"Gato blanco o gato negro... da igual; lo importante es que cace ratones". El magistral proverbio chino es aplicable a la actual vida política española: "Partido Popular, PSOE o cualquier otro... da igual; lo importante es que regenere la democracia".
Para un demócrata auténtico que vive en una democracia deteriorada, como la española, la opción no es ya votar a la derecha o a la izquierda, sino votar a los que garanticen una regeneración de la democracia y, si ningún partido resulta fiable, votar en blanco.
Lo único que debiera ser repugnante para un demócrata es entregar su voto a gente que miente, que degenera el sistema y que se siente a gusto en la pocilga de la partitocracia.
En estos momentos, a grandes rasgos, puede afirmarse que el panorama electoral español se divide en cuatro grandes bloques: el de los fanáticos (hooligans) del PSOE; el de los hooligans del PP, el de los fanáticos de los pequeños partidos, donde figuran los comunistas trasnochados, los nacionalistas radicalizados y pocos más; y el cuarto bloque, el único no fanatizado que conserva la cabeza fría, donde están los demócratas auténticos y esa gran masa de ciudadanos a la que llaman "el centro", que vota sin fanatismo la que considera la mejor opción, que a veces es la derecha y a veces la izquierda.
Desgraciadamente, los tres primeros bloques, fanatizados y radicalizados, están integrados por gente entregada y sometida a sus respectivos partidos políticos, carne de rebaño incapaz de evaluar correctamente la situación, que votará siempre a los suyos, aunque sus líderes se equivoquen y gobiernen mal. Son los "fanáticos" de la política española, una masa de enfermos sociológicos que se han alejado del libre albedrío y que funcionan movidos por un cóctel explosivo de testosterona, odio y resentimiento.
La clave y la esperanza están en el cuarto sector, el que, según las encuestas, está creciendo de manera sostenida, paralelamente al deterioro de la democracia y al endiosamiento enfermo y autoritario de los partidos políticos españoles.
Ese cuarto sector, la parte más sana de España, está estupefacta ente el radicalismo y la insensatez de los bloques políticos. Es la única que puede poner las cosas en su sitio, la que cada día se siente más asqueada de la política, la que reclama sin gritos, sin banderas, sin descalificaciones ni odios, paz, responsabilidad, sentido común y, lo más importante, que volvamos a ser demócratas.
Simplificando, aunque suene duro, cabria decir que ese cuarto sector es hoy el único que esta libre de fascismo en España, libre de la sucia contaminación de autoritarismo y odio intransigente que los partidos políticos, insensatamente, han inyectado a la sociedad en grandes dosis, una contaminación que radicaliza y fabrica fascistas a grandes dosis: fascistas negros, fascistas rojos, fascistas nacionalistas, todos ellos con su maloliente procesión de odios, rencores y violencia acumulada.
Pues bien, quien quiera ganar las próximas elecciones, tendrá que cautivar al sector en alza de los demócratas y de los que conservan la capacidad de juicio. Ese bloque votará en blanco o se abstendrá si los partidos siguen ofreciendo el mugriento y negativo espectáculo de la trifulca y el odio que les envuelve, si continúan siendo incapaces de dialogar o de ponerse de acuerdo en torno a los grandes intereses de la nación.
Pero si alguno de los grandes partidos reacciona y abandona la pocilga en la que retozan cada día, si el PSOE, por ejemplo, se aleja de los nacionalistas radicalizados y opta por recuperar la democracia y los valores perdidos, devolviendo el protagonismo al ciudadano y regenerando el sistema que ellos, con su poder insaciable, han contribuido a degradar, tal vez ganen las próximas elecciones.
Del mismo modo, si el PP recuperase el talante abierto y positivo que tuvo entre 1996 y el 2000, si renuncia a la arrogancia y su enferma afición a demonizar al enemigo a través de la manipulación de la opinión pública, si retoma aquel sabio propósito, que tuvo y que traicionó, de reformar el sistema, hoy plagado de corruptos y de irregularidades antidemocráticas, quizás pueda ganar las próximas elecciones.
La posibilidad de que el nacionalismo radical, ya sea vasco o catalán, pueda regenerarse y recobrar el seso, ni siquiera nos la planteamos porque la vemos prácticamente imposible en la actual coyuntura enferma y desquiciada que envuelve a esos pueblos de España y, sobre todo, a sus pésimos dirigentes.
