Acaso hoy incomode más de la cuenta (puesto que suman más de medio millar los actos –entre públicos y privados- que se han programado en toda la piel de toro puesta a secar para conmemorar el Día de Internet, con la doble, laudable y principal pretensión de acercar la Red de redes a todos los ciudadanos –sobre todo, a los colectivos menos “enredados”- y mejorar las vías de acceso a la susodicha Red a las personas discapacitadas) que el menda lerenda se haya decidido o las circunstancias le hayan obligado a escoger como disfraz para la fiesta hodierna (en este gran teatro que es el mundo, según sentara las bases y sentenciara don Pedro Calderón de la Barca) el de "aguafiestas".
Internet, en principio, no es algo "bueno", ni "malo" en sí mismo; no es más que otro útil de trabajo u ocio más. Dependiendo del uso que nosotros hagamos de él, merecerá una consideración u otra, una valoración positiva o negativa. Porque, evidentemente, la Red de redes puede ser una excelente herramienta para complementar nuestra información y/o completar nuestra formación (esto creo que nadie lo discute ya), pero no es la panacea para resolver el lato problema de la incultura (ya que, para saber mucho, sigue siendo conditio sine qua non invertir muchas horas de estudio y reflexión); amén de que puede ser, asimismo, un balcón abierto al mayor de los abismos o precipicios, a un ámbito infestado de tierras movedizas o plagado de pozos sin fondo.
Seguramente, porque vivimos en una sociedad relativista o relativizada, quiero decir en la que impera el absoluto relativismo de valores, nos hemos acostumbrado a escuchar (sin llegar a sentir todavía el hartazgo más estomagante) la monserga o gran necedad de que todo es debatible, opinable, respetable y (desde ayer, además, teorético). El argumento, tal vez, se halle, esté encerrado o estribe en que no tenemos lo suficientemente aclarado o clar(ificad)o que lo único que es digno e invulnerable o hay intocable en el orbe entero es el hombre, y su facultad de pensar (ideas) y expresar lo pensado (razones), sea esto lo más idiota o lo más imbécil, sobre lo que, por supuesto, no merece la pena ni debatir, ni opinar, ni teorizar, como suele colegir quien está habituado a ponderar lo cabal y obvio; pero de esto juzga quien usa el sentido común, que, como todo el mundo sabe, es el menos común de todos los sentidos humanos.
Ángel Sáez García
Internet, en principio, no es algo "bueno", ni "malo" en sí mismo; no es más que otro útil de trabajo u ocio más. Dependiendo del uso que nosotros hagamos de él, merecerá una consideración u otra, una valoración positiva o negativa. Porque, evidentemente, la Red de redes puede ser una excelente herramienta para complementar nuestra información y/o completar nuestra formación (esto creo que nadie lo discute ya), pero no es la panacea para resolver el lato problema de la incultura (ya que, para saber mucho, sigue siendo conditio sine qua non invertir muchas horas de estudio y reflexión); amén de que puede ser, asimismo, un balcón abierto al mayor de los abismos o precipicios, a un ámbito infestado de tierras movedizas o plagado de pozos sin fondo.
Seguramente, porque vivimos en una sociedad relativista o relativizada, quiero decir en la que impera el absoluto relativismo de valores, nos hemos acostumbrado a escuchar (sin llegar a sentir todavía el hartazgo más estomagante) la monserga o gran necedad de que todo es debatible, opinable, respetable y (desde ayer, además, teorético). El argumento, tal vez, se halle, esté encerrado o estribe en que no tenemos lo suficientemente aclarado o clar(ificad)o que lo único que es digno e invulnerable o hay intocable en el orbe entero es el hombre, y su facultad de pensar (ideas) y expresar lo pensado (razones), sea esto lo más idiota o lo más imbécil, sobre lo que, por supuesto, no merece la pena ni debatir, ni opinar, ni teorizar, como suele colegir quien está habituado a ponderar lo cabal y obvio; pero de esto juzga quien usa el sentido común, que, como todo el mundo sabe, es el menos común de todos los sentidos humanos.
Ángel Sáez García