Alemania, Europa y el FMI se están equivocando con las recetas que imponen a España porque no la conocen. Creen que España es como Francia, Inglaterra, Holanda o cualquier otro país democrático de Occidente, pero España no es eso sino una partitocracia de golfos habituados a arruinarlo todo, como ya han arruinado las cajas de ahorro, la prosperidad, el Estado de Derecho y buena parte de los valores, principios y decencia que poseía la sociedad.
Para salvar a España no son suficientes el equilibrio presupuestario, el control del déficit y los recortes, unidos a medidas de estímulo que reactiven la economía y la hagan más competitiva. España necesita de una terapia previa diferente y más radical: que la liberen de las bandas de políticos parásitos e ineptos, sin capacidad de liderazgo ni escrúpulos morales, que se han apoderado de los grandes partidos políticos y del Estado y que se instaure en el país una verdadera democracia.
El mundo occidental no es consciente de hasta que punto España está minada por la corrupción y el abuso de poder. Ni siquiera pueden imaginar lo que los políticos y sindicalistas han hecho con el sistema financiero que controlaban, esas cajas de ahorro que eran instituciones sanas y pujantes hasta que los políticos se sentaron en sus consejos y empezaron a desvalijarlas sin piedad. Han construido aeropuertos sin aviones y trenes de alta velocidad sin pasajeros, enriqueciendo a los amigos y embolsándose comisiones secretas. Han llenado las administraciones de familiares y amigos, tirando los billetes públicos como si fueran confetis. Todos los depredadores, saqueadores y despilfarradores se han escapado de la Justicia sin pagar su deuda, muchos de ellos inmensamente ricos, atiborrados de dinero público. No saben que mientras en España subsista una clase política así, ninguna receta tradicional surtirá efecto.
Hay dos ejemplos que demuestran cómo España también en política es diferente. El primero es el descalabro de Zapatero, un dirigente que cosechó un nivel de rechazo ciudadano tan grande que tuvo que ser apartado de la política por su mismo partida para evitar un desastre electoral, que al final se produjo, aunque atenuado. Zapatero destruyó España durante sus siete años de mandato, no sólo en su economía, sino también en su moral, confundiendo, desmoralizando, mintiendo, esparciendo corrupción desde lo público y creando millones de seres que ya no saben distinguir entre el bien y el mal. El segundo ejemplo es el vertiginoso deterioro de Mariano Rajoy, que pierde apoyos a un rítmo fulgurante, como consecuencia de que su gobierno es cobarde, mentiroso e injusto. No sólo ha hecho pagar la factura de la crisis a las clases medias y a los que tienen un puesto de trabajo, sino que ha dilapidado la credibilidad, agotado la legitimidad y frustrado a millones de españoles que le dieron su voto al no atreverse a acabar con el gran cáncer del país, que es un Estado enorme, corrupto, inepto y tan costoso que ningún país podría financiar sin arruinarse.
Los norteamericanos son los únicos que lo tienen medianamente claro: Ellos piensan que España es un país inviable mientras subsistan dos dramas terribles en el corazón del Estado español: el primero es la pésima calidad de sus políticos, egoístas, sectarios, ineptos e incapaces de anteponer el interés general al bien común, más interesados en destruirse mutuamente que en trabajar por la nación y por sus ciudadanos; el segundo es el inmenso coste del Estado Español, probablemente el más irracional y caro de todo el Occidente, dividido en 17 reinos de taifas, con miles de parásitos aferrados a la teta pública y con miles de instituciones y administraciones que realizan el mismo trabajo y que no aportan absolutamente nada al bien común.
En una país normal, la receta que se está aplicando a España funcionaría. Primero hay que reducir los gastos y realizar recortes y reformas que hagan al país competitivo, para después empezar a trabajar para recuperar la prosperidad. Pero en España esa receta no sirve porque cualquier despegue, ajuste o reforma será boicoteado por una clase política dividida e invadida de enfermedades terminales como la corrupción, la avaricia, la golfería y la insolidaridad. Los enemigos de España no están fuera, sino dentro del Estado y quien no se lo crea que analice hoy la política socialista, animadora de la trifulca y del enfrentamiento, o la de los nacionalistas vascos y catalanes, felices de que España se debilite porque así piensan que será más fácil independizarse.
Los socios y aliados de España en el mundo deberían hacer un esfuerzo para entender hasta que punto este país se ha deteriorado en los últimos treinta años. Si no creen en estas tesis, que contemplen las estadísticas y descubrirán con sorpresa que esta España que se autoproclama "democrática" es líder internacional en casi todas las lacras y vergüenzas, campeona de muchas calamidades y dramas: tráfico y consumo de drogas, blanqueo de capitales, despilfarro, arbitrariedad de los grandes poderes, impunidad del poder político, refugio de dinero mafioso, trata de blancas, prostitución, alcoholismo, fracaso escolar, deterioro de la democracia, desprestigio de la clase política, desahucios, destrucción de tejido productivo, desempleo, avance de la pobreza... y un largo etcétera que demuestra, con implacable certeza, que España es un país pésimamente gobernado, una auténtica partitocracia de golfos que más que recetas económicas necesita una inmensa purga que llene las cárceles del país de indeseables y delincuentes con poder.
