No es fácil explicar cómo en esta España injusta y mal gobernada no ha estallado todavía la ira de los ciudadanos contra la casta política que le conduce, año tras año, a la decadencia y el retroceso. Sin embargo, el fenómeno tiene una explicación: en España escasean los ciudadanos y abundan los esclavos. Y quizás eso se deba a que el país vivió cuatro décadas bajo una dictadura franquista en la que los ciudadanos confiaban porque la vida era fácil y el país avanzaba sin parar de crecer.
Cuando la falsa democracia de los partidos sustituyó al Franquismo, tras la muerte del dictador, el pueblo estaba acostumbrado a confiar en el gobierno y, de manera suicida, depositó su confianza también en aquellos sustitutos, donde abundaban las pandillas de politicastros sin escrúpulos, sin valor y sin vergüenza.
Decía Aristóteles al comienzo de su Política: “no todos los hombres libres lo son por naturaleza, ni todos los esclavos lo son por naturaleza”. Aristóteles concebía al ciudadano como ejemplo de hombre completo y maduro por su capacidad de ser libre, de vigilar la marcha de la comunidad, de participar en sus decisiones, por su obediencia a las leyes, por la defensa de sus derechos y por su capacidad de juzgar y debatir con parsimonia y y sin juicios preconcebidos, todo lo contrario de lo que hoy es un militante de base radicalizado de uno de nuestros partidos políticos.
Los rígidos criterios aristotélicos nos recuerdan que hay gente en nuestras sociedades a la que le gusta ser esclava, que disfrutan siendo ovejas sometidas y que sienten terror a vivir sin pastores. Esa gente, a la que no podemos llamar "ciudadanos" porque son el lado opuesto de la ciudadanía libre y autónoma, es la que sigue otorgando su voto a partidos políticos que han demostrado hasta el cansancio que son corruptos, indignos e injustos, prolongando la vigencia de un sistema basado en el abuso de poder y la constante violación de la democracia. Esos esclavos que votan a dirigentes miserables serán siempre los aliados de los tiranos y la peor rémora para la libertad y el verdadero progreso humano.
Desgraciadamente, cuando hablamos de esclavos en la actualidad no nos referimos a reductos pequeños y aislados, sino a grandes masas, a enormes bolsas de gente que no entiende la política o que la vive como una pasión ciega, apoyando a los suyos contra viento y marea, hagan lo que hagan, y odiando al adversario "hasta la muerte". En España, a juzgar por el resultado de las elecciones, son no menos de 20 millones.
Para ese tipo de esclavos están diseñadas campañas electorales como la que condujo a Rajoy hasta la Moncloa, en la que cumplir las promesas no tuvo importancia. Y también la de Pedro Sánchez, plagada de mentiras, engaños y traiciones al pueblo. Los políticos dan por supuesto que los ciudadanos son imbéciles y que votarán siempre a "los suyos" y, en consecuencia, realizan las campañas no con el rigor que exige la democracia, sino alimentando el odio y la división con mentiras incompatibles con la democracia.
En España existe un test infalible para medir si se tiene o no espíritu de ciudadano. Basta con mirar si uno se siente a gusto con la política degenerada que existe. Si te gusta, si militas en un partido y estás cómodo en la gran pocilga, tienes alma de esclavo o, por lo menos, tienes un gran riesgo de llegar a serlo con plenitud. Si no te sientes a gusto y, sobre todo, si sientes asco y estás indignado ante tanto abuso, injusticia, corrupción, torpeza y arrogancia del poder, todavía hay esperanza y puedes convertirte en un ciudadano rebelde, libre, exigente, cumplidor, responsable y con capacidad de autogobierno.
Existe otro test, más universal y también infalible: hay que reflexionar y ver si uno se siente incómodo siendo libre, si se experimenta rechazo a la libertad. Si existe alguna aversión, uno está perdido, pero si existe orgullo de ser libres y se asumen con optimismo los indudables riesgos de la libertad, entonces uno puede tener la esperanza de llegar a ser algún día un auténtico ciudadano.
Francisco Rubiales
Cuando la falsa democracia de los partidos sustituyó al Franquismo, tras la muerte del dictador, el pueblo estaba acostumbrado a confiar en el gobierno y, de manera suicida, depositó su confianza también en aquellos sustitutos, donde abundaban las pandillas de politicastros sin escrúpulos, sin valor y sin vergüenza.
Decía Aristóteles al comienzo de su Política: “no todos los hombres libres lo son por naturaleza, ni todos los esclavos lo son por naturaleza”. Aristóteles concebía al ciudadano como ejemplo de hombre completo y maduro por su capacidad de ser libre, de vigilar la marcha de la comunidad, de participar en sus decisiones, por su obediencia a las leyes, por la defensa de sus derechos y por su capacidad de juzgar y debatir con parsimonia y y sin juicios preconcebidos, todo lo contrario de lo que hoy es un militante de base radicalizado de uno de nuestros partidos políticos.
Los rígidos criterios aristotélicos nos recuerdan que hay gente en nuestras sociedades a la que le gusta ser esclava, que disfrutan siendo ovejas sometidas y que sienten terror a vivir sin pastores. Esa gente, a la que no podemos llamar "ciudadanos" porque son el lado opuesto de la ciudadanía libre y autónoma, es la que sigue otorgando su voto a partidos políticos que han demostrado hasta el cansancio que son corruptos, indignos e injustos, prolongando la vigencia de un sistema basado en el abuso de poder y la constante violación de la democracia. Esos esclavos que votan a dirigentes miserables serán siempre los aliados de los tiranos y la peor rémora para la libertad y el verdadero progreso humano.
Desgraciadamente, cuando hablamos de esclavos en la actualidad no nos referimos a reductos pequeños y aislados, sino a grandes masas, a enormes bolsas de gente que no entiende la política o que la vive como una pasión ciega, apoyando a los suyos contra viento y marea, hagan lo que hagan, y odiando al adversario "hasta la muerte". En España, a juzgar por el resultado de las elecciones, son no menos de 20 millones.
Para ese tipo de esclavos están diseñadas campañas electorales como la que condujo a Rajoy hasta la Moncloa, en la que cumplir las promesas no tuvo importancia. Y también la de Pedro Sánchez, plagada de mentiras, engaños y traiciones al pueblo. Los políticos dan por supuesto que los ciudadanos son imbéciles y que votarán siempre a "los suyos" y, en consecuencia, realizan las campañas no con el rigor que exige la democracia, sino alimentando el odio y la división con mentiras incompatibles con la democracia.
En España existe un test infalible para medir si se tiene o no espíritu de ciudadano. Basta con mirar si uno se siente a gusto con la política degenerada que existe. Si te gusta, si militas en un partido y estás cómodo en la gran pocilga, tienes alma de esclavo o, por lo menos, tienes un gran riesgo de llegar a serlo con plenitud. Si no te sientes a gusto y, sobre todo, si sientes asco y estás indignado ante tanto abuso, injusticia, corrupción, torpeza y arrogancia del poder, todavía hay esperanza y puedes convertirte en un ciudadano rebelde, libre, exigente, cumplidor, responsable y con capacidad de autogobierno.
Existe otro test, más universal y también infalible: hay que reflexionar y ver si uno se siente incómodo siendo libre, si se experimenta rechazo a la libertad. Si existe alguna aversión, uno está perdido, pero si existe orgullo de ser libres y se asumen con optimismo los indudables riesgos de la libertad, entonces uno puede tener la esperanza de llegar a ser algún día un auténtico ciudadano.
Francisco Rubiales