La última cumbre del G-20 en Londres pasará a la historia como uno de los mayores monumentos políticos a la mentira y como uno de los mayores fracasos en la historia de la democracia noderna. Incapaces de dialogar y de ponerse de acuerdo para garantizar la paz, erradicar la desigualdad y eliminar la pobreza y la inseguridad, los líderes mundiales sí han sido capaces de coincidir en el montaje de una farsa para combatir la crisis con medidas absurdas, inundando el sistema de dinero y de gasto público.
A la incompetencia y a la incapacidad para corregir el desastroso rumbo de la sociedad mundial, los decepcionantes dirigentes mundiales le han llamado "nuevo orden global". En realidad se trata de una nueva estafa política a gran escala, que únicamente pretende ganar tiempo y engañar a los ciudadanos con medidas que ya han demostrado su ineficacia. Ellos saben que la crisis es una cuestión de confianza y que la confianza no quedará restablecida hasta que no devuelvan a los ciudadanos la democracia que ellos mismos les han arrebatado, sustituyéndola por una oligocracia indecente, controlada por una "casta" de políticos que se comportan como los "nuevos amos" del mundo.
La decencia no puede construirse desde la mentira y el engaño. ¿Devolverá esta lluvia de dinero la confianza a los mercados? ¿Evitará frenar la sangría de parados que sufre España? El acuerdo logrado en la cumbre de Londres y todas las medidas posteriores no son más que un castillo de naipes diseñado para para contentar a todos, incapaz de frenar la terrible crisis mundial. La foto con Obama de ese fatuo Zapatero que sonríe, cuando debería llorar por los millones de parados y nuevos pobres españoles, le ha costado a España nada menos que 4.000 millones de euros.
La mayoría de los políticos afirman que la "codicia" es la culpable del colapso de la economía mundial, pero los de izquierdas aprovechan la coyuntura y culpan al mercado del caos mundial. Unos y otros mienten y lo peor de todo es que lo hacen conscientemente porque todos ellos saben que la actual depresión de la economía mundial tiene una sóla causa: la mala gestión de los políticos.
Numerosos economístas lo demuestran a diario y lo gritan, aunque sus voces son aplastadas por los gobiernos, que utilizan su gran capacidad de comunicar para mentir a los ciudadanos ocultando su fracaso.
Afirman y demuestran los expertos que los sectores más regulados y controlados por el poder público son, precisamente, los que han ocasionado la crisis y funcionado peor.
No existe un sector en el mundo más regulado que el dinero. Ni un sólo producto financiero puede salir al mercado sin la aprobación de los bancos centrales y de las comisiones de valores, que dependen siempre del poder político. Si el mercado mundial se ha llenado de basura y se ha atiborrado de riesgo es porque los gestores públicos que tenían el deber de impedirlo no hicieron anda. Ni un sólo banco en el mundo escapa a la supervisión y control de los gobiernos y de los órganos reguladores públicos. En algunos casos, como en las cajas de ahorros españolas, los políticos, cargados de osadía, se han convertido en los gestores directos.
La realidad demuestra hasta la saciedad que el fracaso no ha sido del mercado sino de los políticos, que no cumplieron con la misión encomendada de regular y arbitrar para evitar los abusos y desequilibrios. Podríamos argumentar, incluso, que el Estado, siempre ávido de impuestos y de dinero fácil, ha sido el principal estimulador del abuso y de los productos tóxicos, que crearon una riqueza artificial de la que se aprovechó el poder.
En España, la responsabilidad del Estado en los abusos del mercado está más que demostrada y es indiscutible. Las cajas de ahorro, que son la parte del sector financiero gestionado directamente por los políticos, es la que está más cerca de la ruína. Los ayuntamientos, quizás el mejor ejemplo del fracaso de los políticos en España, se financiaron durante más de una década de la construcción desenfrenada que el propio Estado alimentaba y bendecía. El consumo desbocado fue estimulado también desde el poder político, que llenaba sus arcas con los impuestos indirectos y exhibía con orgullo, como un mérito propio, aquel crecimiento artificial.
