La campaña electoral en Galicia y el País Vasco se torna insegura, violenta e intransigente, creando un caldo de cultivo contrario al ambiente de seguridad y paz que debe presidir a los procesos electorales en democracia. Un autobus de UPyD acaba de ser atacado por batasunos gallegos. En la noche del pasado miércoles, 25 de febrero, la popular y cada día más seguida tertulia nocturna "El gato al agua", de la cadena de televisión Intereconomía, cuestionaba claramente la limpieza de las elecciones gallegas del próximo domingo y aseguraba que muchos muertos van a votar por correo y que esos votos, seguramente, serán dados por válidos. Las dudas sobre la limpieza de los próximos procesos electorales vasco y gallego han comenzado a expresarse no sólo en convesaciones privadas entre ciudadanos, sino también en diversos medios de comunicación. La terrible palabra "pucherazo" empieza a ser utilizada en esta España cada día más herida por la degeneración de la democracia y el desprestigio de su clase política.
Argumentando que los nacionalistas extremos y los grupos violentos incontrolados en el País Vasco y Galicia pueden intimidar a los votantes y alterar la libertad plena que debe presidir los procesos electorales democráticos, un lector de Voto en Blanco reclamaba hace unos días que las próximas elecciones que se celebren en esos territorios sean vigiladas por observadores internacionales que, como hacen en otros países corruptos y tercermundistas del planeta, garanticen con su presencia la libertad y la limpieza de las votaciones.
Nuestro lector empleaba dos argumentos concretos, uno general y otro específico para el País Vasco y Galcia. El argumento general sostiene que si nuestros políticos no son fiables al administrar el dinero público y si están habituados a mentir a los ciudadanos, ¿por qué no van a meter sus garras en las urnas? ¿Quién puede asegurar hoy, en esta España política y moralmente degradada, la limpieza de los procesos electorales?. El específico no es menos contundente: "los grupos nacionalistas violentos acostumbrasn a intimidar a los demócratas cuando se manifiestan, como ocurrió recientemente con UPyD en Galicia y ha ocurrido otras veces tanto en Galicia como el País Vasco cuando reprimieron a conferenciantes de ideas contrarias. ¿Por qué pensar, entonces, que no intimiden a los votantes y coaccionen su libertad en el momento de votar?"
Muchos creen que la intimidación, el miedo y la manipulación son ya elementos comunes en los procesos electorales de determinadas regiones españolas donde el nacionalismo es fuerte. La mejor prueba de que esto es cierto es que hay casi 300.000 vascos que han tenido que huir de Euskadi por miedo al nacionalismo o a los terroristas y que esos exiliados forzosos ni siquiera tienen hoy derecho a votar. Lo único nuevo en las elecciones del próximo domingo es la duda razonable que empiezan a tener muchos ciudadanos de que algunos políticos españoles, cada día más ajenos a la ética y más apalancados en sus sillones y privilegios, estén dispuestos a someter su destino a un proceso electoral libre, limpio y democrático.
Las dudas sobre la limpieza en esos comicios ha llegado, incluso, a los medios de comunicación, algunos de los cuales han expresado su temor a que se produzcan "pucherazos" en el voto por correo de los gallegos, escasamente controlado y poco fiable, así como temor a que los violentos partidarios de ETA recurran al miedo y se desplieguen en la jornada electoral para intimidar a los votantes, como ya han hecho en el pasado con métodos más sutiles, aunque no menos eficaces.
El ansia de poder de los políticos, la irracionalidad violenta del nacionalismo excluyente y el terrorismo, maestro en el manejo de la intimidación y del miedo, crean las condiciones suficientes para dudar de que los votantes en Galicia y el País Vasco puedan disfrutar hoy de todas las garantías de libertad y paz que exigen los procesos electorales autenticamente democraticos.
Con su intenso déficit ético y ante el avance de la corrupción y el abuso de poder, la degradada democracia española quizás no pueda ya garantizar la limpieza de los procesos electorales, lo que convierte a las próximas elecciones en escasamente fiables. Y lo son todavía menos si se tiene en cuenta que se celebran en Galicia y el País Vasco, dos territorios gobernados por el nacionalismo y donde la vigencia de la Constitución Española es, en determinados ámbitos, muy dudosa.
