En un país donde la ley no es igual para todos y en el que los que tienen poder y dinero gozan de ciertos privilegios ante la Justicia y las administraciones públicas, ser pobre es una tragedia. Si hay un país en la Europa desarrollada donde tenga validez suprema el principio de que "a perro flaco todo se le vuelven pulgas", ese es España, donde la democracia está tan degradada que incumple con su deber de proteger a los mas necesitados.
Familias con ingresos insuficientes, desempleados sin protección, impedidos sin ayuda pública, buenos estudiantes sin becas, impuestos abusivos, arbitrariedad en las ayudas y subvenciones, leyes que se aplican según convenga, mafias organizadas, amenazas y acoso sin castigo, negligencias médicas impunes, silencios administrativos permanentes, condenas mediáticas injustas, políticos, policías y funcionarios necesitados de urgentes transfusiones de humanidad y compasión, injusticia en las concesiones administrativas, expedientes y reclamaciones injustamente paralizados, marginación y acoso a disidentes y críticos, impunidades prácticas de todo tipo... La lista de arbitrariedades y abusos es casi interminable y las víctimas siempre son los mismos, los más débiles, pobres y desamparados.
El hecho de que la Justicia haya dejado de ser gratuita ha incrementado la desigualdad porque muchos pobres han dejado de recurrir a la ley para reclamar sus derechos y sufren sus dramas rumiando venganzas que siempre se trasmiten de padres a hijos.
Cuando se siente amenazado, el Estado ha demostrado con creces su crueldad y, en algunos casos, hasta su capacidad de asesinar. Su crueldad suele ser desproporcionada frente a enemigos débiles que nunca representaron una amenaza. En la postguerra, el número de personas liquidadas por los estados se cuenta ya en decenas de millones. El carácter represivo y sanguinario del Estado no solamente ha sido evidente en casos tan conocidos como las dictaduras de Argentina, Cuba y Chile, sino que hay episodios comprobados en Inglaterra, Francia y otros muchos países con estructuras teóricamente democráticas.
En este mundo, la voz del débil, casi siempre un lamento, tiene pocas posibilidades de ser escuchada. Nuestro mundo, el mundo que han construido los poderosos, es un mundo para los fuertes en el que a los débiles apenas les resta la posibilidad de sobrevivir.
Y está comprobado: cuanto mas débil sea la democracia y exista mas corrupción, mas precaria, injusta y desamparada es la existencia de los pobres y débiles.
Familias con ingresos insuficientes, desempleados sin protección, impedidos sin ayuda pública, buenos estudiantes sin becas, impuestos abusivos, arbitrariedad en las ayudas y subvenciones, leyes que se aplican según convenga, mafias organizadas, amenazas y acoso sin castigo, negligencias médicas impunes, silencios administrativos permanentes, condenas mediáticas injustas, políticos, policías y funcionarios necesitados de urgentes transfusiones de humanidad y compasión, injusticia en las concesiones administrativas, expedientes y reclamaciones injustamente paralizados, marginación y acoso a disidentes y críticos, impunidades prácticas de todo tipo... La lista de arbitrariedades y abusos es casi interminable y las víctimas siempre son los mismos, los más débiles, pobres y desamparados.
El hecho de que la Justicia haya dejado de ser gratuita ha incrementado la desigualdad porque muchos pobres han dejado de recurrir a la ley para reclamar sus derechos y sufren sus dramas rumiando venganzas que siempre se trasmiten de padres a hijos.
Cuando se siente amenazado, el Estado ha demostrado con creces su crueldad y, en algunos casos, hasta su capacidad de asesinar. Su crueldad suele ser desproporcionada frente a enemigos débiles que nunca representaron una amenaza. En la postguerra, el número de personas liquidadas por los estados se cuenta ya en decenas de millones. El carácter represivo y sanguinario del Estado no solamente ha sido evidente en casos tan conocidos como las dictaduras de Argentina, Cuba y Chile, sino que hay episodios comprobados en Inglaterra, Francia y otros muchos países con estructuras teóricamente democráticas.
En este mundo, la voz del débil, casi siempre un lamento, tiene pocas posibilidades de ser escuchada. Nuestro mundo, el mundo que han construido los poderosos, es un mundo para los fuertes en el que a los débiles apenas les resta la posibilidad de sobrevivir.
Y está comprobado: cuanto mas débil sea la democracia y exista mas corrupción, mas precaria, injusta y desamparada es la existencia de los pobres y débiles.