España se nos está muriendo y pocos parece darse cuenta de la tragedia. Siguen cerrando empresas y la cifra de parados crece cada mes, sin que el nuevo gobierno de Rajoy consiga detener la hemorragia. La duda de que España sea capaz de pagar sus deudas se agranda en todo el mundo. Cada semana, a un rítmo infernal, se producen nuevos recortes y subidas: la luz, el gas, los impuestos, las tasas...
La oposición socialista que lidera Rubalcaba, digna heredera de Zapatero, no colabora sino que contribuye a la demolición, en espera de heredar los despojos de España. Es evidente que el país necesita un esfuerzo colectivo y una política de unidad para lograr la salvación, pero el país no reacciona porque previamente ha sido destrozado por una clase política que ha corrompido las instituciones y ha sembrado la sociedad de división, rencillas, odios y envidias.
La policía es la única institución del país que crece y no tiene recortes porque los políticos esperan y temen disturbios callejeros cada día más intensos, generados por la desesperación, la falta de recursos, el hambre y el odio.
La esperanza de que el Partido Popular utilizase la mayoría absoluta que le ha obsequiado el pueblo español para erradicar la corrupción y el abuso de poder por parte de los políticos se desvanece ante la evidencia de que el PP ha optado por la cobardía, por cerrar los ojos ante el pasado y por seguir manteniendo vivas y activas las dos peores enfermedades de España:
Un Estado gordo, dividido en autonomías engreídas y gastosas, todo un tinglado insostenible, dotado de corrupción, abuso de poder, leyes injustas y de una desmedida adhesión a las subvenciones, privilegios y vagancia.
Una estructura política que en nada se parece a la verdadera democracia, corrompida, sin separación de poderes, con ciudadanos marginados, sin controles suficientes para frenar a los partidos políticos y en la que los delincuentes políticos gozan de una insoportable inmunidad práctica.
La gente está desesperada, angustiada, desanimada y empieza ya a acumular odio hacia la clase política, a la que culpa, con razón, de sus males, hacia los que ordeñan el Estado a diario, como los partidos políticos, sindicatos y patronales, receptores de subvenciones que nadie entiende y que si fueran sometidas a referendum serían barridas, hacia todo el que detente el poder, al cual se desprecia y odia por su incapacidad de liderar la regeneración.
Exhausta, derrengada y sin esperanza, la sociedad española, esquilmada y moralmente destruida por una de las peores y más irresponsables clases políticas del planeta, no está preparada para lo que le está demandando la Historia: un esfuerzo colectivo sobrehumano, la única vía posible hacia la resurrección.
Los políticos en el poder son sucios y despreciables ejemplos vivientes de todo lo que no hay que hacer en tiempos de crisis: están divididos, son incapaces de ser ejemplares, no renuncian a sus inmerecidos privilegios e, incapaces de liderar el esfuerzo ilusionante de la regeneración, siguen alimentando la división y el enfrentamiento. Sin duda, ellos son lo peor de España y hemos tenido la mala suerte de que la escoria haya asumido el poder.
Jesús: ¡socórrenos!
¡Zapatero debe ser castigado!
La oposición socialista que lidera Rubalcaba, digna heredera de Zapatero, no colabora sino que contribuye a la demolición, en espera de heredar los despojos de España. Es evidente que el país necesita un esfuerzo colectivo y una política de unidad para lograr la salvación, pero el país no reacciona porque previamente ha sido destrozado por una clase política que ha corrompido las instituciones y ha sembrado la sociedad de división, rencillas, odios y envidias.
La policía es la única institución del país que crece y no tiene recortes porque los políticos esperan y temen disturbios callejeros cada día más intensos, generados por la desesperación, la falta de recursos, el hambre y el odio.
La esperanza de que el Partido Popular utilizase la mayoría absoluta que le ha obsequiado el pueblo español para erradicar la corrupción y el abuso de poder por parte de los políticos se desvanece ante la evidencia de que el PP ha optado por la cobardía, por cerrar los ojos ante el pasado y por seguir manteniendo vivas y activas las dos peores enfermedades de España:
Un Estado gordo, dividido en autonomías engreídas y gastosas, todo un tinglado insostenible, dotado de corrupción, abuso de poder, leyes injustas y de una desmedida adhesión a las subvenciones, privilegios y vagancia.
Una estructura política que en nada se parece a la verdadera democracia, corrompida, sin separación de poderes, con ciudadanos marginados, sin controles suficientes para frenar a los partidos políticos y en la que los delincuentes políticos gozan de una insoportable inmunidad práctica.
La gente está desesperada, angustiada, desanimada y empieza ya a acumular odio hacia la clase política, a la que culpa, con razón, de sus males, hacia los que ordeñan el Estado a diario, como los partidos políticos, sindicatos y patronales, receptores de subvenciones que nadie entiende y que si fueran sometidas a referendum serían barridas, hacia todo el que detente el poder, al cual se desprecia y odia por su incapacidad de liderar la regeneración.
Exhausta, derrengada y sin esperanza, la sociedad española, esquilmada y moralmente destruida por una de las peores y más irresponsables clases políticas del planeta, no está preparada para lo que le está demandando la Historia: un esfuerzo colectivo sobrehumano, la única vía posible hacia la resurrección.
Los políticos en el poder son sucios y despreciables ejemplos vivientes de todo lo que no hay que hacer en tiempos de crisis: están divididos, son incapaces de ser ejemplares, no renuncian a sus inmerecidos privilegios e, incapaces de liderar el esfuerzo ilusionante de la regeneración, siguen alimentando la división y el enfrentamiento. Sin duda, ellos son lo peor de España y hemos tenido la mala suerte de que la escoria haya asumido el poder.
Jesús: ¡socórrenos!
¡Zapatero debe ser castigado!