No satisfechos con haber arruinado el país, asfixiado la sociedad civil, endeudado el Estado y acabado con los valores tradicionales que mantenían saludable a la nación, los políticos, asustados ante el rechazo ciudadano y el auge de la protesta, han decidido dividir y enfrentar a los españoles, una decisión peligrosa que revela toda la bajeza de la clase política y la pésima calidad del sistema, al que llaman democrático sin serlo.
Llevamos dos elecciones generales en medio año sin que los políticos hayan sabido ponerse de acuerdo para cumplir el mandato popular de integrar un gobierno. Algunos creen que nos dirigimos hacia una tercera cita electoral, que se celebraría en diciembre y que provocaría más rechazo, crispación y odio entre los españoles.
No existe en toda Europa una nación más dividida y que más rechace a sus políticos que España. La división llega al extremo de que algunas regiones luchan por la independencia y el rechazo envenena la convivencia y bloquea e impide la democracia, que es un sistema que necesita de la confianza de los ciudadanos para que sea legítimo.
Si alguien cree que tachar de "guerra civil sin fusiles" lo que está viviendo España, que encienda el televisor, sintonice la radio, lea la prensa o incursione por las redes y blogs de Internet. La guerra que contemple será tan real y cruda que hasta podría mancharle la mente y la ropa de odio y sangre.
Las clases dirigentes, desconcertadas e incapaces de controlar los procesos de indignación, rechazo y desintegración, han recurrido al miedo y a la división para mantener su abusivo poder, un poder que carece de controles suficientes, que está divorciado de la ciudadanía y que solo les beneficia a ellos. El resultado de esa política suicida es una división aguda y cargada de tensión que enfrenta a los viejos partidos con los nuevos, a los jóvenes con los viejos, a los desempleados con los que trabajan, a los pobres y los ricos, a los políticos con los ciudadanos, a los de izquierdas con los de derecha, a los de distintas religiones, a los de distintos clubes de fútbol y a los de unas regiones con otras.
España vive una especie de guerra civil sin disparos que, por el momento, consigue el propósito de los miserables que la han diseñado y desatado: mantener el timón en manos de los poderosos, pero que genera heridas difíciles de cicatrizar y odios que fracturan la convivencia y duran generaciones.
Francisco Rubiales
Llevamos dos elecciones generales en medio año sin que los políticos hayan sabido ponerse de acuerdo para cumplir el mandato popular de integrar un gobierno. Algunos creen que nos dirigimos hacia una tercera cita electoral, que se celebraría en diciembre y que provocaría más rechazo, crispación y odio entre los españoles.
No existe en toda Europa una nación más dividida y que más rechace a sus políticos que España. La división llega al extremo de que algunas regiones luchan por la independencia y el rechazo envenena la convivencia y bloquea e impide la democracia, que es un sistema que necesita de la confianza de los ciudadanos para que sea legítimo.
Si alguien cree que tachar de "guerra civil sin fusiles" lo que está viviendo España, que encienda el televisor, sintonice la radio, lea la prensa o incursione por las redes y blogs de Internet. La guerra que contemple será tan real y cruda que hasta podría mancharle la mente y la ropa de odio y sangre.
Las clases dirigentes, desconcertadas e incapaces de controlar los procesos de indignación, rechazo y desintegración, han recurrido al miedo y a la división para mantener su abusivo poder, un poder que carece de controles suficientes, que está divorciado de la ciudadanía y que solo les beneficia a ellos. El resultado de esa política suicida es una división aguda y cargada de tensión que enfrenta a los viejos partidos con los nuevos, a los jóvenes con los viejos, a los desempleados con los que trabajan, a los pobres y los ricos, a los políticos con los ciudadanos, a los de izquierdas con los de derecha, a los de distintas religiones, a los de distintos clubes de fútbol y a los de unas regiones con otras.
España vive una especie de guerra civil sin disparos que, por el momento, consigue el propósito de los miserables que la han diseñado y desatado: mantener el timón en manos de los poderosos, pero que genera heridas difíciles de cicatrizar y odios que fracturan la convivencia y duran generaciones.
Francisco Rubiales