Los políticos se convirtieron en una especie en peligro de extinción hace milenios. Fueron sustituidos de manera implacable por una nueva especie, más voraz y depredadora, integrada por mediocres infiltrados por castas ladronas y asesinas, que saquean y traicionan a sus pueblos y a los ajenos con impunidad.
Los políticos eran servidores que se ponen al servicio de la nación, entregando a la sociedad lo mejor que tienen, con rigor y respeto. Eran personas respetadas por su entrega y su liderazgo hizo que el mundo mejorara.
Pero aquello duró poco y los políticos, suplantados por mediocres y miserables sin escrúpulos, casi desaparecieron de la faz de la tierra. Eran retirados sin piedad del poder y obligados a dedicarse a sus asuntos privados porque los cargos públicos empezaron a ser ocupados, de manera implacable, por canallas.
El político respetaba las leyes y las hacía para beneficiar a todos, siempre orientados por la idea del bien común, que les servia de faro y guía. Sus sustitutos hicieron leyes confusas que les beneficiaban a ellos y que podían aplicarse de diferente manera, con crueldad y dureza a los enemigos, con suavidad para los amigos y casi con impunidad para ellos mismos.
Los nuevos políticos depredadores ya no dependían del juicio del pueblo, como los antiguos, sino que ellos se juzgaban a si mismos y lo hacían siempre de manera laxa, permitiéndose todo tipo de abusos. De vez en cuando alguno de ellos era sacrificado o dimitía para que las masas sometidas creyeran que la Justicia todavía estaba presente, pero el grueso de ellos se dedicaba, con una impunidad descarada, a enriquecerse, a dividir, a generar inseguridad y miedo y a aterrorizar el mundo con violencia y guerras, casi siempre evitables y declaradas desde la soberbia, la irresponsabilidad y el instinto criminal.
Cuando los ciudadanos se quejan de que la corrupción se haya apoderado de la política, algunos miembros de la nueva especie depredadora, con indignación aparente, dicen que ellos no se han corrompido y que nunca han robado, pero callan que viven rodeados, en sus partidos y en las instituciones, de delincuentes, que si roban y saquean, a los que nunca denuncian, lo que les convierte en cómplices despreciables. Y, por supuesto, ninguno de ellos afirma que sirven al ciudadano, que rinden cuentas al pueblo y que no obedecen a nadie más que a la ley y al bien común. Los mejores de la nueva especie sólo pueden ofrecer como mérito en insólito hecho de que "no roban".
En algunos países, los viejos políticos subsisten, pero siempre en minoría, desplegando una lucha heroica por dignificar la política y ejerciendo un liderazgo ejemplar, al servicio del ciudadano, pero cada día son menos y los que quedan están arrinconados.
En otros países, como España, los verdaderos políticos son claramente una especie en extinción, acorralada y maniatada, rodeada siempre de individuos de la nueva especie depredadora, habituados a incumplir las leyes, a ser arrogantes, a rodearse de privilegios, a enriquecerse y a disfrutar del gran vicio del poder, sometiendo y generando infelicidad en la ciudadanía sojuzgada.
Por eso, cuando los demócratas españoles declaramos con dolor que el país tiene demasiados políticos viviendo a costa del Estado, más que Francia, Alemania e Inglaterra juntos, en realidad estamos mintiendo porque apenas hay políticos en esa turbia masa que vive para ordeñar el Estado, no para servirlo.
La escasez de políticos en España es, probablemente, el gran déficit nacional y una de las causas principales que explican la corrupción, el deterioro de la convivencia, la desunión, el avance de la pobreza, la desigualdad, la injusticia y la dictadura encubierta que nos hace infelices y nos convierte en una tribu sin esperanza.
Francisco Rubiales
Los políticos eran servidores que se ponen al servicio de la nación, entregando a la sociedad lo mejor que tienen, con rigor y respeto. Eran personas respetadas por su entrega y su liderazgo hizo que el mundo mejorara.
Pero aquello duró poco y los políticos, suplantados por mediocres y miserables sin escrúpulos, casi desaparecieron de la faz de la tierra. Eran retirados sin piedad del poder y obligados a dedicarse a sus asuntos privados porque los cargos públicos empezaron a ser ocupados, de manera implacable, por canallas.
El político respetaba las leyes y las hacía para beneficiar a todos, siempre orientados por la idea del bien común, que les servia de faro y guía. Sus sustitutos hicieron leyes confusas que les beneficiaban a ellos y que podían aplicarse de diferente manera, con crueldad y dureza a los enemigos, con suavidad para los amigos y casi con impunidad para ellos mismos.
Los nuevos políticos depredadores ya no dependían del juicio del pueblo, como los antiguos, sino que ellos se juzgaban a si mismos y lo hacían siempre de manera laxa, permitiéndose todo tipo de abusos. De vez en cuando alguno de ellos era sacrificado o dimitía para que las masas sometidas creyeran que la Justicia todavía estaba presente, pero el grueso de ellos se dedicaba, con una impunidad descarada, a enriquecerse, a dividir, a generar inseguridad y miedo y a aterrorizar el mundo con violencia y guerras, casi siempre evitables y declaradas desde la soberbia, la irresponsabilidad y el instinto criminal.
Cuando los ciudadanos se quejan de que la corrupción se haya apoderado de la política, algunos miembros de la nueva especie depredadora, con indignación aparente, dicen que ellos no se han corrompido y que nunca han robado, pero callan que viven rodeados, en sus partidos y en las instituciones, de delincuentes, que si roban y saquean, a los que nunca denuncian, lo que les convierte en cómplices despreciables. Y, por supuesto, ninguno de ellos afirma que sirven al ciudadano, que rinden cuentas al pueblo y que no obedecen a nadie más que a la ley y al bien común. Los mejores de la nueva especie sólo pueden ofrecer como mérito en insólito hecho de que "no roban".
En algunos países, los viejos políticos subsisten, pero siempre en minoría, desplegando una lucha heroica por dignificar la política y ejerciendo un liderazgo ejemplar, al servicio del ciudadano, pero cada día son menos y los que quedan están arrinconados.
En otros países, como España, los verdaderos políticos son claramente una especie en extinción, acorralada y maniatada, rodeada siempre de individuos de la nueva especie depredadora, habituados a incumplir las leyes, a ser arrogantes, a rodearse de privilegios, a enriquecerse y a disfrutar del gran vicio del poder, sometiendo y generando infelicidad en la ciudadanía sojuzgada.
Por eso, cuando los demócratas españoles declaramos con dolor que el país tiene demasiados políticos viviendo a costa del Estado, más que Francia, Alemania e Inglaterra juntos, en realidad estamos mintiendo porque apenas hay políticos en esa turbia masa que vive para ordeñar el Estado, no para servirlo.
La escasez de políticos en España es, probablemente, el gran déficit nacional y una de las causas principales que explican la corrupción, el deterioro de la convivencia, la desunión, el avance de la pobreza, la desigualdad, la injusticia y la dictadura encubierta que nos hace infelices y nos convierte en una tribu sin esperanza.
Francisco Rubiales