El próximo 20 de noviembre se cumple el 30 aniversario de la muerte del dictador Francisco Franco. Es una ocasión óptima para que esta España en declive cambie de rumbo, emprenda un duro proceso de regeneración y culmine, de una vez, la Transición a la Democracia, todavía inconclusa.
La Transición española no fue, como se ha dicho, un salto pacífico y sin traumas desde una dictadura que duró cuarenta años a la actual democracia. Aquella Transición, que en su inicio impresionó al mundo, es un proceso que, a pesar de haber cubierto etapas decisivas, todavía está inconcluso, porque debe culminar su último obstáculo, quizás el más importante: el de cuestionar la democracia y reconocer que ese sistema, a pesar de sus logros en derechos y libertades, es imperfecto y ha ocasionado al país graves daños.
La Transición se inició con el pacto de las fuerzas políticas, que desplazaron al anterior régimen y asumieron el poder, continuó con el gobierno de Adolfo Suárez, cubrió una etapa decisiva al gobernar la izquierda, con Felipe González, quemó otra etapa imprescindible al gobernar la derecha y le queda sólo por cubrir su última meta: cuestionar la democracia como sistema, algo que hasta ahora es tabú, y reconocer que durante la democracia España ha dado muchos pasos hacia adelante en campos tan vitales como el desarrollo económico, los derechos y las libertades, pero también algunos pasos hacia atrás en ámbitos como el crecimiento desmesurado del poder político, la corrupción, la seguridad ciudadana, la unidad nacional, la convivencia y la pérdida de algunos valores fundamentales.
Sólo cuando los españoles asuman, con todas sus consecuencias, que la democracia, sin los necesarios controles y cautelas, también puede convertirse en sistema opresor y en una fábrica de esclavos, habrá concluído la Transición española hacia la democracia.
Dentro de pocos días, el 20 de noviembre, se cumplirán los 30 años de la muerte de Franco, una efeméride que sorprende a España en una situación política difícil, con la unidad nacional amenazada por los nacionalismos extremos e insolidarios vasco y catalán, con una política desprestigiada, con un liderazgo político debilitado, con una estructura de valores en crisis, con un sistema electoral dominado por la partitocracia, que ya no atrae a los ciudadanos a las las urnas, y bajo un sistema, la democracia, que ha envejecido demasiado velozmente en apenas un cuarto de siglo y que ha perdido el encanto que despertó en toda la sociedad española, en 1976, así como la capacidad de movilizar a la sociedad y de generar confianza.
Algunos están ahora cuestionando aquella Transición que en su momento fue considerada ejemplar en todo el mundo, olvidando que el verdadero problema es que el proceso está incompleto y hay que cerrarlo con una catarsis autocrítica que reconozca que la democracia, además de traernos prosperidad, derechos y libertades, nos ha traído corrupción, unos partidos políticos de poder insaciable que han "ocupado" la sociedad civil y expulsado al ciudadano, inseguridad ciudadana, hundimiento de valores como la honradez, el sentido del esfuerzo, la solidaridad, el respeto y otros, y, lo más grave de todo, un deterioro generalizado de la política que no sólo está liquidando la ilusión y la esperanza del ciudadano en el liderazgo político, sino que, además, desprestigia la política, liquida la credibilidad en los líderes, hace retroceder la democracia y aleja a los votantes de las urnas.
Pero el "vicio" de nuestra democracia más difícil de erradicar es el desproporcionado y dañino poder que han adquirido los partidos políticos, que lo han ocupado todo, desde el propio ámbito de la ciudadanía y la sociedad civil hasta instituciones básicas como las universidades, los sindicatos, las cajas de ahorros y un sinnumero de asociaciones, fundaciones y hasta empresas, penetrando incluso en espacios que les están explícitamente vedados en democracia, como son los poderes básicos del Estado (Ejecutivo, legislativo y judicial) hasta donde llegan hoy los téntaculos partidistas, corrompiendo la pureza del sistema.
El 30 aniversario de la muerte del dictador es un buen momento para que la sociedad española en pleno, encabezada por sus políticos que, por tener todo el poder, tienen también la mayor parte de la culpa, inicien un proceso inmisericorde de autocrítica que nos permita cerrar de una vez la inconclusa Transición.
De ese proceso deberá surgir simplemente la entronización de la verdad, para lo cual habrá que erradicar los grandes tabúes que todavía imperan en la vida española: el tabú de que la democracia es intocable y sagrada; el tabú de que todo lo que hizo el régimen de Franco fue malo; el tabú de los partidos políticos, cuyo abuso de poder lastra hoy el impulso vital de España, el tabú que envuelve la corrupción política, que ha llegado más allá de los tolerable, sobre todo en los ámbitos del suelo, el urbanismo y la construcción, y el tabú del gobierno democrático intocable, que deberá reconocer su imperfección y sus pecados y entonar un "mea culpa" por no haber sabido eliminar las desigualdades, la inseguridad, la pobreza, la injusticia y otras muchas lacras que empañan hoy la democracia española, a pesar de todo el poder que les hemos entregado.
