Me han entrevistado, como experto, para un suplemento especial que pretende editar el Grupo Joly sobre los rasgos de la actual campaña electoral y les he dicho que es decepcionante, que es casi plana, sin emoción, sin riesgo, sin contenidos atrayentes, sin un gramo de innovación, utilizando los mismos recursos que hace dos décadas, pero sin que los candidatos se atrevan a salirse del guión que les dictan las poderosas e implacables élites de sus respectivos partidos políticos.
Les he dicho que lo único que ha aumentado en esta campaña es el gasto, que cada vez es mayor, como consecuencia del poder inmenso y de los recursos casi ilimitados que están acumulando los partidos políticos. Todo lo demás, está en abierto retroceso: la fiabilidad de los candidatos, su capacidad de ilusionar, su nivel de riesgo, su autonomía, su nivel político y profesional y sus cuotas de humanidad.
Ni siquiera en el reducto municipal, donde se decía que la política era más cercana al ciudadano, se está produciendo ese vital "cuerpo a cuerpo" entre el candidato y el ciudadano. En esta campaña ya resulta evidente que la correlación de fuerzas ha cambiado y que el poder no lo tiene ya el ciudadano, como debiera ser en democracia, sino los partidos. Los candidatos hacen campañas para sus jefes, para que sus partidos sigan eligiéndoles y colocándoles en las listas de los privilegiados. El ciudadano cuenta cada día menos, y ya se está notando.
Se utilizan los mismos recursos y soportes que hace un par de décadas: vallas, carteles, banderolas, mitines y pare usted de contar. No hay un gramo de innovación, entre otras razones porque no existe tampoco innovación en la política española; sólo poder. Las campañas se planifican en los cuarteles generales y los candidatos se someten a ellas. Los que mandan son asesores grises enviados por la burocracia del partido. Ni siquiera Internet está siendo utilizada de manera intensa, a pesar de que es el mejor medio para debatir e interactuar con el electorado. Los políticos le tienen miedo a Internet porque es demasiado libre, porque es territorio no controlado por las elites de los partidos.
Me han preguntado por las causas de este desastre y les he dicho que los partidos tienen demasiado poder y que, al haberse culminado ya en España la transformación de la democracia en partitocracia, las campañas electorales han perdido gran parte de su sentido. Los candidatos saben que recurrir al ciudadano es un simple trámite y que lo hacen sólo porque subsiste la costumbre de votar, pero que sus lealtades, sumisiones y relaciones no son con el ciudadano sino con el partido, con esas elites que son las que eligen, las que pueden incluirte o excluirte de esas listas que otorgan poder y privilegios a raudales.
Las elecciones han perdido se esencia, que era y debe ser la de alguien que se ofrece y se postula para ganarse la confianza y el apoyo de los ciudadanos, para lo cual necesita arriesgar, ilusionar, prometer, cumplir e innovar en su comunicación, para que sea efectiva. Ahora hay que hacer las campañas para que gusten al partido, que es el que manda. El ciudadano sólo es una sombra que todavía vota.
Antes, los alcaldes, que son por definición los palíticos más cercanos a la ciudadanía, gobernaban para sus ciudadanos, pero hoy gobiernan para sus partidos. No hablemos de los diputados regionales o nacionales, que, una vez elegidos, no tendrán más remedio que olvidarse de sus electores y de sus representados para someterse a los caprichos y decisiones de las elites de sus partidos, que son las que realmente mandan y de las que dependen sus respectivas carreras políticas.
En estas condiciones, una vez roto el vínculo mágico entre el representante y el representado, entre el gobernante y el gobernado, ¿qué queda de la democracia? ¿qué sentido tienen las campañas? Lo menos que puede ocurrir en una partitocracia descarnada como la que hoy impera es que las campañas sean planas y que la política, en general, se torne aburrida y ajena.
Les he dicho que lo único que ha aumentado en esta campaña es el gasto, que cada vez es mayor, como consecuencia del poder inmenso y de los recursos casi ilimitados que están acumulando los partidos políticos. Todo lo demás, está en abierto retroceso: la fiabilidad de los candidatos, su capacidad de ilusionar, su nivel de riesgo, su autonomía, su nivel político y profesional y sus cuotas de humanidad.
Ni siquiera en el reducto municipal, donde se decía que la política era más cercana al ciudadano, se está produciendo ese vital "cuerpo a cuerpo" entre el candidato y el ciudadano. En esta campaña ya resulta evidente que la correlación de fuerzas ha cambiado y que el poder no lo tiene ya el ciudadano, como debiera ser en democracia, sino los partidos. Los candidatos hacen campañas para sus jefes, para que sus partidos sigan eligiéndoles y colocándoles en las listas de los privilegiados. El ciudadano cuenta cada día menos, y ya se está notando.
Se utilizan los mismos recursos y soportes que hace un par de décadas: vallas, carteles, banderolas, mitines y pare usted de contar. No hay un gramo de innovación, entre otras razones porque no existe tampoco innovación en la política española; sólo poder. Las campañas se planifican en los cuarteles generales y los candidatos se someten a ellas. Los que mandan son asesores grises enviados por la burocracia del partido. Ni siquiera Internet está siendo utilizada de manera intensa, a pesar de que es el mejor medio para debatir e interactuar con el electorado. Los políticos le tienen miedo a Internet porque es demasiado libre, porque es territorio no controlado por las elites de los partidos.
Me han preguntado por las causas de este desastre y les he dicho que los partidos tienen demasiado poder y que, al haberse culminado ya en España la transformación de la democracia en partitocracia, las campañas electorales han perdido gran parte de su sentido. Los candidatos saben que recurrir al ciudadano es un simple trámite y que lo hacen sólo porque subsiste la costumbre de votar, pero que sus lealtades, sumisiones y relaciones no son con el ciudadano sino con el partido, con esas elites que son las que eligen, las que pueden incluirte o excluirte de esas listas que otorgan poder y privilegios a raudales.
Las elecciones han perdido se esencia, que era y debe ser la de alguien que se ofrece y se postula para ganarse la confianza y el apoyo de los ciudadanos, para lo cual necesita arriesgar, ilusionar, prometer, cumplir e innovar en su comunicación, para que sea efectiva. Ahora hay que hacer las campañas para que gusten al partido, que es el que manda. El ciudadano sólo es una sombra que todavía vota.
Antes, los alcaldes, que son por definición los palíticos más cercanos a la ciudadanía, gobernaban para sus ciudadanos, pero hoy gobiernan para sus partidos. No hablemos de los diputados regionales o nacionales, que, una vez elegidos, no tendrán más remedio que olvidarse de sus electores y de sus representados para someterse a los caprichos y decisiones de las elites de sus partidos, que son las que realmente mandan y de las que dependen sus respectivas carreras políticas.
En estas condiciones, una vez roto el vínculo mágico entre el representante y el representado, entre el gobernante y el gobernado, ¿qué queda de la democracia? ¿qué sentido tienen las campañas? Lo menos que puede ocurrir en una partitocracia descarnada como la que hoy impera es que las campañas sean planas y que la política, en general, se torne aburrida y ajena.