En los "Things Tanks" de Washington y buena parte de la Administración y el poder en USA cuestionan al gobierno español de José Luis Rodríguez Zapatero no tanto por haber abandonado la “alianza” militar en Iraq, por vender armas a Venezuela, por sus "amistades peligrosas" con dictadores desprestigiados o por sus malas relaciones con el imperio americano, sino por la heterodoxia que practica en su política, sobre todo por su vocación intervencionista, un camino arcaíco, abandonado hace mucho por las democracias avanzadas del planeta, que lo consideran autoritario, regresivo y contrario al progreso. Esta es la principal razón para que no avancen las relaciones, a pesar de los múltiples intentos de España, que, incluso, ha enviado el máximo posible de tropas a escenarios bélicos de interés para Washington (Afganistán, Libano... ).
Mientras que los estados abandonan su intervensionismo y retroceden en todos los países avanzados del mundo, asumiendo el papel de árbitro que deja jugar a la sociedad civil, participando sólo cuando es imprescindible, en España, con el socialismo y el nacionalismo en el poder, sucede lo contrario: el Estado muestra un afán intervensionista fuera de lugar.
Las batallas por conseguir nuevos estatutos autonómicos, cuando la ciudadanía no los demanda, las presiones del gobierno para que cambien las cúspides empresariales de las grandes empresas españolas, el tipo de relación entre el poder y el empresariado, el triste estado de postración en que se encuentra la sociedad civil española, la presión activa del gobierno a favor determinadas OPAs, las alianzas con gente nacionalista totalitaria y hasta el diseño y la orientación de los presupuestos generales del Estado reflejan un estilo intervensionista del poder político español que hoy es insólito en un mundo donde los gobiernos democráticos avanzados han optado por dejar cada día más espacios libres al ciudadano, a la sociedad y al mercado.
Un claro ejemplo del intervencionismo cuotidiano del gobierno español fue el ocurrido el 18 de enero, un día cualquiera del calendario. Ese día, el Ministerio de Cultura rechazó la inscripción de una Fundación creada por ciudadanos españoles porque elegaba que su nombre (Fundación para la Defensa de la Sociedad Española) interfería con los fines y objetivos del Ministerio de Defensa, una excusa que causó risa si no representara una intervención arbitraria del gobierno contra el derecho ciudadano a asociarse y a expresarse.
El "Intervencionismo" gubernamental en el plano mundial tiene una historia reciente cargada de fracasos: los gobiernos salieron eufóricos y muy reforzados de la segunda Guerra Mundial. Habían ganado la guerra y se sentían capaces de ganar también la paz. Pero estaban fascinados ante los éxitos aparentes de la intervencionista Unión Soviética, con sus planes quinquenales, su industrialización vertiginosa y con su poderoso Estado dirigiendo sin titubeos el sorprendente camino hacia la prosperidad. Todos imitaron el modelo y también los estados democráticos se hicieron intervensionistas, conquistando las alturas del poder, nacionalizando empresas y forjando un sólido sector público en las economías nacionales.
La “euforia estatal” intervensionista pronto demostró que tenía terribles lagunas de eficacia, pero logró resistir hasta los años ochenta. Cuando cayó el Muro de Berlín y se hundió el comunismo, también se fue a pique el intervensionismo del Estado, que se batió en retirada. En realidad, esa retirada representó un balón de oxígeno para unos gobiernos que habían demostrado ser pésimos administradores que no sabían controlar la inflación y que habían sucumbido a la ineficacia, al gasto descontrolado y a la corrupción.
Pero quienes salieron beneficiadas con ese retroceso del intervencionismo fueron las sociedades y los ciudadanos, que vieron como, sin la presencia agobiante de los gobiernos, aumentaban los margenes de libertad y de prosperidad.
Hasta los políticos de izquierda abrazaron entonces la tendencia a ceder libertad a las sociedades y mercados, tras admitir que la privatización es un éxito social y económico y que sus gobiernos ya no pueden mantener los costosos estados benefactores. Todos bajan los impuestos y descubren que así aumenta la riqueza, el empleo y el consumo, con lo que el Estado recauda más a través de los impuestos indirectos. Es la empresa la que aparece en el escenario como protagonista y el empresario gana prestigio e imagen al aparecer ante la opinión pública como el genuino creador de empleo y riqueza.