La Transición española no fue, como se ha dicho, un salto pacífico y sin traumas desde una dictadura que duró cuarenta años a la actual democracia. Aquella Transición, que en su inicio impresionó al mundo, es un proceso que, a pesar de haber cubierto etapas decisivas, todavía está inconcluso, porque debe culminar su último obstáculo, quizás el más importante: el de cuestionar la democracia y reconocer que ese sistema, a pesar de sus logros en derechos y libertades, es imperfecto y ha ocasionado al país graves daños.
La Transición se inició con el pacto de las fuerzas políticas, que desplazaron al anterior régimen y asumieron el poder, continuó con el gobierno de Adolfo Suárez, cubrió una etapa decisiva al gobernar la izquierda, con Felipe González, quemó otra etapa imprescindible al gobernar la derecha y le queda sólo por cubrir su última meta: cuestionar la democracia como sistema, algo que hasta ahora es tabú, y reconocer que durante la democracia España ha dado muchos pasos hacia adelante en campos tan vitales como el desarrollo económico, los derechos y las libertades, pero también algunos pasos hacia atrás en ámbitos como el crecimiento desmesurado del poder político, la corrupción, la seguridad ciudadana, la unidad nacional, la convivencia y la pérdida de algunos valores fundamentales.
Sólo cuando los españoles asuman, con todas sus consecuencias, que la democracia, sin los necesarios controles y cautelas, también puede convertirse en sistema opresor y en una fábrica de esclavos, habrá concluído la Transición española hacia la democracia.
Dentro de pocos días, el 20 de noviembre, se cumplirán los 30 años de la muerte de Franco, una efeméride que sorprende a España en una situación política difícil, con la unidad nacional amenazada por los nacionalismos extremos e insolidarios vasco y catalán, con una política desprestigiada, con un liderazgo político debilitado, con una estructura de valores en crisis, con un sistema electoral dominado por la partitocracia, que ya no atrae a los ciudadanos a las las urnas, y bajo un sistema, la democracia, que ha envejecido demasiado velozmente en apenas un cuarto de siglo y que ha perdido el encanto que despertó en toda la sociedad española, en 1976, así como la capacidad de movilizar a la sociedad y de generar confianza.
Algunos están ahora cuestionando aquella Transición que en su momento fue considerada ejemplar en todo el mundo, olvidando que el verdadero problema es que el proceso está incompleto y hay que cerrarlo con una catarsis autocrítica que reconozca que la democracia, además de traernos prosperidad, derechos y libertades, nos ha traído corrupción, unos partidos políticos de poder insaciable que han "ocupado" la sociedad civil y expulsado al ciudadano, inseguridad ciudadana, hundimiento de valores como la honradez, el sentido del esfuerzo, la solidaridad, el respeto y otros, y, lo más grave de todo, un deterioro generalizado de la política que no sólo está liquidando la ilusión y la esperanza del ciudadano en el liderazgo político, sino que, además, desprestigia la política, liquida la credibilidad en los líderes, hace retroceder la democracia y aleja a los votantes de las urnas.
Pero el "vicio" de nuestra democracia más difícil de erradicar es el desproporcionado y dañino poder que han adquirido los partidos políticos, que lo han ocupado todo, desde el propio ámbito de la ciudadanía y la sociedad civil hasta instituciones básicas como las universidades, los sindicatos, las cajas de ahorros y un sinnumero de asociaciones, fundaciones y hasta empresas, penetrando incluso en espacios que les están explícitamente vedados en democracia, como son los poderes básicos del Estado (Ejecutivo, legislativo y judicial) hasta donde llegan hoy los téntaculos partidistas, corrompiendo la pureza del sistema.
El 30 aniversario de la muerte del dictador es un buen momento para que la sociedad española en pleno, encabezada por sus políticos que, por tener todo el poder, tienen también la mayor parte de la culpa, inicien un proceso inmisericorde de autocrítica que nos permita cerrar de una vez la inconclusa Transición.
De ese proceso deberá surgir simplemente la entronización de la verdad, para lo cual habrá que erradicar los grandes tabúes que todavía imperan en la vida española: el tabú de que la democracia es intocable y sagrada; el tabú de que todo lo que hizo el régimen de Franco fue malo; el tabú de los partidos políticos, cuyo abuso de poder lastra hoy el impulso vital de España, el tabú que envuelve la corrupción política, que ha llegado más allá de los tolerable, sobre todo en los ámbitos del suelo, el urbanismo y la construcción, y el tabú del gobierno democrático intocable, que deberá reconocer su imperfección y sus pecados y entonar un "mea culpa" por no haber sabido eliminar las desigualdades, la inseguridad, la pobreza, la injusticia y otras muchas lacras que empañan hoy la democracia española, a pesar de todo el poder que les hemos entregado.