Uno de los muchos memes anti autonomías que circulan por la red
El fracaso del sistema autonómico es incuestionable, salvo para la casta política, que vive de él. Pero ese diseño de una España dividida ya era un fracaso cuando se aprobó la constitución. Todos los problemas que ahora nos estallan en el rostro se señalaron en su momento, pero nadie hizo caso.
Los políticos, tras la muerte de Franco, supieron aprovechar en su propio beneficio la enorme credibilidad que el pueblo español tenía en la democracia y en los partidos, una credibilidad que hoy, cuatro décadas después, ha saltado por los aires. En lugar de una democracia, la Constitución diseñço una partitocracia sin ciudadanos y sin controles suficientes en la que los partidos y los políticos tenían todo el poder y sin una separación de poderes garantizada.
La sospecha de que los ciudadanos permitieron aquel abuso porque el pueblo estaba abducido ya no es sospecha sino realidad constatada. Hoy, una Constitución como la de 1978 sería imposible de probar por un pueblo que ha aprendido ya a valorar lo que representan los partidos y los políticos.
El camino de los españoles hacia la liberación mental y la democracia es lento y desesperante. A pesar de lo que está cayendo, no ha estallado una protesta masiva contra el sistema autonómico. La gente clama contra el separatismo, el abuso de poder, el despilfarro, el tamaño del Estado, la politización de la Justicia y muchas cosas más, pero no contra el origen de todo, que es un sistema autonómico que dispara las envidias, la disgregación, el ansia de poder y la creación de diferencias de todo tipo, fiscales, en servicios básicos y hasta en derechos cívicos, hasta el punto de que la España actual es un batiburrillo de fuerzas desatadas, sin control ni coordinación central.
El balance del Estado de las Autonomías en las casi cuatro décadas de falsa democracia española es sobrecogedor: desigualdad, competencia sucia entre regiones, disgregación, ruptura del mercado único, corrupción a escala local y regional, despilfarro, endeudamiento, nacionalismo y mil errores y alentados contra la democracia, la decencia, la convivencia y otros valores.
O España se reorganiza como un Estado Centralista, o esto va hacia el caos. Cada autonomia quiere diferenciarse de la otra, sin que nadie ponga orden. Hoy es más fácil abrir una empresa en un país extranjero y comerciar con España que abrirla en Andalucía o Castilla y tener que enfrentarte a barreras y trabas impositivas y administrativas irracionales y dignas de ser castigadas por anticonstitucionales.
Si no eliminamos las autonomías ellas nos eliminarán a nosotros y nos dejaran en la ruina .
Francisco Rubiales
Los políticos, tras la muerte de Franco, supieron aprovechar en su propio beneficio la enorme credibilidad que el pueblo español tenía en la democracia y en los partidos, una credibilidad que hoy, cuatro décadas después, ha saltado por los aires. En lugar de una democracia, la Constitución diseñço una partitocracia sin ciudadanos y sin controles suficientes en la que los partidos y los políticos tenían todo el poder y sin una separación de poderes garantizada.
La sospecha de que los ciudadanos permitieron aquel abuso porque el pueblo estaba abducido ya no es sospecha sino realidad constatada. Hoy, una Constitución como la de 1978 sería imposible de probar por un pueblo que ha aprendido ya a valorar lo que representan los partidos y los políticos.
El camino de los españoles hacia la liberación mental y la democracia es lento y desesperante. A pesar de lo que está cayendo, no ha estallado una protesta masiva contra el sistema autonómico. La gente clama contra el separatismo, el abuso de poder, el despilfarro, el tamaño del Estado, la politización de la Justicia y muchas cosas más, pero no contra el origen de todo, que es un sistema autonómico que dispara las envidias, la disgregación, el ansia de poder y la creación de diferencias de todo tipo, fiscales, en servicios básicos y hasta en derechos cívicos, hasta el punto de que la España actual es un batiburrillo de fuerzas desatadas, sin control ni coordinación central.
El balance del Estado de las Autonomías en las casi cuatro décadas de falsa democracia española es sobrecogedor: desigualdad, competencia sucia entre regiones, disgregación, ruptura del mercado único, corrupción a escala local y regional, despilfarro, endeudamiento, nacionalismo y mil errores y alentados contra la democracia, la decencia, la convivencia y otros valores.
O España se reorganiza como un Estado Centralista, o esto va hacia el caos. Cada autonomia quiere diferenciarse de la otra, sin que nadie ponga orden. Hoy es más fácil abrir una empresa en un país extranjero y comerciar con España que abrirla en Andalucía o Castilla y tener que enfrentarte a barreras y trabas impositivas y administrativas irracionales y dignas de ser castigadas por anticonstitucionales.
Si no eliminamos las autonomías ellas nos eliminarán a nosotros y nos dejaran en la ruina .
Francisco Rubiales