El hundimiento del comunismo fue también el fracaso del Estado como regulador y de los gobiernos como gestores ineficaces del progreso y la prosperidad. Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, explicó con palabras simples la naturaleza del cambio: “ Los gobiernos se habían vuelto excesivamente arrogantes ”.
Mientras que los estados abandonan su intervensionismo y retroceden en todos los países avanzados del mundo, asumiendo el papel de árbitro que deja jugar a la sociedad civil, participando sólo cuando es imprescindible, en España, con el socialismo y el nacionalismo en el poder, sucede lo contrario: el Estado muestra un afán intervensionista fuera de lugar.
Las batallas por conseguir nuevos estatutos autonómicos, cuando la ciudadanía no los demanda, las presiones del gobierno para que cambien las cúspides empresariales de las grandes empresas españolas, el tipo de relación entre el poder y el empresariado, el triste estado de postración en que se encuentra la sociedad civil española, la presión activa del gobierno a favor determinadas OPAs, las alianzas con gente nacionalista totalitaria y hasta el diseño y la orientación de los presupuestos generales del Estado reflejan un estilo intervensionista del poder político español que hoy es insólito en un mundo donde los gobiernos democráticos avanzados han optado por dejar cada día más espacios libres al ciudadano, a la sociedad y al mercado.
Un claro ejemplo del intervencionismo cuotidiano del gobierno español fue el ocurrido el 18 de enero, un día cualquiera del calendario. Ese día, el Ministerio de Cultura rechazó la inscripción de una Fundación creada por ciudadanos españoles porque elegaba que su nombre (Fundación para la Defensa de la Sociedad Española) interfería con los fines y objetivos del Ministerio de Defensa, una excusa que causó risa si no representara una intervención arbitraria del gobierno contra el derecho ciudadano a asociarse y a expresarse.
El "Intervencionismo" gubernamental en el plano mundial tiene una historia reciente cargada de fracasos: los gobiernos salieron eufóricos y muy reforzados de la segunda Guerra Mundial. Habían ganado la guerra y se sentían capaces de ganar también la paz. Pero estaban fascinados ante los éxitos aparentes de la intervencionista Unión Soviética, con sus planes quinquenales, su industrialización vertiginosa y con su poderoso Estado dirigiendo sin titubeos el sorprendente camino hacia la prosperidad. Todos imitaron el modelo y también los estados democráticos se hicieron intervensionistas, conquistando las alturas del poder, nacionalizando empresas y forjando un sólido sector público en las economías nacionales.
La “euforia estatal” intervensionista pronto demostró que tenía terribles lagunas de eficacia, pero logró resistir hasta los años ochenta. Cuando cayó el Muro de Berlín y se hundió el comunismo, también se fue a pique el intervensionismo del Estado, que se batió en retirada. En realidad, esa retirada representó un balón de oxígeno para unos gobiernos que habían demostrado ser pésimos administradores que no sabían controlar la inflación y que habían sucumbido a la ineficacia, al gasto descontrolado y a la corrupción.
Pero quienes salieron beneficiadas con ese retroceso del intervencionismo fueron las sociedades y los ciudadanos, que vieron como, sin la presencia agobiante de los gobiernos, aumentaban los margenes de libertad y de prosperidad.
Hasta los políticos de izquierda abrazaron entonces la tendencia a ceder libertad a las sociedades y mercados, tras admitir que la privatización es un éxito social y económico y que sus gobiernos ya no pueden mantener los costosos estados benefactores. Todos bajan los impuestos y descubren que así aumenta la riqueza, el empleo y el consumo, con lo que el Estado recauda más a través de los impuestos indirectos. Es la empresa la que aparece en el escenario como protagonista y el empresario gana prestigio e imagen al aparecer ante la opinión pública como el genuino creador de empleo y riqueza.
El hundimiento del comunismo fue también el fracaso del Estado como regulador y de los gobiernos como gestores ineficaces del progreso y la prosperidad. Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, explicó con palabras simples la naturaleza del cambio: “ Los gobiernos se habían vuelto excesivamente arrogantes ”.