La España de Zapatero cada día gusta menos a los demócratas. Es cierto que se han ampliado ciertas libertades, que la ley de igualdad es positiva y que minorías como los gays y las lesbianas han conseguido derechos, pero la democracia es un sistema que se sustenta en valores como la igualdad, la honradez, la justicia y la confianza, ámbitos donde el retroceso ha sido escalofriante.
Ha mentido y engañado demasiadas veces y lo ha hecho con una facilidad pasmosa y con una desfachatez totalitaria. en asuntos claves, como en la negociación con ETA, desmentida y después constatada, en la negociación del Estatuto de Cataluña, cuya inconstitucionalidad es admitida, en privado, por los mismos socialistas que lo defienden, y más recientemente, al negar la existencia de la crisis para ganar las elecciones de 2008.
Al instaurar la mentira y el engaño como sistema de gobierno, queda invalidada la democracia, cuyo eje central es, precisamente, la confianza que los representados depositan en los representantes.
Los demócratas tambien se sienten desengañados ante la arrogancia que se esconde detrás del talante y frente a la obsesión por la pelea y la trifulca con el adversario, al que se le quiere cerrar, de manera obsesiva, todas las vías que conducen al poder, impidiendo así la alternancia, un recurso vital del sistema.
Tampoco gusta a los demócratas su enfermiza obsesión por el poder, un poder casi sin límites, como lo demuestran los abusos del Ministro furtivo de Justicia o los despilfarros de Touriño con el dinero público, que permiten al partido gobernante invadir sin escrúpulos los poderes Legislativo y Judicial, los cuales, si están sometidos al Ejecutivo, dejan de ser democráticos.
No nos gustan las listas cerradas y bloqueadas, que impiden al ciudadano elegir libremente, ni la marginación del ciudadano del proceso de decisiones, ni la forma socialista de entender el poder político, como si ser elegidos por los votos significara libertad ilimitada para hacer y deshacer durante cuatro años. No nos gusta que los ciudadanos ni siquiera conozcan a sus representantes y menos aun que la lealtad y el respeto de los representantes sean para los dirigentes que los incluyen en las listas, nunca para los ciudadanos a los que representan. Tampoco nos gusta que los diputados y senadores elegidos sean las personas con menos libertad de expresión en toda España porque aquel que hable libremente en las cámaras, si lo hiciera en contra de los intereses y consignas de su partido, sería expulsado "ipso facto" de la carrera política. ¿Cómo puede gustarnos que en la democracia española se castigue y reprima el voto de conciencia? Menos todavía nos gusta la tolerancia con la corrupción y la falta de exigencias éticas para los que ocupan responsabilidades públicas. No pueden gustarnos la obsesión por los privilegios que exhiben los poderosos de la política, ni la caída generalizada de los valores y principios que han propiciado y que hoy ha convertido a la sociedad democrática en un caldo podrido donde la fraternidad. el respeto, el esfuerzo y la solidaridad están casi proscritos.
A ningún demócrata puede gustarle que durante el gobierno Zapatero los políticos hayan perdido prestigio y respeto y menos todavía que el desprecio hacia los políticos empiece a afectar también al sistema, hasta el punto de que muchos afirman ya que "la democracia es una estafa".
Menos todavía nos gusta que el poder haya perdido su dimensión ejemplarizante, imprescindible para el liderazgo.
¿Que decir de la igualdad cuando los puestos y concursos se consiguen por enchufe? ¿Que decir de la Justicia, cuando el mismo ministro explica al pueblo que la ley se aplica de manera benevolente a los amigos y de manera implacable a los adversarios? ¿Qué decir de la solidaridad, cuando han aprobado un Estatuto que beneficia a Cataluña y la coloca por encima de las demás autonomías? ¿Qué pasa con la igualdad, violada a diario por altos funcionarios instalados en la arrogancia y el privilegio?
Algunos dirán, tal vez con razón, que la oposición es idéntica, pero esa excusa no exime de culpa. No es fácil que la oposición pueda ser peor porque el listón está muy alto, pero es cierto que no se ven diferencias sustanciales en los demás partidos políticos, algunos de los cuales, como Izquierda Unida y los nacionalistas extremos, quizás sean todavía menos democráticos, De la oposición de derechas, que es la otra opción viable de gobierno, también desconfiamos porque en sus propuestas faltan las reformas necesarias para regenerar el sistema y porque, cuando gobierna, lo hace copiando los métodos y estilos del PSOE.
La situación es tan decepcionante que la conciencia y la responsabilidad sólo permite a los demócratas apoyar a partidos limpios y esperanzadores, como UPyD y Ciudadanos, o votar en blanco porque votar en blanco, en democracia, significa una aceptación del sufragio universal, pero un rechazo a los políticos. a sus partidos y a sus propuestas y métodos injustos, indecentes e indignos.
