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España, un país de locos donde nadie cumple con su deber



Los políticos roban, mienten y empujan el país hacia el abismo, el jefe del Estado se queda quieto frente al caos, los militares agachan la mirada en sus cuarteles, los periodistas desinforman y se someten a los poderosos, los jueces son parciales y responden a influencias eternas inconfesables, el gobierno malgobierna, los ciudadanos soportan vejaciones, injusticias y esclavitud, los independentistas acuchillan a España y desobedecen las sentencias judiciales, el gobierno se rodea de partidos que odian a España y rechazan la democracia, los partidos políticos no respetan la democracia y no defienden el bien común, el dinero se despilfarra, la corrupción sigue galopando, el país está llene de ineptos con poder... En España nadie cumple con su deber.
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El último mal ejemplo lo han dado los grandes empresarios del IBEX 35 arropando a un Pedro Sánchez que está arruinando España, cuando su deber es denunciarlo por su pésimo gobierno y por conducirnos hacia la ruina y el fracaso.

El gobierno está obligado a defender la nación y sus ciudadanos, pero se defiende a si mismo y su principal objetivo no es el bien común sino incrementar su poder.

Leyes inicuas, como las de género, que discriminan al hombre y benefician a la mujer, y las que protegen a los okupas, ladrones de viviendas con blindaje, entre otras muchas, siguen vigentes sin que nadie las anule o reforme.

De nada sirve en España que la opinión pública quiera algo si los partidos políticos quieren lo contrario. La voluntad popular vale menos que un excremento de perro en las calles. Mas de medio país grita "Sánchez vete ya", pero el inepto arrogante sigue en su puesto, indiferente al clamor. Otra parte importante de la sociedad exige que los comunistas incrustados en el gobierno sean expulsados del poder, pero ese deseo tampoco se cumple. En España prevalece siempre la voluntad de los poderosos sobre la soberanía popular, lo que convierte a esta nación en un estercolero.

No hay sociedad civil, ni organizaciones independientes al margen de la política, como exige la democracia. Hasta las universidades están controladas por el Estado, cuyo poder penetra en los ámbitos propios de la ciudadanía como las asociaciones, cofradías, fiestas populares, etc. España, que se proclama democracia, es una tiranía de hecho, tan autoritaria como Cuba o Venezuela, aunque por ahora sin represión sangrienta.

Los poderes básicos del Estado, que tienen que funcionar libre e independientemente en democracia, están sometidos al poder Ejecutivo y a los partidos políticos. Los diputados y senadores son muñecos de trapo manejados por sus partidos y el Congreso y el Senado, en lugar de ser templos del debate libre, son ridículas palestras para las peleas y para la obediencia ciega a las consignas y órdenes de los líderes.

Pero hay más ejemplos escandalosos de incumplimiento del deber: jueces sometidos y parciales, policías que cumplen órdenes inicuas, políticos divorciados del pueblo al que dicen representar, inspectores corrompidos, delincuentes con mucho poder instalados en los palacios y ministerios y la carrera política convertida en un refugio para arribistas, corruptos y rufianes.

Pero en todo este lamentable estado de suciedad y fracaso, quien incumple su deber de manera más vergonzosa y triste es el pueblo, que en democracia obligado a vigilar, criticar y controlar a los políticos, pero a los que, por dejadez y cobardía, les ha permitido convertirse en depredadores de la nación y del bien común, en ladrones y destructores de la libertad, la justicia y la democracia.

En España nada funciona correctamente. Ante los abusos de poder, las instituciones defensivas de Estado están paralizadas. Se recortan libertades y derechos, pero quienes deben vigilar e intervenir para que eso no ocurra, desde el rey a las fuerzas armadas, el defensor del pueblo y la Justicia, permanecen en silencio. Avanzamos hacia el empobrecimiento y crece espantosamente el número de desempleados y de personas atribuladas e inseguras, pero nadie mueve un dedo para defenderlas y evitar el colapso.

Algún día sonarán las trompetas de la regeneración y todo este caos absurdo dominado por la cobardía y la renuncia al deber deberá cambiar. Entonces los periodistas tendrán que aprender lo que es la verdad, los jueces descubrirán la Justicia, los políticos mirarán de frente al bien común y los ciudadanos tendrán que ser lobos vigilantes y activos, siempre dispuestos a que sus representantes, los políticos, no sean ladrones, despilfarradores, tiranos y canallas.

Pero esa reconstrucción casi nunca ha sido tranquila ni pacífica en la Historia. Con toda seguridad, España tendrá que derramar sudor, lágrimas y sangre para ser un día una nación digna de hombres y mujeres libres.

Francisco Rubiales

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Jueves, 3 de Septiembre 2020
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