Los ciudadanos del mundo, marginados de los procesos de toma de decisiones y secuestrados por la "casta" de los nuevos amos, miraba con tristeza las imágenes de la gran hipocresía escenificada en el G-20 e, impotente y triste, se disponía a seguir avanzando hacia la pobreza y el fracaso, conducidos por la peor y más inmoral e inepta estirpe de dirigentes políticos que padece el mundo desde que desaparecieron Hítler, Stalin y Mao.
A la incompetencia y a la incapacidad para corregir el desastroso rumbo de la sociedad mundial, los decepcionantes dirigentes mundiales le han llamado "nuevo orden global". En realidad se trata de una nueva estafa política a gran escala, que únicamente pretende ganar tiempo y engañar a los ciudadanos con medidas que ya han demostrado su ineficacia. Ellos saben que la crisis es una cuestión de confianza y que la confianza no quedará restablecida hasta que no devuelvan a los ciudadanos la democracia que ellos mismos les han arrebatado, sustituyéndola por una oligocracia indecente, controlada por una "casta" de políticos que se comportan como los "nuevos amos" del mundo.
La decencia no puede construirse desde la mentira y el engaño. ¿Devolverá esta lluvia de dinero la confianza a los mercados? ¿Evitará frenar la sangría de parados que sufre España? El acuerdo logrado en la cumbre de Londres y todas las medidas posteriores no son más que un castillo de naipes diseñado para para contentar a todos, incapaz de frenar la terrible crisis mundial. La foto con Obama de ese fatuo Zapatero que sonríe, cuando debería llorar por los millones de parados y nuevos pobres españoles, le ha costado a España nada menos que 4.000 millones de euros.
La mayoría de los políticos afirman que la "codicia" es la culpable del colapso de la economía mundial, pero los de izquierdas aprovechan la coyuntura y culpan al mercado del caos mundial. Unos y otros mienten y lo peor de todo es que lo hacen conscientemente porque todos ellos saben que la actual depresión de la economía mundial tiene una sóla causa: la mala gestión de los políticos.
Numerosos economístas lo demuestran a diario y lo gritan, aunque sus voces son aplastadas por los gobiernos, que utilizan su gran capacidad de comunicar para mentir a los ciudadanos ocultando su fracaso.
Afirman y demuestran los expertos que los sectores más regulados y controlados por el poder público son, precisamente, los que han ocasionado la crisis y funcionado peor.
No existe un sector en el mundo más regulado que el dinero. Ni un sólo producto financiero puede salir al mercado sin la aprobación de los bancos centrales y de las comisiones de valores, que dependen siempre del poder político. Si el mercado mundial se ha llenado de basura y se ha atiborrado de riesgo es porque los gestores públicos que tenían el deber de impedirlo no hicieron anda. Ni un sólo banco en el mundo escapa a la supervisión y control de los gobiernos y de los órganos reguladores públicos. En algunos casos, como en las cajas de ahorros españolas, los políticos, cargados de osadía, se han convertido en los gestores directos.
La realidad demuestra hasta la saciedad que el fracaso no ha sido del mercado sino de los políticos, que no cumplieron con la misión encomendada de regular y arbitrar para evitar los abusos y desequilibrios. Podríamos argumentar, incluso, que el Estado, siempre ávido de impuestos y de dinero fácil, ha sido el principal estimulador del abuso y de los productos tóxicos, que crearon una riqueza artificial de la que se aprovechó el poder.
En España, la responsabilidad del Estado en los abusos del mercado está más que demostrada y es indiscutible. Las cajas de ahorro, que son la parte del sector financiero gestionado directamente por los políticos, es la que está más cerca de la ruína. Los ayuntamientos, quizás el mejor ejemplo del fracaso de los políticos en España, se financiaron durante más de una década de la construcción desenfrenada que el propio Estado alimentaba y bendecía. El consumo desbocado fue estimulado también desde el poder político, que llenaba sus arcas con los impuestos indirectos y exhibía con orgullo, como un mérito propio, aquel crecimiento artificial.
Los ciudadanos del mundo, marginados de los procesos de toma de decisiones y secuestrados por la "casta" de los nuevos amos, miraba con tristeza las imágenes de la gran hipocresía escenificada en el G-20 e, impotente y triste, se disponía a seguir avanzando hacia la pobreza y el fracaso, conducidos por la peor y más inmoral e inepta estirpe de dirigentes políticos que padece el mundo desde que desaparecieron Hítler, Stalin y Mao.