los bancos por parte del gobierno como un "escándalo" intolerable y habló de que esa enorme masa de dinero representa una deuda de un millón de las antiguas pesetas para cada español, incluyendo a los ancianos, parados, viudas y a la cada día más nutrida legión de los pobres y desamparados.
Pese al drama que supone endeudar a las próximas tres generaciones de españoles, los partidarios del intervencionismo y de engordar todavía más al Estado no renuncian a su lucha y no aflojan su presión sobre la garganta de la libertad. En un nuevo engaño a los ciudadanos, se está vendiendo la existencia de un falso debate entre Estado y Mercado, cuando en realidad lo que se está librando es una nueva pugna entre las dos fuerzas claves de la Civilización, que no han cesado de enfrentarse a lo largo de la Historia: la opresión y la libertad.
Aunque con nuevos ropajes, la lucha es la misma que libraron los esclavos y los faraones, los siervos contra los señores feudales y el pueblo contra los señores que quieren oprimirles. Hoy se trata de elegir entre Estado e individuo, entre más poder par los políticos o más protagonismo de los ciudadanos.
Es falso que la izquierda se sienta a disgusto en el libremercado. La izquierda actual, que es cualquier cosa menos una izquierda real, se siente más a gusto en el capitalismo que la derecha. Si alguien lo duda en España que analice el voto y las relaciones con el poder de los grandes banqueros y empresarios y verá como casi todos son fervorosos partidarios del socialismo de ZP, líder de una izquierda que necesita cada vez más dinero para mantener el Estado monstruoso e insostenible que ha creado y para costear el clientelismo, su poder y sus privilegios crecientes. Esa riqueza, que únicamente puede germinar en el mercado y en la empresa, es abducida después por el Estado a través de impuestos cada día más abusivos y confiscatorios.
La mejor prueba de que la izquierda y el capitalismo son perfectamente compatibles es China, donde el mayor partido comunista del mundo mantiene un conmovedor idilio con el capitalismo en su estado más puro, deshumanizado y explotador.
El verdadero dilema que enfrenta al mundo hoy es el que enfrenta al Estado y a las libertades individuales. Cuanto más Estado tengamos, menos libertades individuales existirán. La Historia lo ha demostrado miles de veces. Los estados fuertes oprimen y el ciudadano sólo puede ejercer sus libertades cuando el Estado está controlado y vigilado por los ciudadanos. Es un dilema tan vergonzoso y antidemocrático para los defensores de "más Estado" que lo camuflan como un falso debate entre Estado y Mercado, un engaño más que se enmarca dentro de la incansable lucha del poder por crecer de modo insaciable.
El número dos del PSOE, Pepiño Blanco, ha declarado a su líder ZP vencedor en las recientes cumbres sobre la crisis, incluyendo la de Washington porque dice que allí se ha demandado más Estado y menos Mercado, una nueva falacia porque lo que se realmente se está afirmando en los grandes foros internacionales es que el intervencionismo y el proteccionismo son los peores enemigos de la libertad.
Detrás de ese falso debate entre intervencionismo estatal y mercado, estimulado por los medios de comunicación controlados por el poder, está la eterna pugna entre la libertad y la opresión, entre el Estado y el individuo, entre los que quieren mandar por encima de todo y los que no nos resignamos a ser esclavizados.
Para ganar el falso debate aseguran que la actual crisis financiera y económica se debe al abuso de la banca, pero la verdad es que esos banqueros se han limitado a cumplir la ley. Cada vez que ha salido al mercado un producto nuevo, incluyendo los cientos de productos basura que han contaminado el sistema, lo han hecho tras recibir la aprobación de los bancos centrales o de los órganos reguladores, todos ellos en manos del poder estatal.
La verdad, ocultada cuidadosamente por los políticos, es que son ellos los que han fallado y los que han sido víctimas de la avaricia. España quizás sea el mejor ejemplo mundial de esa nociva avaricia política que ha llevado al mundo hasta la depresión actual: mientras se vendían los pisos y las casas, el sector público facilitó las recalificaciones y participó en el gran festín, a veces lícitamente, cobrando licencias e impuestos, pero otras veces ilícitamente, cobrando comisiones y sobornos. A nadie se le ocurrió entonces regular la locura, ni frenar el ritmo de construcción de pisos. El verdadero culpable del desastre actual no fue tanto el empresario que se limitó a cumplir su misión de hacer negocio, como el gobierno, que, a pesar de que cobra por arbitrar, regular y anticiparse a los problemas, no supo o no quiso hacerlo.
Los políticos están ahora desesperados porque no tienen dinero. Su primera reacción ha sido la de cobrar más impuestos y multas, para lo cual han liberado a una legión de inspectores y policías, pero saben que por esa vía sólo conseguirán esquilmar la poca riqueza que queda. La gran tentación del poder es fortalecer todavía más al Estado para poder extraer todavía más dinero de donde existe, del bolsillo de los ciudadanos, sin tantos límites ni cortapisas. Pero, al emprender esa vía, el poder político oculta lo que ha enseñado la historia: que cada vez que el Estado se ha convertido en empresario, en lugar de riqueza ha creado ruina y que cada vez que el Estado se ha fortalecido demasiado frente a la sociedad y el individuo, la cosecha recogida siempre ha sido de pobreza, violencia, opresión e infelicidad.
La única receta aplicable para acabar con la crisis surge de dos consideraciones sabias: la primera es que "la política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos" y la segunda que "todos los males en democracia se resuelven con más democracia".