Para salvar a España no son suficientes el equilibrio presupuestario, el control del déficit y los recortes, unidos a medidas de estímulo que reactiven la economía y la hagan más competitiva. España necesita de una terapia previa diferente y más radical: que la liberen de las bandas de políticos parásitos e ineptos, sin capacidad de liderazgo ni escrúpulos morales, que se han apoderado de los grandes partidos políticos y del Estado y que se instaure en el país una verdadera democracia.
El mundo occidental no es consciente de hasta que punto España está minada por la corrupción y el abuso de poder. Ni siquiera pueden imaginar lo que los políticos y sindicalistas han hecho con el sistema financiero que controlaban, esas cajas de ahorro que eran instituciones sanas y pujantes hasta que los políticos se sentaron en sus consejos y empezaron a desvalijarlas sin piedad. Han construido aeropuertos sin aviones y trenes de alta velocidad sin pasajeros, enriqueciendo a los amigos y embolsándose comisiones secretas. Han llenado las administraciones de familiares y amigos, tirando los billetes públicos como si fueran confetis. Todos los depredadores, saqueadores y despilfarradores se han escapado de la Justicia sin pagar su deuda, muchos de ellos inmensamente ricos, atiborrados de dinero público. No saben que mientras en España subsista una clase política así, ninguna receta tradicional surtirá efecto.
Hay dos ejemplos que demuestran cómo España también en política es diferente. El primero es el descalabro de Zapatero, un dirigente que cosechó un nivel de rechazo ciudadano tan grande que tuvo que ser apartado de la política por su mismo partida para evitar un desastre electoral, que al final se produjo, aunque atenuado. Zapatero destruyó España durante sus siete años de mandato, no sólo en su economía, sino también en su moral, confundiendo, desmoralizando, mintiendo, esparciendo corrupción desde lo público y creando millones de seres que ya no saben distinguir entre el bien y el mal. El segundo ejemplo es el vertiginoso deterioro de Mariano Rajoy, que pierde apoyos a un rítmo fulgurante, como consecuencia de que su gobierno es cobarde, mentiroso e injusto. No sólo ha hecho pagar la factura de la crisis a las clases medias y a los que tienen un puesto de trabajo, sino que ha dilapidado la credibilidad, agotado la legitimidad y frustrado a millones de españoles que le dieron su voto al no atreverse a acabar con el gran cáncer del país, que es un Estado enorme, corrupto, inepto y tan costoso que ningún país podría financiar sin arruinarse.
Los norteamericanos son los únicos que lo tienen medianamente claro: Ellos piensan que España es un país inviable mientras subsistan dos dramas terribles en el corazón del Estado español: el primero es la pésima calidad de sus políticos, egoístas, sectarios, ineptos e incapaces de anteponer el interés general al bien común, más interesados en destruirse mutuamente que en trabajar por la nación y por sus ciudadanos; el segundo es el inmenso coste del Estado Español, probablemente el más irracional y caro de todo el Occidente, dividido en 17 reinos de taifas, con miles de parásitos aferrados a la teta pública y con miles de instituciones y administraciones que realizan el mismo trabajo y que no aportan absolutamente nada al bien común.
En una país normal, la receta que se está aplicando a España funcionaría. Primero hay que reducir los gastos y realizar recortes y reformas que hagan al país competitivo, para después empezar a trabajar para recuperar la prosperidad. Pero en España esa receta no sirve porque cualquier despegue, ajuste o reforma será boicoteado por una clase política dividida e invadida de enfermedades terminales como la corrupción, la avaricia, la golfería y la insolidaridad. Los enemigos de España no están fuera, sino dentro del Estado y quien no se lo crea que analice hoy la política socialista, animadora de la trifulca y del enfrentamiento, o la de los nacionalistas vascos y catalanes, felices de que España se debilite porque así piensan que será más fácil independizarse.
Los socios y aliados de España en el mundo deberían hacer un esfuerzo para entender hasta que punto este país se ha deteriorado en los últimos treinta años. Si no creen en estas tesis, que contemplen las estadísticas y descubrirán con sorpresa que esta España que se autoproclama "democrática" es líder internacional en casi todas las lacras y vergüenzas, campeona de muchas calamidades y dramas: tráfico y consumo de drogas, blanqueo de capitales, despilfarro, arbitrariedad de los grandes poderes, impunidad del poder político, refugio de dinero mafioso, trata de blancas, prostitución, alcoholismo, fracaso escolar, deterioro de la democracia, desprestigio de la clase política, desahucios, destrucción de tejido productivo, desempleo, avance de la pobreza... y un largo etcétera que demuestra, con implacable certeza, que España es un país pésimamente gobernado, una auténtica partitocracia de golfos que más que recetas económicas necesita una inmensa purga que llene las cárceles del país de indeseables y delincuentes con poder.