La dictadura no es el fin de la democracia, ni mucho menos su "antitesis", sino un recurso que la misma democracia utiliza a veces para salvarse y regenerarse en situaciones extremas de crisis. Lo contrario de la democracia es justo lo que España padece: el dominio absoluto de las oligarquías y élites, ajenas y opuestas al pueblo, el "Oligo" (pocos) que aplasta al "Demos" (pueblo).
Hay dictadores que llegan al poder para aplastar la democracia y establecer una dictadura personal Es el caso de Franco, Mussolini, Lenin, Mao, Hitler y otros muchos. No importa como lleguen, sino para que llegan al poder. Los dictadores puros lo hacen para gobernar ellos, pero los "dictadores democráticos" lo hacen para salvar a sus patrias del caos, del deterioro más extremo o de peligros mortales.
España, no hace mucho, conoció la experiencia de un dictador democrático. Fue Miguel Primo de Rivera, protagonista en septiembre de 1923 un golpe de Estado que dejó en suspenso la Constitución de 1876 y que contó con el visto bueno del monarca Alfonso XIII, que confió en el general para que salvara a España del profundo deterioro que sufría en aquella etapa de su historia.
Pero los mejores ejemplos de dictaduras democráticas nos la ofrecen los inventores clásicos de la democracia, en concreto Grecia y Roma, que llamaban a hombres fuertes y decididos para que impusieran orden, defendieran la nación de invasores o enemigos letales o restablecieran el sistema, gravemente dañado por por miserables y desaprensivos.
Los mejores ejemplos que nos ofrece la Historía quizás son los de Mario, Sila y Julio César, tres dictadores que no pretendían destruir el sistema, sino regenerarlo, que fueron apoyados por sus propios pueblos para que salvaran a Roma y restablecieran el orden y la limpieza en la República.
España, en las presentes circunstancias, quizás debiera recurrir a un dictador democrático, un tipo lo bastante fuerte y con poderes tan sólidos que fuera capaz de resetear un sistema que ya no tiene posibilidad alguna de regenerarse por su propios medios y que instaure de una vez la democracia, un sistema que los políticos han escamoteado al pueblo español, engañándole y haciéndole creer que aquella dictadura de partidos sustentada por la Constitución de 1978 era una democracia.
La España actual necesita la limpieza a fondo una dictadura democrática porque el sentimiento independentista crece, porque pocos se sienten a gusto en el basurero nacional, porque se desintegra, porque nadie es capaz de frenar la corrupción, porque los partidos políticos, que son el eje del poder político, están podridos, porque la sociedad civil ha sido asesinada, porque las leyes ya no son iguales para todos y, sobre todo, porque el pueblo ha dejado de confiar y creer en sus dirigentes y considera a sus políticos como una lacra y uno de los principales problemas de la nación, algo que deslegitima al sistema y lo hace inviable.
No cabe duda de que muchos paniaguados y falsos demócratas, casi todos ellos afines al sistema y habituados a ordeñarlo en beneficio propio o de sus partidos, van a llamarme "fascista" por proponer que el poder en España sea entregado a un Mario, un Sila o un Julio César, pero no me importa. También fui de los primeros que, hace 15 años, empecé a decir verdades hoy asumidas pero que nadie se atrevía a decir entonces: que el sistema español no es una democracia, que las autonomías eran un cáncer mortal, que los partidos políticos son el principal problema de España y que los políticos son el mayor obstáculo para el verdadero progreso de la nación.
Con la tristeza y autoridad que me otorgan haber acertado siempre, digo ahora que la única salvación de España es la elección de un dictador democrático con poderes suficientes para "resetear" España, limpiarla de indeseables e instaurar una democracia auténtica, no el bodrio escandaloso vigente, utilizado por la clase dirigente para saquear, estafar, empobrecer y destruir la nación.
Francisco Rubiales
Hay dictadores que llegan al poder para aplastar la democracia y establecer una dictadura personal Es el caso de Franco, Mussolini, Lenin, Mao, Hitler y otros muchos. No importa como lleguen, sino para que llegan al poder. Los dictadores puros lo hacen para gobernar ellos, pero los "dictadores democráticos" lo hacen para salvar a sus patrias del caos, del deterioro más extremo o de peligros mortales.
España, no hace mucho, conoció la experiencia de un dictador democrático. Fue Miguel Primo de Rivera, protagonista en septiembre de 1923 un golpe de Estado que dejó en suspenso la Constitución de 1876 y que contó con el visto bueno del monarca Alfonso XIII, que confió en el general para que salvara a España del profundo deterioro que sufría en aquella etapa de su historia.
Pero los mejores ejemplos de dictaduras democráticas nos la ofrecen los inventores clásicos de la democracia, en concreto Grecia y Roma, que llamaban a hombres fuertes y decididos para que impusieran orden, defendieran la nación de invasores o enemigos letales o restablecieran el sistema, gravemente dañado por por miserables y desaprensivos.
Los mejores ejemplos que nos ofrece la Historía quizás son los de Mario, Sila y Julio César, tres dictadores que no pretendían destruir el sistema, sino regenerarlo, que fueron apoyados por sus propios pueblos para que salvaran a Roma y restablecieran el orden y la limpieza en la República.
España, en las presentes circunstancias, quizás debiera recurrir a un dictador democrático, un tipo lo bastante fuerte y con poderes tan sólidos que fuera capaz de resetear un sistema que ya no tiene posibilidad alguna de regenerarse por su propios medios y que instaure de una vez la democracia, un sistema que los políticos han escamoteado al pueblo español, engañándole y haciéndole creer que aquella dictadura de partidos sustentada por la Constitución de 1978 era una democracia.
La España actual necesita la limpieza a fondo una dictadura democrática porque el sentimiento independentista crece, porque pocos se sienten a gusto en el basurero nacional, porque se desintegra, porque nadie es capaz de frenar la corrupción, porque los partidos políticos, que son el eje del poder político, están podridos, porque la sociedad civil ha sido asesinada, porque las leyes ya no son iguales para todos y, sobre todo, porque el pueblo ha dejado de confiar y creer en sus dirigentes y considera a sus políticos como una lacra y uno de los principales problemas de la nación, algo que deslegitima al sistema y lo hace inviable.
No cabe duda de que muchos paniaguados y falsos demócratas, casi todos ellos afines al sistema y habituados a ordeñarlo en beneficio propio o de sus partidos, van a llamarme "fascista" por proponer que el poder en España sea entregado a un Mario, un Sila o un Julio César, pero no me importa. También fui de los primeros que, hace 15 años, empecé a decir verdades hoy asumidas pero que nadie se atrevía a decir entonces: que el sistema español no es una democracia, que las autonomías eran un cáncer mortal, que los partidos políticos son el principal problema de España y que los políticos son el mayor obstáculo para el verdadero progreso de la nación.
Con la tristeza y autoridad que me otorgan haber acertado siempre, digo ahora que la única salvación de España es la elección de un dictador democrático con poderes suficientes para "resetear" España, limpiarla de indeseables e instaurar una democracia auténtica, no el bodrio escandaloso vigente, utilizado por la clase dirigente para saquear, estafar, empobrecer y destruir la nación.
Francisco Rubiales