Para un demócrata auténtico que vive en una democracia deteriorada, como la española, la opción no es ya votar a la derecha o a la izquierda, sino votar a los que garanticen una regeneración de la democracia y, si ningún partido resulta fiable, votar en blanco.
Lo único que debiera ser repugnante para un demócrata es entregar su voto a gente que miente, que degenera el sistema y que se siente a gusto en la pocilga de la partitocracia.
En estos momentos, a grandes rasgos, puede afirmarse que el panorama electoral español se divide en cuatro grandes bloques: el de los fanáticos (hooligans) del PSOE; el de los hooligans del PP, el de los fanáticos de los pequeños partidos, donde figuran los comunistas trasnochados, los nacionalistas radicalizados y pocos más; y el cuarto bloque, el único no fanatizado que conserva la cabeza fría, donde están los demócratas auténticos y esa gran masa de ciudadanos a la que llaman "el centro", que vota sin fanatismo la que considera la mejor opción, que a veces es la derecha y a veces la izquierda.
Desgraciadamente, los tres primeros bloques, fanatizados y radicalizados, están integrados por gente entregada y sometida a sus respectivos partidos políticos, carne de rebaño incapaz de evaluar correctamente la situación, que votará siempre a los suyos, aunque sus líderes se equivoquen y gobiernen mal. Son los "fanáticos" de la política española, una masa de enfermos sociológicos que se han alejado del libre albedrío y que funcionan movidos por un cóctel explosivo de testosterona, odio y resentimiento.
La clave y la esperanza están en el cuarto sector, el que, según las encuestas, está creciendo de manera sostenida, paralelamente al deterioro de la democracia y al endiosamiento enfermo y autoritario de los partidos políticos españoles.
Ese cuarto sector, la parte más sana de España, está estupefacta ente el radicalismo y la insensatez de los bloques políticos. Es la única que puede poner las cosas en su sitio, la que cada día se siente más asqueada de la política, la que reclama sin gritos, sin banderas, sin descalificaciones ni odios, paz, responsabilidad, sentido común y, lo más importante, que volvamos a ser demócratas.
Simplificando, aunque suene duro, cabria decir que ese cuarto sector es hoy el único que esta libre de fascismo en España, libre de la sucia contaminación de autoritarismo y odio intransigente que los partidos políticos, insensatamente, han inyectado a la sociedad en grandes dosis, una contaminación que radicaliza y fabrica fascistas a grandes dosis: fascistas negros, fascistas rojos, fascistas nacionalistas, todos ellos con su maloliente procesión de odios, rencores y violencia acumulada.
Pues bien, quien quiera ganar las próximas elecciones, tendrá que cautivar al sector en alza de los demócratas y de los que conservan la capacidad de juicio. Ese bloque votará en blanco o se abstendrá si los partidos siguen ofreciendo el mugriento y negativo espectáculo de la trifulca y el odio que les envuelve, si continúan siendo incapaces de dialogar o de ponerse de acuerdo en torno a los grandes intereses de la nación.
Pero si alguno de los grandes partidos reacciona y abandona la pocilga en la que retozan cada día, si el PSOE, por ejemplo, se aleja de los nacionalistas radicalizados y opta por recuperar la democracia y los valores perdidos, devolviendo el protagonismo al ciudadano y regenerando el sistema que ellos, con su poder insaciable, han contribuido a degradar, tal vez ganen las próximas elecciones.
Del mismo modo, si el PP recuperase el talante abierto y positivo que tuvo entre 1996 y el 2000, si renuncia a la arrogancia y su enferma afición a demonizar al enemigo a través de la manipulación de la opinión pública, si retoma aquel sabio propósito, que tuvo y que traicionó, de reformar el sistema, hoy plagado de corruptos y de irregularidades antidemocráticas, quizás pueda ganar las próximas elecciones.
La posibilidad de que el nacionalismo radical, ya sea vasco o catalán, pueda regenerarse y recobrar el seso, ni siquiera nos la planteamos porque la vemos prácticamente imposible en la actual coyuntura enferma y desquiciada que envuelve a esos pueblos de España y, sobre todo, a sus pésimos dirigentes.