¿Tienen derecho los políticos españoles a comportarse como pandilleros y dedicar sus mejores esfuerzos a destrozarse mutuamente a golpe de crítica, de descalificación y de videos, en lugar de gestionar mejor una sociedad que, en teoría, es opulenta, pero está tan desequilibrada que exhibe nada menos que ocho millones de ciudadanos nadando en la pobreza?
Muchos polítiólogos coinciden en que el mal gobierno es el peor de los males del mundo actual y que los políticos no han conseguido prácticamente ninguno de sus objetivos y retos en un mundo que sigue siendo injusto, inseguro, desigual y violento.
En España, el mal gobierno es casi un mal endémico que ha anidado, en mayor o menor medida, en todas las administraciones democráticas y que ahora amenaza con acabar con la fortuna electoral de un José Luis Rodríguez Zapatero que, a pesar de estar desbordado por problemas como la inmigración desordenada, la inseguridad ciudadana, la desigualdad creciente y la pobreza de una parte importante de su población, dedica sus mayores esfuerzos a protagonizar una estúpida trifulca con la oposición, ante la creciente indignación de unos ciudadanos que quieren ver a sus representantes políticos unidos y cooperando en la búsqueda de soluciones para el país.
En España, mientras que los políticos pierden el tiempo en estúpidas y poco ejemplarizantes trifulcas, las bandas de delincuentes cada día asaltan más, secuestran, roban y asesinan, mientras el país se gana una merecida fama ante los delincuentes de medio mundo de ser un paraiso con leyes suaves y tímidas. Incapaces de organizar su inmigración masiva y de integrar a los nuevos ciudadanos en una cultura común, nuestros políticos, tanto los de derecha como los de izquierdas, pendencieros e irresponsables por igual, pelean entre ellos ante el estupefacto ciudadano.
Para colmo de males, la última encuesta del INE, publicada a finales de noviembre, revela con claridad meridiana que el Estado de Bienestar español hace aguas: ocho millones de pobres, 30 de cada 100 mayores de 65 años por debajo del umbral de la pobreza, 360.000 familias con todos sus miembros en paro y un mercado del trabajo fragmentado en el que un 33% de los contratos son temporales, según refleja la EPA.
Algunos creen que la epidemia más destructiva del siglo XX fue la guerra, que causó casi cien millones de muertos; otros creen que fue el totalitarismo, encarnado en fantasmas como el bolchevique, el nazi y el fascista, que fueron capaces de exterminar a etnias enteras y de organizar exterminios ideológicos y culturales masivos, pero nosotros creemos que el más nocivo virus del siglo fue el "mal gobierno", una lacra que amenaza con arruinar también el siglo XXI.
No es cierta la sentencia, alimentada desde la política, que dice que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. No conozco un solo pueblo que sea peor que el gobierno que padece. La que sí es cada día más certera es la sentencia que dice que “la política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos”.
Basta echar una mirada al telediario para advertir la enorme plaga de la ineptitud gubernamental: indefensión ante las inundaciones, urbanismo salvaje, se queman los bosques, arden los edificios que acogen a los pobres, sospechas de torturas en cuarteles, intoxicaciones alimentarias, inseguridad ciudadana, pobres cada vez más pobres y ricos cada vez más ricos, mequetrefes convertidos en ídolos de la sociedad, manipulación del pensamiento y de la información y la seguridad casi matemática de que cada vez que ocurre un desastre o estalla una crisis, el gobierno no está a la altura del desafío.
Son los malos gobiernos los que han llevado a los pueblos hacia la guerra, los que empujaron en la Europa próspera y alegre de 1914 a generaciones enteras hacia las trincheras de la guerra, donde millones de vidas fueron segadas por las ametralladoras y los gases. Malos gobiernos fueron los que enfrentaron a los españoles en una guerra civil que era perfectamente evitable. Fueron los malos gobiernos los que perfeccionaron el totalitarismo y asesinaron a poblaciones enteras a mediados del siglo XX, dentro y fuera del frente bélico de la Segunda Guerra Mundial. Fueron los malos gobiernos los que inventaron la guerra fría, los que sembraron de conflictos bélicos el siglo, los que asesinaron sistemáticamente al adversario bajo la excusa de la seguridad nacional, los que derrocaron a los gobiernos populares y los que jamás dedicaron un esfuerzo a derrotar el hambre, la miseria y la injusticia.
Dicen los gobernantes en su descargo que la responsabilidad de los errores corresponde a toda la sociedad, pero no es cierto porque son ellos los que tienen el poder, sus lujos, sus privilegios y sus recursos: el presupuesto nacional, el monopolio de la violencia, el ejército, la policía y la fuerza de la ley. Nosotros sólo somos culpables de haberlos elegido sin exigirles casi nada a cambio. Ni siquiera los exigimos que sepan idiomas, que posean títulos superiores o que hayan demostrado en sus vidas poseer valores humanos.
