El país que el lehendakari Ibarreche quiere llevar hasta la independencia ha producido ya el exilio de casi 300.000 ciudadanos vascos, que viven dispersos por las tierras de España, asustados ante las amenazas, extorsiones y violencias que han tenido que sufrir en su propia tierra.
El de los vascos es un éxodo de magnitud suficiente para haber provocado la reacción de Naciones Unidas, del Tribunal de la Haya y de las numerosas instituciones y ONGs que dedican su esfuerzo en el mundo a la defensa de los derechos humanos. Pero el drama vasco, por causa de las miserias de la política española, está cuidadosamente oculto bajo las alfombras del poder, con la complicidad de los medios de comunicación y hasta de la Iglesia Católica, cuya implicación en esa tragedia humana es notable.
Numerosos expertos creen que si Ibarretxe consigue convocar el referéndum que pretende y si la ruta hacia la independencia se abre camino, bajo control nacionalista, otro cuarto de millón de vascos se verán obligados a abrazar el exilio, escapando de la tierra de sus antepasados, con lo que el éxodo forzado por el proyecto nacionalista alcanzaría a más de un cuarto de la población del "País".
El destino de ese drama vasco dependía en gran medida del resultado de las elecciones del 9 de marzo. Si Zapatero necesita el apoyo del PNV para gobernar, aumenta el riesgo de que el proceso de secesión vasco quede consumado o al menos que avance lo suficiente para tornarse irreversible. En las tierras vascas ya se habla con optimismo de la "factura" que pagará el PSOE por el apoyo de los diputados del PNV: un nuevo estatuto vasco apoyado por Zapatero, todavía más generoso que el otorgado a los catalanes en la pasada legislatura, que incluya, entre otros espaldarazos al nacionalismo, el acoso al idioma español y un impulso rotundo a la lengua vasca.
Conservar la poltrona de La Moncloa tendrá esta vez un precio mucho más alto que en el pasado, según han proclamado ya con desfachatez indecente los líderes del ultranacionalismo antiespañol, dispuestos a cobrarle ese precio a un Zapatero que, en principio y a juzgar por lo que ha hecho en el pasado, parece dispuesto a pagarlo con tal de seguir gobernando.
Negras sombras amenazan a España si su timón sigue en manos de un gobierno débil, hipotecado con el nacionalismo y sin autoridad moral. Es cierto que los dos partidos políticos con posibilidad de gobernar (PSOE y PP) han dicho que el referéndum de Ibarretxe no se celebrará, pero los acontecimientos ocurridos en nuestra historia reciente, la desesperante debilidad del poder central frente al nacionalismo y el comportamiento de la prensa, la Iglesia, las finanzas y los últimos gobernantes españoles con el nacionalismo permiten albergar todo tipo de sospechas y temores.
El de los vascos es un éxodo de magnitud suficiente para haber provocado la reacción de Naciones Unidas, del Tribunal de la Haya y de las numerosas instituciones y ONGs que dedican su esfuerzo en el mundo a la defensa de los derechos humanos. Pero el drama vasco, por causa de las miserias de la política española, está cuidadosamente oculto bajo las alfombras del poder, con la complicidad de los medios de comunicación y hasta de la Iglesia Católica, cuya implicación en esa tragedia humana es notable.
Numerosos expertos creen que si Ibarretxe consigue convocar el referéndum que pretende y si la ruta hacia la independencia se abre camino, bajo control nacionalista, otro cuarto de millón de vascos se verán obligados a abrazar el exilio, escapando de la tierra de sus antepasados, con lo que el éxodo forzado por el proyecto nacionalista alcanzaría a más de un cuarto de la población del "País".
El destino de ese drama vasco dependía en gran medida del resultado de las elecciones del 9 de marzo. Si Zapatero necesita el apoyo del PNV para gobernar, aumenta el riesgo de que el proceso de secesión vasco quede consumado o al menos que avance lo suficiente para tornarse irreversible. En las tierras vascas ya se habla con optimismo de la "factura" que pagará el PSOE por el apoyo de los diputados del PNV: un nuevo estatuto vasco apoyado por Zapatero, todavía más generoso que el otorgado a los catalanes en la pasada legislatura, que incluya, entre otros espaldarazos al nacionalismo, el acoso al idioma español y un impulso rotundo a la lengua vasca.
Conservar la poltrona de La Moncloa tendrá esta vez un precio mucho más alto que en el pasado, según han proclamado ya con desfachatez indecente los líderes del ultranacionalismo antiespañol, dispuestos a cobrarle ese precio a un Zapatero que, en principio y a juzgar por lo que ha hecho en el pasado, parece dispuesto a pagarlo con tal de seguir gobernando.
Negras sombras amenazan a España si su timón sigue en manos de un gobierno débil, hipotecado con el nacionalismo y sin autoridad moral. Es cierto que los dos partidos políticos con posibilidad de gobernar (PSOE y PP) han dicho que el referéndum de Ibarretxe no se celebrará, pero los acontecimientos ocurridos en nuestra historia reciente, la desesperante debilidad del poder central frente al nacionalismo y el comportamiento de la prensa, la Iglesia, las finanzas y los últimos gobernantes españoles con el nacionalismo permiten albergar todo tipo de sospechas y temores.