Ha mentido y engañado demasiadas veces y lo ha hecho con una facilidad pasmosa y con una desfachatez totalitaria. en asuntos claves, como en la negociación con ETA, desmentida y después constatada, en la negociación del Estatuto de Cataluña, cuya inconstitucionalidad es admitida, en privado, por los mismos socialistas que lo defienden, y más recientemente, al negar la existencia de la crisis para ganar las elecciones de 2008.
Al instaurar la mentira y el engaño como sistema de gobierno, queda invalidada la democracia, cuyo eje central es, precisamente, la confianza que los representados depositan en los representantes.
Los demócratas tambien se sienten desengañados ante la arrogancia que se esconde detrás del talante y frente a la obsesión por la pelea y la trifulca con el adversario, al que se le quiere cerrar, de manera obsesiva, todas las vías que conducen al poder, impidiendo así la alternancia, un recurso vital del sistema.
Tampoco gusta a los demócratas su enfermiza obsesión por el poder, un poder casi sin límites, como lo demuestran los abusos del Ministro furtivo de Justicia o los despilfarros de Touriño con el dinero público, que permiten al partido gobernante invadir sin escrúpulos los poderes Legislativo y Judicial, los cuales, si están sometidos al Ejecutivo, dejan de ser democráticos.
No nos gustan las listas cerradas y bloqueadas, que impiden al ciudadano elegir libremente, ni la marginación del ciudadano del proceso de decisiones, ni la forma socialista de entender el poder político, como si ser elegidos por los votos significara libertad ilimitada para hacer y deshacer durante cuatro años. No nos gusta que los ciudadanos ni siquiera conozcan a sus representantes y menos aun que la lealtad y el respeto de los representantes sean para los dirigentes que los incluyen en las listas, nunca para los ciudadanos a los que representan. Tampoco nos gusta que los diputados y senadores elegidos sean las personas con menos libertad de expresión en toda España porque aquel que hable libremente en las cámaras, si lo hiciera en contra de los intereses y consignas de su partido, sería expulsado "ipso facto" de la carrera política. ¿Cómo puede gustarnos que en la democracia española se castigue y reprima el voto de conciencia? Menos todavía nos gusta la tolerancia con la corrupción y la falta de exigencias éticas para los que ocupan responsabilidades públicas. No pueden gustarnos la obsesión por los privilegios que exhiben los poderosos de la política, ni la caída generalizada de los valores y principios que han propiciado y que hoy ha convertido a la sociedad democrática en un caldo podrido donde la fraternidad. el respeto, el esfuerzo y la solidaridad están casi proscritos.
A ningún demócrata puede gustarle que durante el gobierno Zapatero los políticos hayan perdido prestigio y respeto y menos todavía que el desprecio hacia los políticos empiece a afectar también al sistema, hasta el punto de que muchos afirman ya que "la democracia es una estafa".
Menos todavía nos gusta que el poder haya perdido su dimensión ejemplarizante, imprescindible para el liderazgo.
¿Que decir de la igualdad cuando los puestos y concursos se consiguen por enchufe? ¿Que decir de la Justicia, cuando el mismo ministro explica al pueblo que la ley se aplica de manera benevolente a los amigos y de manera implacable a los adversarios? ¿Qué decir de la solidaridad, cuando han aprobado un Estatuto que beneficia a Cataluña y la coloca por encima de las demás autonomías? ¿Qué pasa con la igualdad, violada a diario por altos funcionarios instalados en la arrogancia y el privilegio?
Algunos dirán, tal vez con razón, que la oposición es idéntica, pero esa excusa no exime de culpa. No es fácil que la oposición pueda ser peor porque el listón está muy alto, pero es cierto que no se ven diferencias sustanciales en los demás partidos políticos, algunos de los cuales, como Izquierda Unida y los nacionalistas extremos, quizás sean todavía menos democráticos, De la oposición de derechas, que es la otra opción viable de gobierno, también desconfiamos porque en sus propuestas faltan las reformas necesarias para regenerar el sistema y porque, cuando gobierna, lo hace copiando los métodos y estilos del PSOE.
La situación es tan decepcionante que la conciencia y la responsabilidad sólo permite a los demócratas apoyar a partidos limpios y esperanzadores, como UPyD y Ciudadanos, o votar en blanco porque votar en blanco, en democracia, significa una aceptación del sufragio universal, pero un rechazo a los políticos. a sus partidos y a sus propuestas y métodos injustos, indecentes e indignos.
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