A los políticos se les debería exigir, como hacen las empresas con sus trabajadores, pasar un reconocimiento médico anual y un examen psicofísico para comprobar si son aptos para el desempeño de sus funciones. Pero estos políticos, cargados de arrogancia y auto atribuyéndose siempre privilegios indeseables, se niegan a ser controlados y examinados, como si fueran semidioses. La consecuencia es que demasiados imbéciles y gente peligrosa, sin valores ni capacidades, está alcanzando niveles de responsabilidad en el Estado, con el destino y hasta la vida de millones de ciudadanos en sus manos.
Los dos grandes partidos políticos españoles, PSOE y PP, son tan corruptos y tienen tantos delitos acumulados o pendientes de ser juzgados que se han convertido, junto con la extinta ETA, en las asociaciones más delictivas del país.
Sin exigencias ni controles, muchos delincuentes listos y enfermos mentales tienen el camino libre para situarse en la cúspide del Estado, donde obtienen poder e impunidad suficientes para destrozar la nación.
A estas alturas de nuestra historia como país, hay evidencias más que suficientes para desconfiar y concluir que los políticos, al igual que el resto de los mortales, deben superar exigencias y controles para ejercer puestos de alta responsabilidad. Si un ciclista o un futbolista es sometido a controles antidopaje y si para ser secretaria de dirección se exigen títulos, idiomas y solvencia moral, carece de sentido alguno y es suicida que a los políticos no se les controle ni se les exijan limpieza moral, títulos y garantías de preparación, equilibrio y solvencia.
Los políticos deberían superar fuertes oposiciones para poder disponer de poder sobre los demás y ejercer cargos de alta responsabilidad, donde está en juego la vida de los ciudadanos y el destino de la nación.
Es la única manera de disfrutar de un liderazgo solvente y de eliminar el terrible riesgo de que los torpes, corruptos, ladrones y enfermos de arrogancia se apoderen del Estado y desde esas alturas nos arruinen la existencia.
Uno de los mayores riesgos de la política actual es que permite con gran facilidad que los enfermos mentales alcancen las alturas del Estado. El síndrome de Hubris también escrito como hibris o hybris, es un concepto griego de enfermedad que padecen personas en cualquier entorno social pero que es especialmente grave y dañino cuando el enfermo logra tener poder sobre los demás.
En mayo del 2008, el político y médico británico Lord David Owen publicó un interesante libro titulado “En el poder y en la enfermedad: enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años”. En esa obra, considera que el síndrome de Hubris suele mezclarse, en muchas ocasiones, con la desmesura, el narcisismo y con el trastorno bipolar. El síndrome de hubris proviene del vocablo griego ‘hybris’, que en su significado moderno describe a una persona que, por tener excesiva soberbia, arrogancia y autoconfianza, desprecia a sus semejantes y traspasa los límites de la acción humana, desplegando en su vida incompetencia, incapacidad para escuchar y una inquietante y peligrosa falta de humanidad en sus criterios y decisiones.
Los griegos utilizaban la palabra para definir al héroe que lograba la gloria y ésta le conducía hasta un estado de embriaguez por el éxito logrado y se empezaba a comportar como un dios loco, capaz de cometer un error tras otro. El castigo al ‘Hubris’ era la ‘Nemesis’, que devuelve a la persona a la realidad a través del fracaso y la pérdida del poder.
A los españoles, que hemos padecido en el poder a personajes con tantas carencias y peligro como Zapatero, Pedro Sanchez y Rajoy, sin mencionar a otros con deficiencias graves para el ejercicio del poder supremo, no debería importarnos demasiado que existan políticos con pocas luces o ligeramente corruptos, tipos que existen en todo el planeta, cómo existe la gripe y el sueño, pero no se puede ni debe tolerarse que los traidores, los descerebrados, los arrogantes y los dominados por instintos de destrucción y daño al prójimo alcancen el poder.
Si hay algo que define a la ciudadanía española en el mundo actual no es la grandeza del pasado, ni el heroísmo de nuestros soldados, ni la cultura de nuestros estudiosos, sino la escasa exigencia a los que nos gobiernan, una actitud de cobardía y dejadez que permite que traidores pacten con traidores, que se castigue y margine a los mejores, que los rebeldes y desleales (catalanes) sean premiados en lugar de castigados y que los más indeseables tengan expedito el camino hacia el gobierno y la representación.
