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España ya no es una nación, sino sólo un país sin alma



Los políticos han arrebatado el alma a España y han logrado que deje de ser una nación y que sólo sea un país. A los españoles les falta la esencia de toda nación que es la voluntad de vivir en común, unidos, ilusionados y compartiendo valores, cultura y objetivos.

¿Dónde están las metas comunes de los españoles, la ilusión colectiva, el deseo de mantenerse unidos y la voluntad de afrontar junto el futuro?

Los políticos, inconscientes, equivocados y dominados por la corrupción, el egoísmo, la arrogancia y una miserable obsesión por el poder y los privilegios, han asesinado a la nación española y han creado en su lugar un revoltijo de comunidades autónomas disgregadas y de partidos políticos a los que les falta el amor por la patria común y el deseo servicio y de convivir unidos y en paz, buscando la prosperidad y la felicidad de los ciudadanos.

La clase política española ha fracasado y nos ha llevado a ser un Estado casi fallido, donde algunas regiones, espoleadas por sus políticos, quieren ser independientes y esparciendo el odio, hacen lo posible por destrozar la patria común.

España, la nación más antigua de Europa, cuya unidad se forjó en la lucha contra la invasión musulmana y compartiendo una religión, unos valores y una cultura humanística, de raíces grecorromanas, por culpa de sus líderes, es ya sólo un país lleno de amenazas y con un futuro incierto.
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España, por culpa de sus políticos, ya no es una nación sino sólo un país
Las naciones se forjan cuando un pueblo decide convivir compartiendo territorio, metas, objetivos y destino. Sólo entonces surge el Estado nación, que es una forma de organización política que se caracteriza por tener un territorio claramente delimitado, una población relativamente constante y un gobierno común.

España, si se analiza sin pasión y con la frialdad requerida, no es hoy un Estado nación, sino un revoltijo de comunidades autónomas disgregadas, gobernadas por minigobiernos diferentes que se comportan como taifas que en lugar de compartir rasgos, valores y objetivos, pugnan por diferenciarse y que en su proceso de estupidez creciente, hasta repudian los símbolos y el idioma común.

Hay cientos de miles de políticos y dirigentes dominados por el odio y el deseo de ruptura que defienden que España no existe como nación, que es un invento, que es sólo un estado dentro del cual hay diversas naciones, todas ellas oprimidas por el simple hecho de estar sometidas a un Estado impuesto.

Esa labor de demolición, plagada de envidias, odios y bajezas, ha sido obra exclusiva de una clase dirigente española que ha antepuesto siempre sus intereses bastardos y mezquinos al interés general y al bien común. En esa España, los enemigos de España están demostrando ser más vitales y fuertes que sus defensores.

Echar una mirada a Cataluña o al País Vasco, dos autonomías en estado de rebeldía, y al creciente proceso disgregador de Valencia, Galicia, Baleares, Navarra y otras autonomías es contemplar el fracaso de la clase dirigente española, en especial de los políticos y sus partidos, que tienen las manos manchadas de destrucción de nuestra patria común y de ruina de nuestro destino como nación de hombres y mujeres libres.

La situación es tan grave en España que no hay en toda Europa y probablemente en el mundo otra nación más en peligro de autodestruirse que esta España que habitamos en los inicios del siglo XXI, en la que los políticos y los ciudadanos están divorciados y en la que las fuerzas disgregadoras, el egoísmo y la bajeza dominan sobre todo lo que congrega y une.

Han hecho de España un país sin ilusiones comunes y cada día con menos esperanza en el futuro, un país triste que antes era de los más alegres del mundo, donde los andaluces, extremeños y castellanos se sienten extranjeros en la tierra catalana o vasca y donde los políticos no impulsan los valores sino los odios, las rencillas y lo que separa.

Dividida y sin compartir un destino común, España se ha hecho débil y hoy está casi indefensa. Ni siquiera es capaz de plantar cara a injusticias internacionales como los aranceles impuestos a los productos españoles por un país que en teoría es aliado, como Estados Unidos, pero que nos desprecia por nuestra debilidad y por las inclinaciones totalitarias del gobierno, donde el comunismo dirige el Estado con el permiso de un partido socialista que ha sido desvirtuado y minado por una corriente tan nefasta y deplorable como el sanchismo", adoradora del poder y de los privilegios e incapaz de regenerar la vieja nación, hoy enferma, postrada y en peligro de muerte.

¿Para qué respetar a España si España no se respeta a si misma?

Nunca como hoy fue tan veraz y certero el diagnóstico de Otto Von Bismark, cuando afirmó que España debe ser el país más fuerte del mundo porque los españoles llevan siglos intentando destruirla y no lo consiguen. La diferencia es que hoy, una clase política que puede considerarse como una de las peores del planeta, sí está a punto de lograrlo.


Francisco Rubiales


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Miércoles, 17 de Febrero 2021
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