Después de haber oído comentarios contradictorios, fui a ver “Gran Torino”, un drama norteamericano con los ingredientes típicos de una película “made in USA”. El director, Clin Eastwood, es, asimismo, el protagonista de la obra. Un veterano, producto de la guerra del Vietnam, acaba de perder a su esposa, la única persona a la que aceptaba sin ningún prejuicio. El joven sacerdote que oficia la ceremonia describe la muerte como un acontecimiento “agridulce”: agrio, por la separación que provoca; dulce, por la vida que se inicia después de la muerte. Al terminar las honras fúnebres, el oficiante se acerca al veterano para sugerirle que se confiese, porque así se lo pidió la esposa en los últimos momentos. Para él, aquello es una pantomima y no disimula su fobia contra todos los que asisten, incluso sus hijos, sus nietos y el sacerdote. Inicia su nueva vida en soledad sin aceptar ayuda de nadie.
Tao, un chaval inmigrante asiático, tímido y vecino del veterano, es incitado contra su voluntad, por una banda violenta, a que robe el antiguo “Gran Torino” del veterano, un automóvil modelo del 72, al que aprecia especialmente. Al entrar en el garaje, sorprende al chaval y, desde ahora, el veterano lo despreciará como un inútil, incapaz de cortejar a una chavala y haber tenido la osadía de quererle robar su automóvil. El sacerdote aparece en los momentos claves de su vida para recordarle el deseo de su esposa.
Un día, el veterano presencia cómo la banda ataca a la chavala en presencia de su novio. Sabe cómo ayudarle y lo consigue mostrando su pistola automática. La familia invita al veterano a una fiesta, para agradecer el gesto que tuvo con su hija. Él acepta y la cercanía a los asiáticos dejan al descubierto su bondad y la de los inmigrantes. El veterano se convierte en el maestro del hijo, y Tao, en su discípulo. Ambos se necesitan. Pero la banda no ceja en la venganza y, otro día, violan a la chavala y le dan una paliza..
El veterano, entonces, va en busca del cura, se confiesa y pone en paz su alma. Se va, desarmado, en busca de la banda y se expone a que lo acribillen a balazos. El drama acaba con todas las situaciones en orden: la banda es sometida por la policía, el barrio consigue la paz, el joven y su hermana orientan su vida, el sacerdote descubre nuevos valores y él muere en paz. Lo único que quedaba en el aire era el haberse tomado la justicia por su mano y la ineficacia de la policía.
La televisión y los periódicos demuestran cada día que los ingredientes que el director de “Gran Torino” ha empleado en su película están presentes en nuestra sociedad española: muertes, palizas, violaciones, inseguridad, bandas organizadas, asaltos, secuestros, desapariciones, robos, niños maltratados, bebés abandonados, violencia en los colegios y en la familia, etc. Y las leyes que se dan no vienen, precisamente, a favorecer soluciones, se hacen con el único objetivo –según se manifiesta- de asemejarnos cada vez más a los grandes países del planeta. Y lo estamos consiguiendo, dejando en manos de los menores y de la delincuencia las grandes decisiones y responsabilidades de la única vida que tenemos aquí y ahora. Mientras, las familias y los mayores ven cómo nuestra sociedad se deteriora sin remedio.
JUAN LEIVA
Tao, un chaval inmigrante asiático, tímido y vecino del veterano, es incitado contra su voluntad, por una banda violenta, a que robe el antiguo “Gran Torino” del veterano, un automóvil modelo del 72, al que aprecia especialmente. Al entrar en el garaje, sorprende al chaval y, desde ahora, el veterano lo despreciará como un inútil, incapaz de cortejar a una chavala y haber tenido la osadía de quererle robar su automóvil. El sacerdote aparece en los momentos claves de su vida para recordarle el deseo de su esposa.
Un día, el veterano presencia cómo la banda ataca a la chavala en presencia de su novio. Sabe cómo ayudarle y lo consigue mostrando su pistola automática. La familia invita al veterano a una fiesta, para agradecer el gesto que tuvo con su hija. Él acepta y la cercanía a los asiáticos dejan al descubierto su bondad y la de los inmigrantes. El veterano se convierte en el maestro del hijo, y Tao, en su discípulo. Ambos se necesitan. Pero la banda no ceja en la venganza y, otro día, violan a la chavala y le dan una paliza..
El veterano, entonces, va en busca del cura, se confiesa y pone en paz su alma. Se va, desarmado, en busca de la banda y se expone a que lo acribillen a balazos. El drama acaba con todas las situaciones en orden: la banda es sometida por la policía, el barrio consigue la paz, el joven y su hermana orientan su vida, el sacerdote descubre nuevos valores y él muere en paz. Lo único que quedaba en el aire era el haberse tomado la justicia por su mano y la ineficacia de la policía.
La televisión y los periódicos demuestran cada día que los ingredientes que el director de “Gran Torino” ha empleado en su película están presentes en nuestra sociedad española: muertes, palizas, violaciones, inseguridad, bandas organizadas, asaltos, secuestros, desapariciones, robos, niños maltratados, bebés abandonados, violencia en los colegios y en la familia, etc. Y las leyes que se dan no vienen, precisamente, a favorecer soluciones, se hacen con el único objetivo –según se manifiesta- de asemejarnos cada vez más a los grandes países del planeta. Y lo estamos consiguiendo, dejando en manos de los menores y de la delincuencia las grandes decisiones y responsabilidades de la única vida que tenemos aquí y ahora. Mientras, las familias y los mayores ven cómo nuestra sociedad se deteriora sin remedio.
JUAN LEIVA