Muchos polítiólogos coinciden en que el mal gobierno es el peor de los males del mundo actual y que los políticos no han conseguido prácticamente ninguno de sus objetivos y retos en un mundo que sigue siendo injusto, inseguro, desigual y violento.
En España, el mal gobierno es casi un mal endémico que ha anidado, en mayor o menor medida, en todas las administraciones democráticas y que ahora amenaza con acabar con la fortuna electoral de un José Luis Rodríguez Zapatero que, a pesar de estar desbordado por problemas como la inmigración desordenada, la inseguridad ciudadana, la desigualdad creciente y la pobreza de una parte importante de su población, dedica sus mayores esfuerzos a protagonizar una estúpida trifulca con la oposición, ante la creciente indignación de unos ciudadanos que quieren ver a sus representantes políticos unidos y cooperando en la búsqueda de soluciones para el país.
En España, mientras que los políticos pierden el tiempo en estúpidas y poco ejemplarizantes trifulcas, las bandas de delincuentes cada día asaltan más, secuestran, roban y asesinan, mientras el país se gana una merecida fama ante los delincuentes de medio mundo de ser un paraiso con leyes suaves y tímidas. Incapaces de organizar su inmigración masiva y de integrar a los nuevos ciudadanos en una cultura común, nuestros políticos, tanto los de derecha como los de izquierdas, pendencieros e irresponsables por igual, pelean entre ellos ante el estupefacto ciudadano.
Para colmo de males, la última encuesta del INE, publicada a finales de noviembre, revela con claridad meridiana que el Estado de Bienestar español hace aguas: ocho millones de pobres, 30 de cada 100 mayores de 65 años por debajo del umbral de la pobreza, 360.000 familias con todos sus miembros en paro y un mercado del trabajo fragmentado en el que un 33% de los contratos son temporales, según refleja la EPA.
Algunos creen que la epidemia más destructiva del siglo XX fue la guerra, que causó casi cien millones de muertos; otros creen que fue el totalitarismo, encarnado en fantasmas como el bolchevique, el nazi y el fascista, que fueron capaces de exterminar a etnias enteras y de organizar exterminios ideológicos y culturales masivos, pero nosotros creemos que el más nocivo virus del siglo fue el "mal gobierno", una lacra que amenaza con arruinar también el siglo XXI.
No es cierta la sentencia, alimentada desde la política, que dice que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. No conozco un solo pueblo que sea peor que el gobierno que padece. La que sí es cada día más certera es la sentencia que dice que “la política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos”.
Basta echar una mirada al telediario para advertir la enorme plaga de la ineptitud gubernamental: indefensión ante las inundaciones, urbanismo salvaje, se queman los bosques, arden los edificios que acogen a los pobres, sospechas de torturas en cuarteles, intoxicaciones alimentarias, inseguridad ciudadana, pobres cada vez más pobres y ricos cada vez más ricos, mequetrefes convertidos en ídolos de la sociedad, manipulación del pensamiento y de la información y la seguridad casi matemática de que cada vez que ocurre un desastre o estalla una crisis, el gobierno no está a la altura del desafío.
Son los malos gobiernos los que han llevado a los pueblos hacia la guerra, los que empujaron en la Europa próspera y alegre de 1914 a generaciones enteras hacia las trincheras de la guerra, donde millones de vidas fueron segadas por las ametralladoras y los gases. Malos gobiernos fueron los que enfrentaron a los españoles en una guerra civil que era perfectamente evitable. Fueron los malos gobiernos los que perfeccionaron el totalitarismo y asesinaron a poblaciones enteras a mediados del siglo XX, dentro y fuera del frente bélico de la Segunda Guerra Mundial. Fueron los malos gobiernos los que inventaron la guerra fría, los que sembraron de conflictos bélicos el siglo, los que asesinaron sistemáticamente al adversario bajo la excusa de la seguridad nacional, los que derrocaron a los gobiernos populares y los que jamás dedicaron un esfuerzo a derrotar el hambre, la miseria y la injusticia.
Dicen los gobernantes en su descargo que la responsabilidad de los errores corresponde a toda la sociedad, pero no es cierto porque son ellos los que tienen el poder, sus lujos, sus privilegios y sus recursos: el presupuesto nacional, el monopolio de la violencia, el ejército, la policía y la fuerza de la ley. Nosotros sólo somos culpables de haberlos elegido sin exigirles casi nada a cambio. Ni siquiera los exigimos que sepan idiomas, que posean títulos superiores o que hayan demostrado en sus vidas poseer valores humanos.