España está saturada de pastores y de rebaños, pero carece de ciudadanos. Es probable que sus males y su fracaso como país se base en que los ciudadanos han sido casi exterminados por los políticos y son hoy una especie en peligro de extinción.
El ciudadano es el individuo responsable, cumplidor, incorruptible, bien armado de valores, amante de la vida política porque es consciente de que la política afecta al diseño de la vida en común, vigilante del poder, porque no se fía de él, libre y rebelde. Es justo lo contrario del borrego, que es ser sumiso, fanático, incapaz de reflexionar, víctima de sus filias y fobias, adorador de los pastores y dispuesto siempre a recoger las migajas que caen de la mesa del poder.
España es un paraíso para los pastores, que pueden ejercer la política en forma de monopolio, disfrutar de impunidad, ser corruptos, enriquecerse, robar, abusar y ejercer sobre los demás un dominio impropio de seres humanos sin que el rebaño diga nada, ni proteste.
Los partidos políticos han dejado de tener sentido tras haber traicionado sus fines y cometidos democráticos. En lugar de operar como transmisores de los deseos y anhelos ciudadanos hacia el poder, han abandonado al ciudadano y se han transformado en "poder". La reacción contra los partidos políticos de corte autoritario, vertical y antidemocrático, como son todos los grandes partidos en España, es brutal y el ciudadano se aleja de esas formaciones, a las que acusa de ser los grandes culpables del actual desastre de España.
Miguel de Unamuno ya había advertido la perversión de los partidos políticos cuando dijo: "No soy partido sino entero".
Un país de pastores y rebaños, sin apenas ciudadanos, siempre es una tiranía, aunque se disfrace de democracia.
Sin ciudadanos que participen activamente en la política y que controlen al poder, la democracia no es posible, lo que hace de España un país sometido a un sistema político bastardo y perverso, que se hace pasar por democracia sin serlo porque incumple, además, todos los principios y reglas del sistema, en especial la división y funcionamiento independiente de los poderes básicos del Estado, el Legislativo, el Judicial y el Ejecutivo, los tres dominados en España por la clase política y los partidos.
Si ese dramático incumplimiento de las reglas y normas democráticas se agrega la impunidad y la corrupción que infectan y dominan la política española, el diagnóstico es claro y contundente: España padece una dictadura de partidos políticos y de políticos profesionales, camuflada de democracia y fuertemente infectada de corrupción y abuso de poder, un sistema que solo beneficia a los poderosos, que relega y suprime al ciudadano y que daña gravemente los intereses y recursos de la nación.
El ciudadano es el individuo responsable, cumplidor, incorruptible, bien armado de valores, amante de la vida política porque es consciente de que la política afecta al diseño de la vida en común, vigilante del poder, porque no se fía de él, libre y rebelde. Es justo lo contrario del borrego, que es ser sumiso, fanático, incapaz de reflexionar, víctima de sus filias y fobias, adorador de los pastores y dispuesto siempre a recoger las migajas que caen de la mesa del poder.
España es un paraíso para los pastores, que pueden ejercer la política en forma de monopolio, disfrutar de impunidad, ser corruptos, enriquecerse, robar, abusar y ejercer sobre los demás un dominio impropio de seres humanos sin que el rebaño diga nada, ni proteste.
Los partidos políticos han dejado de tener sentido tras haber traicionado sus fines y cometidos democráticos. En lugar de operar como transmisores de los deseos y anhelos ciudadanos hacia el poder, han abandonado al ciudadano y se han transformado en "poder". La reacción contra los partidos políticos de corte autoritario, vertical y antidemocrático, como son todos los grandes partidos en España, es brutal y el ciudadano se aleja de esas formaciones, a las que acusa de ser los grandes culpables del actual desastre de España.
Miguel de Unamuno ya había advertido la perversión de los partidos políticos cuando dijo: "No soy partido sino entero".
Un país de pastores y rebaños, sin apenas ciudadanos, siempre es una tiranía, aunque se disfrace de democracia.
Sin ciudadanos que participen activamente en la política y que controlen al poder, la democracia no es posible, lo que hace de España un país sometido a un sistema político bastardo y perverso, que se hace pasar por democracia sin serlo porque incumple, además, todos los principios y reglas del sistema, en especial la división y funcionamiento independiente de los poderes básicos del Estado, el Legislativo, el Judicial y el Ejecutivo, los tres dominados en España por la clase política y los partidos.
Si ese dramático incumplimiento de las reglas y normas democráticas se agrega la impunidad y la corrupción que infectan y dominan la política española, el diagnóstico es claro y contundente: España padece una dictadura de partidos políticos y de políticos profesionales, camuflada de democracia y fuertemente infectada de corrupción y abuso de poder, un sistema que solo beneficia a los poderosos, que relega y suprime al ciudadano y que daña gravemente los intereses y recursos de la nación.