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España, un país sin ilusiones ni proyectos comunes, se desmorona



Las naciones se forjan y se hacen fuertes porque un grupo de personas tienen ilusiones y proyectos comunes y deciden unirse para convivir y avanzar hacia esas metas. Cuando un país carece de ilusiones y de proyectos comunes, como la España del presente, y ni siquiera puede contar con un liderazgo atrayente, se torna débil y frágil ante las agresiones de los canallas y su destino puede ser perecer.
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Sin pasión y sin ilusiones no pueden forjarse las naciones. Sin un proyecto común que entusiasme y sin líderes que sepan conducir a su pueblo hacia metas que enaltezcan y atraigan, las naciones se desmoronan y se rompen.

Es lo que está ocurriendo en España, donde la nación se rompe no tanto porque sea atacada por el independentismo y el secesionismo, sino porque, despojada de valores, principios, ilusiones, dignidad, prestigio y orgullo, ha sido tan maltratada por sus líderes políticos que carece de ilusiones comunes y de estímulo para avanzar como nación.

Los independentistas catalanes y los de otras tierras de España tienen al menos la ilusión de formar un Estado nuevo, que desean que sea mejor que la España que hoy les acoge, convertida por los políticos en un basurero. Esa es la idea que les une y les motiva. Enfrente sólo tienen un país con un hermoso y grandioso pasado, pero descontento con su presente, temeroso de su futuro y lleno de vacío, vicios políticos, corrupción y déficit de valores.

La España que nos han construido nuestros políticos en las últimas décadas no ilusiona. Aunque nos cueste reconocerlo, la han convertido en una cloaca con un sistema político que permite el monopolio de la política por parte de los partidos, que han expulsado a los ciudadanos del sistema y que se han apropiado del Estado, gobernando a capricho e imponiendo vicios repugnantes como el cobro desmesurado de impuestos, el tamaño gigantesco del Estado, plagado de enchufados y políticos parásitos, el despilfarro, el endeudamiento, la perversión de una democracia que carece de separación de poderes, de una ley igual para todos, de controles suficientes a los poderosos y de otros valores que garanticen la decencia.

Si al menos contaran los españoles del presente con un liderazgo atrayente y carismático, capaz de identificar ilusiones y metas comunes y de conducir al pueblo hacia esos destinos, el drama de España quizás tuviera solución, pero Rajoy es frío y viscoso como un ofidio y tiene tanto carisma como un caracol, aunque quizás sea más fiable que sus principales adversarios políticos, Sánchez e Iglesias, y menos inepto que su predecesor, José Luis Rodríguez Zapatero, uno de los políticos más nefastos de la Historia de España, al menos desde Fernando VII.

El golpe de los secesionistas catalanes puede ser temporalmente detenido, pero resurgirá pronto. Con los mimbres actuales, si el país no sufre una profunda transformación, España empezará a romperse por Cataluña, seguirá por el País Vasco y Galicia y terminará incorporando a las demás regiones al proceso de huida, no porque el independentismo cobre fuerza y alcance la victoria,m sino porque el país que nos construyen nuestros políticos es una basura sin atractivo ni valores.

Las únicas recetas contra el mal actual de la ruptura, la insatisfacción y la desilusión sólo podrá surgir de la ciudadanía, que es la parte menos contaminada de la nación, nunca de la clase política, a la que la corrupción y el abuso de poder han convertido en un desastre.

Francisco Rubiales


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Martes, 19 de Septiembre 2017
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