España se vistió de impericia y se cubrió de ridículo ante la comunidad mundial al agasajar en enero último, en Madrid, con excesiva generosidad y sin prudencia, al boliviano Evo Morales, otorgándole un tratamiento de moderno líder innovador y amigo, regalándole dinero sin pedirle nada a cambio y recibiendo, después, como respuesta, la nacionalización de los recursos que gestionaba la empresa hispano- argentina Repsol YPF en Bolivia y un ataque al banco BBVA, al que Don Evo exige que entregue algunos fondos y acciones que gestiona, unas decisiones del gobierno boliviano que, probablemente, violan los tratados recíprocos y la legislación internacional sobre inversiones.
Aquellas imágenes sonrientes del rey y del presidente del gobierno de España con el recién elegido presidente de Bolivia, que dieron la vuelta al mundo, no anticipaban un idilio sino un conflicto. Evo Morales llegaría a comentar después, sorprendido, que le regalaban dinero en Madrid sin que ni siquiera él lo hubiera pedido. Aquellas promesas sorprendentemente genorasas de dinero fácil hechas al líder indígena boliviano, cuando sólo era candidato, por el Secretario de Estado español de Asuntos Exteriores, Bernardido León, no eran una inversión audaz, sino una muestra de debilidad frente a alguién que, como muchos indígenas americanos, siguen odiando en su interior a los conquistadores españoles, a los que acusan, quizás con cierta razón, de ser los causantes del declive de su cultura y raza.
Mientras las cadenas de televisión amigas del gobierno hablaban de la austera elegancia del indígena, portador de una antiprotocolario jersey de lana reyado, algunos imbéciles, en esta España papanata, se compraron jerseys a rayas para imitar la moda exportada por el lider andino.
Zapatero, en su más absurdo que utópico deseo de cambiar el mundo desde España, parace querer sustituir a los que hoy dirigen los asuntos del planeta, entre ellos a Estados Unidos y Gran Bretaña, por otro liderazgo que aporte nuevas ideas, integrado por él mismo, acompañado de nuevos amigos cuyo único denominador común visible es su desprecio por los derechos humanos y la democracia.
Son errores bisoños de una política exterior en manos de “inexpertos” que creen que la negociación y el abrazo sonriente pueden sustituir a valores estables que han soportado las relaciones internacionales durante siglos, como el respeto a las leyes y la reciprocidad. Son torpezas diplomáticas y estratégicas de gente que ignora que si existe un espacio en política que no puede alimentarse de utopías, sueños y deseos, es la política exterior, donde los intereses de unos chocan con los de otros y donde el realismo se impone siempre por la fuerza de la razón y de la lógica.
Aquellas imágenes sonrientes del rey y del presidente del gobierno de España con el recién elegido presidente de Bolivia, que dieron la vuelta al mundo, no anticipaban un idilio sino un conflicto. Evo Morales llegaría a comentar después, sorprendido, que le regalaban dinero en Madrid sin que ni siquiera él lo hubiera pedido. Aquellas promesas sorprendentemente genorasas de dinero fácil hechas al líder indígena boliviano, cuando sólo era candidato, por el Secretario de Estado español de Asuntos Exteriores, Bernardido León, no eran una inversión audaz, sino una muestra de debilidad frente a alguién que, como muchos indígenas americanos, siguen odiando en su interior a los conquistadores españoles, a los que acusan, quizás con cierta razón, de ser los causantes del declive de su cultura y raza.
Mientras las cadenas de televisión amigas del gobierno hablaban de la austera elegancia del indígena, portador de una antiprotocolario jersey de lana reyado, algunos imbéciles, en esta España papanata, se compraron jerseys a rayas para imitar la moda exportada por el lider andino.
Zapatero, en su más absurdo que utópico deseo de cambiar el mundo desde España, parace querer sustituir a los que hoy dirigen los asuntos del planeta, entre ellos a Estados Unidos y Gran Bretaña, por otro liderazgo que aporte nuevas ideas, integrado por él mismo, acompañado de nuevos amigos cuyo único denominador común visible es su desprecio por los derechos humanos y la democracia.
Son errores bisoños de una política exterior en manos de “inexpertos” que creen que la negociación y el abrazo sonriente pueden sustituir a valores estables que han soportado las relaciones internacionales durante siglos, como el respeto a las leyes y la reciprocidad. Son torpezas diplomáticas y estratégicas de gente que ignora que si existe un espacio en política que no puede alimentarse de utopías, sueños y deseos, es la política exterior, donde los intereses de unos chocan con los de otros y donde el realismo se impone siempre por la fuerza de la razón y de la lógica.