Los demócratas españoles deberían reflexionar profundamente sobre el hecho gravísimo de que la manipulación, la corrupción y la degradación, que ya son evidentes en muchos ámbitos del sistema, puedan invadir también el ámbito electoral, sagrado y decisivo en democracia.
Argumentando que los nacionalistas extremos y los grupos violentos incontrolados en el País Vasco y Galicia pueden intimidar a los votantes y alterar la libertad plena que debe presidir los procesos electorales democráticos, un lector de Voto en Blanco reclamaba hace unos días que las próximas elecciones que se celebren en esos territorios sean vigiladas por observadores internacionales que, como hacen en otros países corruptos y tercermundistas del planeta, garanticen con su presencia la libertad y la limpieza de las votaciones.
Nuestro lector empleaba dos argumentos concretos, uno general y otro específico para el País Vasco y Galcia. El argumento general sostiene que si nuestros políticos no son fiables al administrar el dinero público y si están habituados a mentir a los ciudadanos, ¿por qué no van a meter sus garras en las urnas? ¿Quién puede asegurar hoy, en esta España política y moralmente degradada, la limpieza de los procesos electorales?. El específico no es menos contundente: "los grupos nacionalistas violentos acostumbrasn a intimidar a los demócratas cuando se manifiestan, como ocurrió recientemente con UPyD en Galicia y ha ocurrido otras veces tanto en Galicia como el País Vasco cuando reprimieron a conferenciantes de ideas contrarias. ¿Por qué pensar, entonces, que no intimiden a los votantes y coaccionen su libertad en el momento de votar?"
Muchos creen que la intimidación, el miedo y la manipulación son ya elementos comunes en los procesos electorales de determinadas regiones españolas donde el nacionalismo es fuerte. La mejor prueba de que esto es cierto es que hay casi 300.000 vascos que han tenido que huir de Euskadi por miedo al nacionalismo o a los terroristas y que esos exiliados forzosos ni siquiera tienen hoy derecho a votar. Lo único nuevo en las elecciones del próximo domingo es la duda razonable que empiezan a tener muchos ciudadanos de que algunos políticos españoles, cada día más ajenos a la ética y más apalancados en sus sillones y privilegios, estén dispuestos a someter su destino a un proceso electoral libre, limpio y democrático.
Las dudas sobre la limpieza en esos comicios ha llegado, incluso, a los medios de comunicación, algunos de los cuales han expresado su temor a que se produzcan "pucherazos" en el voto por correo de los gallegos, escasamente controlado y poco fiable, así como temor a que los violentos partidarios de ETA recurran al miedo y se desplieguen en la jornada electoral para intimidar a los votantes, como ya han hecho en el pasado con métodos más sutiles, aunque no menos eficaces.
El ansia de poder de los políticos, la irracionalidad violenta del nacionalismo excluyente y el terrorismo, maestro en el manejo de la intimidación y del miedo, crean las condiciones suficientes para dudar de que los votantes en Galicia y el País Vasco puedan disfrutar hoy de todas las garantías de libertad y paz que exigen los procesos electorales autenticamente democraticos.
Con su intenso déficit ético y ante el avance de la corrupción y el abuso de poder, la degradada democracia española quizás no pueda ya garantizar la limpieza de los procesos electorales, lo que convierte a las próximas elecciones en escasamente fiables. Y lo son todavía menos si se tiene en cuenta que se celebran en Galicia y el País Vasco, dos territorios gobernados por el nacionalismo y donde la vigencia de la Constitución Española es, en determinados ámbitos, muy dudosa.
Los demócratas españoles deberían reflexionar profundamente sobre el hecho gravísimo de que la manipulación, la corrupción y la degradación, que ya son evidentes en muchos ámbitos del sistema, puedan invadir también el ámbito electoral, sagrado y decisivo en democracia.
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