Sin duda, hemos caído muy bajo.
Francisco Rubiales
Los dos grandes partidos políticos españoles, PSOE y PP, son tan corruptos y tienen tantos delitos acumulados o pendientes de ser juzgados que se han convertido, junto con la extinta ETA, en las asociaciones más delictivas del país.
Sin exigencias ni controles, muchos delincuentes listos y enfermos mentales tienen el camino libre para situarse en la cúspide del Estado, donde obtienen poder e impunidad suficientes para destrozar la nación.
A estas alturas de nuestra historia como país, hay evidencias más que suficientes para desconfiar y concluir que los políticos, al igual que el resto de los mortales, deben superar exigencias y controles para ejercer puestos de alta responsabilidad. Si un ciclista o un futbolista es sometido a controles antidopaje y si para ser secretaria de dirección se exigen títulos, idiomas y solvencia moral, carece de sentido alguno y es suicida que a los políticos no se les controle ni se les exijan limpieza moral, títulos y garantías de preparación, equilibrio y solvencia.
Los políticos deberían superar fuertes oposiciones para poder disponer de poder sobre los demás y ejercer cargos de alta responsabilidad, donde está en juego la vida de los ciudadanos y el destino de la nación.
Es la única manera de disfrutar de un liderazgo solvente y de eliminar el terrible riesgo de que los torpes, corruptos, ladrones y enfermos de arrogancia se apoderen del Estado y desde esas alturas nos arruinen la existencia.
Uno de los mayores riesgos de la política actual es que permite con gran facilidad que los enfermos mentales alcancen las alturas del Estado. El síndrome de Hubris también escrito como hibris o hybris, es un concepto griego de enfermedad que padecen personas en cualquier entorno social pero que es especialmente grave y dañino cuando el enfermo logra tener poder sobre los demás.
En mayo del 2008, el político y médico británico Lord David Owen publicó un interesante libro titulado “En el poder y en la enfermedad: enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años”. En esa obra, considera que el síndrome de Hubris suele mezclarse, en muchas ocasiones, con la desmesura, el narcisismo y con el trastorno bipolar. El síndrome de hubris proviene del vocablo griego ‘hybris’, que en su significado moderno describe a una persona que, por tener excesiva soberbia, arrogancia y autoconfianza, desprecia a sus semejantes y traspasa los límites de la acción humana, desplegando en su vida incompetencia, incapacidad para escuchar y una inquietante y peligrosa falta de humanidad en sus criterios y decisiones.
Los griegos utilizaban la palabra para definir al héroe que lograba la gloria y ésta le conducía hasta un estado de embriaguez por el éxito logrado y se empezaba a comportar como un dios loco, capaz de cometer un error tras otro. El castigo al ‘Hubris’ era la ‘Nemesis’, que devuelve a la persona a la realidad a través del fracaso y la pérdida del poder.
A los españoles, que hemos padecido en el poder a personajes con tantas carencias y peligro como Zapatero, Pedro Sanchez y Rajoy, sin mencionar a otros con deficiencias graves para el ejercicio del poder supremo, no debería importarnos demasiado que existan políticos con pocas luces o ligeramente corruptos, tipos que existen en todo el planeta, cómo existe la gripe y el sueño, pero no se puede ni debe tolerarse que los traidores, los descerebrados, los arrogantes y los dominados por instintos de destrucción y daño al prójimo alcancen el poder.
Si hay algo que define a la ciudadanía española en el mundo actual no es la grandeza del pasado, ni el heroísmo de nuestros soldados, ni la cultura de nuestros estudiosos, sino la escasa exigencia a los que nos gobiernan, una actitud de cobardía y dejadez que permite que traidores pacten con traidores, que se castigue y margine a los mejores, que los rebeldes y desleales (catalanes) sean premiados en lugar de castigados y que los más indeseables tengan expedito el camino hacia el gobierno y la representación.
Sin duda, hemos caído muy bajo.
Francisco Rubiales