Valga como ejemplo lo que acaba de declarar el ministro de Exteriores, Alfonso Dastis, que propone una reforma de la Constitución favorable al independentismo, siguiendo la nefasta tradición de acallar cada rebelión de los indeseables con más dinero y concesiones de poder y privilegios.
La más eficaz receta es reformar la ley electoral y crear en España un distrito único electoral, en el que cada voto valga lo mismo. Con esa simple reforma, el nacionalismo vasco y catalán perdería fuerza e influencia y tendría el insignificante poder que les corresponde por el número de votos que consiguen. Con ese cambio, racional y democrático, los independentistas no tendrían mayoría en Cataluña y no podrían controlar la Generalitat.
Otra receta eficaz es la ilegalización de los partidos que propaguen la independencia y la ruptura de la unidad de España, una medida acorde con el espíritu y la letra de la Constitución española, que ya ha adoptado Portugal y que, con menos claridad, está presente en otras constituciones democráticas, como las de Francia y Alemania. Con esa reforma de la Constitución, partidos como Ezquerra Republicana, la CUP, Bildu y otros quedarían fuera del juego electoral y sin representación en el Estado, salvo que renunciaran a sus principios y a su intención siniestra de destruir España.
Pero quizás la medida más eficaz sea una reforma que alcance a todos los partidos del Estado y les obligue a ser ejemplares, de manera que partidos que estén plagados de corruptos y sinvergüenzas, juzgados, condenados o procesados, como es el caso del PSOE, el PP y otros, queden automáticamente precintados y prohibidos, por ser evidentes asociaciones de malhechores. Que nadie olvide que la única forma de acabar de raíz con el independentismo es construir un país serio, libre, democrático, justo y decente, poco parecido a la España sucia que nos han fabricado el PSOE y el PP, con la valiosa ayuda de los nacionalistas, desde la muerte de Franco.
Pero hay otras muchas medidas de gran eficacia. El movimiento independentista catalán es típico de las regiones ricas e insolidarias del mundo, que, minados por el egoísmo y la codicia, solo quieren disponer del mercado cautivo del resto del pais, sin participar en el coste social del estado de bienestar y sin participar en la solidaridad que caracteriza a las naciones. Para solucionar ese drama, solo hay que empobrecer las provincias catalanas y vascas con el correspondiente boicot y con presiones estatales, favoreciendo el desplazamiento de las empresas generadoras de riqueza al resto de las regiones y provincias, hasta que Cataluña y las demás regiones ricas e insolidarias sen receptoras netas de la solidaridad de las demás.
España tiene que aprender de la dura experiencia reciente de Cataluña y adoptar medidas, si no quiere verse envuelta, en un futuro próximo, en conflictos altamente peligrosos que pueden desembocar en guerra civil.
El problema es el poder excesivo que tienen hoy en España partidos políticos, contaminados por la corrupción y el derrumbe ético, formaciones que anteponen sus propios intereses al bien común y que, con toda seguridad, impedirán la adopción de cualquier medida que cambie su actual estatus de dominio, privilegio y seguridad plena en el corazón del Estado.
Las veleidades secesionistas deben terminarse porque nos va la vida en ello.
Francisco Rubiales
La más eficaz receta es reformar la ley electoral y crear en España un distrito único electoral, en el que cada voto valga lo mismo. Con esa simple reforma, el nacionalismo vasco y catalán perdería fuerza e influencia y tendría el insignificante poder que les corresponde por el número de votos que consiguen. Con ese cambio, racional y democrático, los independentistas no tendrían mayoría en Cataluña y no podrían controlar la Generalitat.
Otra receta eficaz es la ilegalización de los partidos que propaguen la independencia y la ruptura de la unidad de España, una medida acorde con el espíritu y la letra de la Constitución española, que ya ha adoptado Portugal y que, con menos claridad, está presente en otras constituciones democráticas, como las de Francia y Alemania. Con esa reforma de la Constitución, partidos como Ezquerra Republicana, la CUP, Bildu y otros quedarían fuera del juego electoral y sin representación en el Estado, salvo que renunciaran a sus principios y a su intención siniestra de destruir España.
Pero quizás la medida más eficaz sea una reforma que alcance a todos los partidos del Estado y les obligue a ser ejemplares, de manera que partidos que estén plagados de corruptos y sinvergüenzas, juzgados, condenados o procesados, como es el caso del PSOE, el PP y otros, queden automáticamente precintados y prohibidos, por ser evidentes asociaciones de malhechores. Que nadie olvide que la única forma de acabar de raíz con el independentismo es construir un país serio, libre, democrático, justo y decente, poco parecido a la España sucia que nos han fabricado el PSOE y el PP, con la valiosa ayuda de los nacionalistas, desde la muerte de Franco.
Pero hay otras muchas medidas de gran eficacia. El movimiento independentista catalán es típico de las regiones ricas e insolidarias del mundo, que, minados por el egoísmo y la codicia, solo quieren disponer del mercado cautivo del resto del pais, sin participar en el coste social del estado de bienestar y sin participar en la solidaridad que caracteriza a las naciones. Para solucionar ese drama, solo hay que empobrecer las provincias catalanas y vascas con el correspondiente boicot y con presiones estatales, favoreciendo el desplazamiento de las empresas generadoras de riqueza al resto de las regiones y provincias, hasta que Cataluña y las demás regiones ricas e insolidarias sen receptoras netas de la solidaridad de las demás.
España tiene que aprender de la dura experiencia reciente de Cataluña y adoptar medidas, si no quiere verse envuelta, en un futuro próximo, en conflictos altamente peligrosos que pueden desembocar en guerra civil.
El problema es el poder excesivo que tienen hoy en España partidos políticos, contaminados por la corrupción y el derrumbe ético, formaciones que anteponen sus propios intereses al bien común y que, con toda seguridad, impedirán la adopción de cualquier medida que cambie su actual estatus de dominio, privilegio y seguridad plena en el corazón del Estado.
Las veleidades secesionistas deben terminarse porque nos va la vida en ello.
Francisco Rubiales