Cada día son más los españoles que creen que el rey Felipe VI debería hacer algo más por la salvación de España. Instrumentos tiene para impedir la traición, apoyándose en el bien común y en los valores morales del pueblo. Si no lo hace, tal vez la casta política que encabeza Sánchez acabe con la Monarquía, que es, junto con el pueblo consciente y libre, el único obstáculo que separa a los miserables de la tiranía.
Aunque no lo parezca, la Constitución otorga al monarca más poder del que aparenta y utiliza. Su padre, Juan Carlos I lo sabía y utilizó algunos de esos poderes en ocasiones como el fallido golpe de Tejero y situándose al frente del establishment español, del que fue líder indiscutible durante décadas ejerciendo una influencia muy poderosa sobre la nobleza, los grandes empresarios, los editores de medios de comunicación y un seleccionado grupo de profesionales y altos funcionarios con poder real.
El rey, por ejemplo, podría rechazar los apoyos que les lleve Sánchez para su gobierno y decirle que no puede encargarle la formación de un gobierno con esos socios que no ocultan su odio a España, su desprecio a la Constitución y su intención de destrozar la nación. No sólo podría sino que, en opinión de muchos constitucionalistas, debería hacerlo, ya que el monarca tiene la misión de cuidar la integridad de una nación que esos políticos y sus partidos están amenazando. Hay expertos que piensan también que si el rey encarga a Sánchez formar gobierno con socios que incumplen las leyes y pretenden romper España, se estará saliendo del marco constitucional.
Si el rey quisiera conectar con esa parte atribulada de su pueblo, la mejor preparada, más indignada ante la corrupción y la ineficacia y la más patriota, cada día más divorciada de la clase política tradicional, sobre todo de la izquierda, que se desliza con preocupante fuerza hacia el republicanismo y el marxismo tirano, tendría que salirse del guion, armarse de osadía democrática y negarse a dar su bendición como Jefe del Estado a partidos nacionalistas que tienen un ideario asesino contra España y a la Constitución.
Evidentemente, se trata de un paso arriesgado, pero las enfermedades graves, como la que padece esta España dominada por gente que la odia, requieren remedios graves.
Sólo el pueblo puede salvar al rey y a la monarquía, del mismo modo que sólo el pueblo español podrá salvar la democracia. De los políticos y de sus partidos, la mayoría ya corrompidos y envilecidos sin retorno, no cabe esperar nada bueno.
Francisco Rubiales
Aunque no lo parezca, la Constitución otorga al monarca más poder del que aparenta y utiliza. Su padre, Juan Carlos I lo sabía y utilizó algunos de esos poderes en ocasiones como el fallido golpe de Tejero y situándose al frente del establishment español, del que fue líder indiscutible durante décadas ejerciendo una influencia muy poderosa sobre la nobleza, los grandes empresarios, los editores de medios de comunicación y un seleccionado grupo de profesionales y altos funcionarios con poder real.
El rey, por ejemplo, podría rechazar los apoyos que les lleve Sánchez para su gobierno y decirle que no puede encargarle la formación de un gobierno con esos socios que no ocultan su odio a España, su desprecio a la Constitución y su intención de destrozar la nación. No sólo podría sino que, en opinión de muchos constitucionalistas, debería hacerlo, ya que el monarca tiene la misión de cuidar la integridad de una nación que esos políticos y sus partidos están amenazando. Hay expertos que piensan también que si el rey encarga a Sánchez formar gobierno con socios que incumplen las leyes y pretenden romper España, se estará saliendo del marco constitucional.
Si el rey quisiera conectar con esa parte atribulada de su pueblo, la mejor preparada, más indignada ante la corrupción y la ineficacia y la más patriota, cada día más divorciada de la clase política tradicional, sobre todo de la izquierda, que se desliza con preocupante fuerza hacia el republicanismo y el marxismo tirano, tendría que salirse del guion, armarse de osadía democrática y negarse a dar su bendición como Jefe del Estado a partidos nacionalistas que tienen un ideario asesino contra España y a la Constitución.
Evidentemente, se trata de un paso arriesgado, pero las enfermedades graves, como la que padece esta España dominada por gente que la odia, requieren remedios graves.
Sólo el pueblo puede salvar al rey y a la monarquía, del mismo modo que sólo el pueblo español podrá salvar la democracia. De los políticos y de sus partidos, la mayoría ya corrompidos y envilecidos sin retorno, no cabe esperar nada bueno.
Francisco Rubiales