Si ya tuviera el arameo como lengua vehicular, el cacho problema que tendría sería que los textos en este idioma son reducidos y los temas que se tratan lo son aún más. Esto redundaría en mi cultura, mi visión del mundo y relaciones humanas de forma muy negativa, si no tuviese una lengua como el español que me abriese las puertas y me permitiese conectar con el mundo.
Ya he mencionado que los nacionalismos de “Feira, labores artesanas y bailes regionales” se agarran al clavo ardiendo de la lengua que el colonialismo intenta aplastar. Una vez creada una población de cortas luces, por estar limitadas sus accesos y comunicación con otras culturas, son votos cautivos y lo que es más cruel, ciudadanos de segunda a la hora de competir o aspirar a puestos de trabajo de calidad.
Los expertos nacionalistas en educación conocen muy bien los “ejemplares” que sus irresponsables normas lingüísticas van a producir. La endogamia cultural dará unos abortos interesantes solo para sociólogos. No tendrán perdón, no podrán alegar ignorancia.
Ojo al parche. El españolito de a pié, ante las gestas de su selección, ha reaccionado con un españolismo que ha dejado sorprendido a todos. A los políticos aún más y se suben al tren del españolismo futbolero a toda pastilla. El españolito, con su vestimenta inconfundiblemente española, sus pintadas, sus gritos de ¡España, España¡ y agitando la bandera, la “Roja y Gualda”, la de todos, está diciendo a la pléyade de calienta escaños que estamos hasta el gorro de sus estupideces, de su ramplonería, de sus "raca raca" de nacionalismos de opereta y que las Ikastolas, las Galescolas, las embajadas de Carod Rovira y los exabruptos mamarrachos de Urkullu son algo esperpéntico.
Ninguno de los dos grandes partidos han tenido el coraje de defender algo como la lengua española, única común y que une este país que, pese a muchos, se llama España. Ha sido suficiente que unos pocos intelectuales hayan confeccionado un manifiesto en defensa de la lengua española para que la adhesión, dentro y fuera de España, sea arrolladora. Los nacionalismos de opereta, trasnochados y quiméricos, no los borrarán del mapa los políticos. Tendrá que ser el ciudadano de a pié el que, además de decidir con su voto y de practicar cada día la compra selectiva, acabe ya con la opereta nacionalista. Este ¡España, España! de la Eurocopa me suena a un elocuente ¡Basta Ya!
Ligur
Ya he mencionado que los nacionalismos de “Feira, labores artesanas y bailes regionales” se agarran al clavo ardiendo de la lengua que el colonialismo intenta aplastar. Una vez creada una población de cortas luces, por estar limitadas sus accesos y comunicación con otras culturas, son votos cautivos y lo que es más cruel, ciudadanos de segunda a la hora de competir o aspirar a puestos de trabajo de calidad.
Los expertos nacionalistas en educación conocen muy bien los “ejemplares” que sus irresponsables normas lingüísticas van a producir. La endogamia cultural dará unos abortos interesantes solo para sociólogos. No tendrán perdón, no podrán alegar ignorancia.
Ojo al parche. El españolito de a pié, ante las gestas de su selección, ha reaccionado con un españolismo que ha dejado sorprendido a todos. A los políticos aún más y se suben al tren del españolismo futbolero a toda pastilla. El españolito, con su vestimenta inconfundiblemente española, sus pintadas, sus gritos de ¡España, España¡ y agitando la bandera, la “Roja y Gualda”, la de todos, está diciendo a la pléyade de calienta escaños que estamos hasta el gorro de sus estupideces, de su ramplonería, de sus "raca raca" de nacionalismos de opereta y que las Ikastolas, las Galescolas, las embajadas de Carod Rovira y los exabruptos mamarrachos de Urkullu son algo esperpéntico.
Ninguno de los dos grandes partidos han tenido el coraje de defender algo como la lengua española, única común y que une este país que, pese a muchos, se llama España. Ha sido suficiente que unos pocos intelectuales hayan confeccionado un manifiesto en defensa de la lengua española para que la adhesión, dentro y fuera de España, sea arrolladora. Los nacionalismos de opereta, trasnochados y quiméricos, no los borrarán del mapa los políticos. Tendrá que ser el ciudadano de a pié el que, además de decidir con su voto y de practicar cada día la compra selectiva, acabe ya con la opereta nacionalista. Este ¡España, España! de la Eurocopa me suena a un elocuente ¡Basta Ya!
Ligur