¿Por qué la izquierda detesta a España?
La Gaceta, Madrid, jueves, 29-10-2015.
La España de hoy, 2015, es en muy buena medida una España modelada por la izquierda. Sin embargo, socialistas y comunistas son incapaces de aportar una idea coherente de la nación. Aún peor: la reprueban todos los días.
El PSOE de Pedro Sánchez propone solucionar el problema “territorial” de España reformando la Constitución. El PSOE de Susana Díaz propone, por el contrario, defender la Constitución. El PSOE catalán, por su lado, reprueba públicamente cualquier acuerdo con quienes, como el PP o Ciudadanos, defienden la unidad nacional (y la Constitución). El PSOE de Carmona en Madrid defiende la unidad nacional, pero el mismo PSOE madrileño se niega a suscribir tal defensa. El PSOE valenciano o balear rechaza mociones de defensa de la Constitución y aboga por romper la baraja nacional. El gallego no anda muy lejos. Y si saltamos más a la izquierda, hacia los continentes de Izquierda Unida o de Podemos, entonces el paisaje es aún más sombrío. La izquierda española detesta a España. Y ese prejuicio es, en muy buena medida, responsable del marasmo que hoy vive Cataluña.
La izquierda ha gobernado en España muchos años: desde 1982 hasta 1996 con Felipe González y desde 2004 hasta 2011 con Zapatero. Todo eso sin contar los larguísimos años de poder social-comunista en comunidades autónomas y ayuntamientos. Añadamos su hegemonía prácticamente completa desde hace casi cuarenta años en materia de enseñanza y comunicación, así como en el campo sindical. Sumemos, por supuesto, su relevante papel en los feudos financieros, industriales y también judiciales del país. Es decir que la España de hoy, 2015, es en muy buena medida una España modelada por la izquierda. Incluso la ex derecha política (el PP) se ha rendido a sus dictados. Y sin embargo, la izquierda española sigue sin ser capaz de aportar una idea coherente de España. Aún peor: siente la incesante tentación de reprobar todos los días a la España histórica, la que duerme en los cementerios y se narra en los libros, y eso se traduce en un perpetuo desdén hacia la España presente, la que intenta respirar cotidianamente en una atmósfera cada vez más insufrible. ¿Qué le pasa a la izquierda con España?
La izquierda española tiene una idea completamente hemipléjica, parcial, sectaria, deformada de España. De la metáfora valleinclanesca del esperpento –España reflejada en los espejos del callejón del Gato- se han quedado sólo con la imagen especular, no con la otra, la real, la material. Curiosa fuga del materialismo metodológico, esa que consiste en actuar sobre la base de una representación tan imaginaria como arbitraria. España, para nuestra izquierda, no es una experiencia de vida colectiva a lo largo de los siglos, no. España, para ella, es una fantasía grotesca: un cacique despiadado y brutal, un obispo seboso y libidinoso, un señorito violador de doncellas campesinas, un inquisidor de celo homicida, etc. O sea que España, para la izquierda es una caricatura. Y además, una caricatura injusta y falaz.
La izquierda española construyó una España fantasmal después del 98 y se la creyó. Hizo lo mismo a la altura de 1931 y volvió a creérsela. Repitió la operación en los años 70 y nuevamente se convenció a sí misma de que ese monigote que había creado era la materia real. Nuestra izquierda siempre ha pensado que España es no lo que realmente vemos, sino lo que bulle en su particular caletre ideológico. Con muy escasas excepciones, ha sido incapaz de proyectar sus valores, sus principios, sobre la existencia histórica real de España. Rara vez se le ha ocurrido, por ejemplo, vincular la noción de libertad con los héroes del 2 de Mayo, enlazar la lucha frente a la tiranía con la Reconquista, ejemplificar el progreso de la civilización con la conquista de América o inspirar la emancipación de la mujer en Santa Teresa o María de Molina. En otros países –Francia o Italia, sin ir más lejos- la izquierda busca identificar sus principios con episodios o personajes de la historia nacional, pero eso, en España, es un ejercicio inédito. Al revés: nuestra izquierda, con una frecuencia inusitada, ha tendido a identificarse con el enemigo de la nación, desde el “redentor” agresor francés de 1808 hasta el “tolerante” invasor musulmán de 711 pasando por el “ilustrado” puritano protestante. O por el separatista “víctima de Madrid”. Es realmente una patología ideológica. Lo asombroso es que no remita ni siquiera después de que la propia izquierda haya gobernado durante tantos años, remodelando el país a su imagen y semejanza.
Nuestra izquierda debería entender que no hay democracia, ni libertad ni igualdad posibles sin una comunidad política consciente de ser tal y proyectada en el tiempo histórico. Es decir, sin una nación. En nuestro caso, sin algo llamado España. Nuestra izquierda debería entender que no es posible conceder a una minoría –en Cataluña, una minoría separatista- el privilegio de pisotear los derechos y libertades de cuantos no piensan como ella. Nuestra izquierda debería entender que es insensato invitar a un pueblo a abominar todos los días de su identidad, de sus ancestros, de su ser, porque eso sólo redunda en beneficio de quienes desean dominar a ese pueblo. Pero nuestra izquierda no lo entiende.
España necesita una izquierda nacional. Y la necesita ya.
La Gaceta, Madrid, jueves, 29-10-2015.
La España de hoy, 2015, es en muy buena medida una España modelada por la izquierda. Sin embargo, socialistas y comunistas son incapaces de aportar una idea coherente de la nación. Aún peor: la reprueban todos los días.
El PSOE de Pedro Sánchez propone solucionar el problema “territorial” de España reformando la Constitución. El PSOE de Susana Díaz propone, por el contrario, defender la Constitución. El PSOE catalán, por su lado, reprueba públicamente cualquier acuerdo con quienes, como el PP o Ciudadanos, defienden la unidad nacional (y la Constitución). El PSOE de Carmona en Madrid defiende la unidad nacional, pero el mismo PSOE madrileño se niega a suscribir tal defensa. El PSOE valenciano o balear rechaza mociones de defensa de la Constitución y aboga por romper la baraja nacional. El gallego no anda muy lejos. Y si saltamos más a la izquierda, hacia los continentes de Izquierda Unida o de Podemos, entonces el paisaje es aún más sombrío. La izquierda española detesta a España. Y ese prejuicio es, en muy buena medida, responsable del marasmo que hoy vive Cataluña.
La izquierda ha gobernado en España muchos años: desde 1982 hasta 1996 con Felipe González y desde 2004 hasta 2011 con Zapatero. Todo eso sin contar los larguísimos años de poder social-comunista en comunidades autónomas y ayuntamientos. Añadamos su hegemonía prácticamente completa desde hace casi cuarenta años en materia de enseñanza y comunicación, así como en el campo sindical. Sumemos, por supuesto, su relevante papel en los feudos financieros, industriales y también judiciales del país. Es decir que la España de hoy, 2015, es en muy buena medida una España modelada por la izquierda. Incluso la ex derecha política (el PP) se ha rendido a sus dictados. Y sin embargo, la izquierda española sigue sin ser capaz de aportar una idea coherente de España. Aún peor: siente la incesante tentación de reprobar todos los días a la España histórica, la que duerme en los cementerios y se narra en los libros, y eso se traduce en un perpetuo desdén hacia la España presente, la que intenta respirar cotidianamente en una atmósfera cada vez más insufrible. ¿Qué le pasa a la izquierda con España?
La izquierda española tiene una idea completamente hemipléjica, parcial, sectaria, deformada de España. De la metáfora valleinclanesca del esperpento –España reflejada en los espejos del callejón del Gato- se han quedado sólo con la imagen especular, no con la otra, la real, la material. Curiosa fuga del materialismo metodológico, esa que consiste en actuar sobre la base de una representación tan imaginaria como arbitraria. España, para nuestra izquierda, no es una experiencia de vida colectiva a lo largo de los siglos, no. España, para ella, es una fantasía grotesca: un cacique despiadado y brutal, un obispo seboso y libidinoso, un señorito violador de doncellas campesinas, un inquisidor de celo homicida, etc. O sea que España, para la izquierda es una caricatura. Y además, una caricatura injusta y falaz.
La izquierda española construyó una España fantasmal después del 98 y se la creyó. Hizo lo mismo a la altura de 1931 y volvió a creérsela. Repitió la operación en los años 70 y nuevamente se convenció a sí misma de que ese monigote que había creado era la materia real. Nuestra izquierda siempre ha pensado que España es no lo que realmente vemos, sino lo que bulle en su particular caletre ideológico. Con muy escasas excepciones, ha sido incapaz de proyectar sus valores, sus principios, sobre la existencia histórica real de España. Rara vez se le ha ocurrido, por ejemplo, vincular la noción de libertad con los héroes del 2 de Mayo, enlazar la lucha frente a la tiranía con la Reconquista, ejemplificar el progreso de la civilización con la conquista de América o inspirar la emancipación de la mujer en Santa Teresa o María de Molina. En otros países –Francia o Italia, sin ir más lejos- la izquierda busca identificar sus principios con episodios o personajes de la historia nacional, pero eso, en España, es un ejercicio inédito. Al revés: nuestra izquierda, con una frecuencia inusitada, ha tendido a identificarse con el enemigo de la nación, desde el “redentor” agresor francés de 1808 hasta el “tolerante” invasor musulmán de 711 pasando por el “ilustrado” puritano protestante. O por el separatista “víctima de Madrid”. Es realmente una patología ideológica. Lo asombroso es que no remita ni siquiera después de que la propia izquierda haya gobernado durante tantos años, remodelando el país a su imagen y semejanza.
Nuestra izquierda debería entender que no hay democracia, ni libertad ni igualdad posibles sin una comunidad política consciente de ser tal y proyectada en el tiempo histórico. Es decir, sin una nación. En nuestro caso, sin algo llamado España. Nuestra izquierda debería entender que no es posible conceder a una minoría –en Cataluña, una minoría separatista- el privilegio de pisotear los derechos y libertades de cuantos no piensan como ella. Nuestra izquierda debería entender que es insensato invitar a un pueblo a abominar todos los días de su identidad, de sus ancestros, de su ser, porque eso sólo redunda en beneficio de quienes desean dominar a ese pueblo. Pero nuestra izquierda no lo entiende.
España necesita una izquierda nacional. Y la necesita ya.