En esta España nuestra conviven por igual el amor a la nación y el rechazo a lo que hoy es España, una nación que ha sido la más poderosa del mundo y autora de gestas de las que un ciudadano puede sentirse orgulloso, pero que hoy es una falsa democracia, dominada por partidos políticos corruptos y políticos profesionales que anteponen sus intereses y vicios al bien común, un verdadero drama como país, incapaz de ilusionar y cohesionar a sus pueblos y habitantes.
La política desarrollada por el PSOE y el PP en las últimas décadas es tan torpe, injusta y estúpida que ha incrementado el nacionalismo y el deseo de ser independientes, no sólo en Cataluña, sino en otras muchas regiones y pueblos de España, como el País Vasco, Galicia, Canarias, Valencia, Mallorca y hasta en una Andalucía que siempre conectó con el alma de España.
La única terapia eficaz contra el independentismo es construir una nación justa, próspera, decente y envidiable, en la que los ciudadanos se sientan a gusto, aunque sus líderes, siempre ávidos de más poder, les empujen hacia aventuras independentistas. Si el independentismo ha crecido como la espuma en Cataluña no es sólo porque los nacionalistas lo han espoleado desde el gobierno, sino porque la España actual, con su falsa democracia corrupta e injusta, no atrae a los españoles como hábitat y patria común.
En realidad, aunque el gobierno consiga impedir la independencia catalana, el drama catalán seguirá vivo porque es el drama de una España injusta y poco atractiva, que no satisface a sus ciudadanos, sobre todo si son demócratas y decentes.
Nos guste o no, vivir en un país donde los privilegios de unos conviven con la marginación de otros, donde los impuestos son exagerados, donde todos los privilegios son para la clase política y los amigos del poder, donde la ley no es igual para todos y en la que la corrupción campea con descaro y desvergüenza, no resulta atractivo, salvo para esos políticos que tienen casi todos los privilegios a su alcance, incluyendo dinero abundante asegurado hasta la muerte.
España, que por desgracia es más un Estado que una nación, existe porque distintos pueblos decidieron vivir unidos, pero los actuales abusos, el caciquismo de algunos partidos, los privilegios de unos sobre otros, las mentiras, las desigualdades, las injusticias y las corrupciones operan como el ácido y destruyen los engarces, los tornillos y las tuercas que soldaban la nación.
El independentismo catalán es una ruptura de la nación que duele porque amputa y corta tejido en vivo, pero es, sobre todo, una condena a la clase política española, a la corrupción reinantes, a las estafas bancarias y financieras cometidas contra los ciudadanos, sin que el poder los defienda, al poder sin controles de los partidos políticos, a los privilegios inmerecidos de la casta, a las diferencias entre unos españoles y otros y a la falsa democracia dominante, un sistema que rezuma suciedad por todos sus poros.
Desde la Transición, a la que llamaron "modélica", se han sucedido en España estafas, mentiras y desmanes que los ciudadanos decentes y libres solo admitieron porque el poder tenía fuerza para imponer sus abusos e iniquidades.
El verdadero problema de España no es el independentismo, sino la falta de democracia verdadera y la existencia de una tiranía encubierta donde unas élites que se consideran dueñas del Estado imponen siempre sus intereses y criterios a las mayorías, con la ayuda de un Estado que no es de todos. El gran problema de España no es el independentismo sino la suciedad y el escaso valor de su clase dirigente.
Las autonomías, aunque los políticos no quieran admitirlo, porque no les conviene, son los caldos de cultivo que disparan el descontento, la frustración ciudadana, la bajeza del sistema y la desintegración de la nación. Más del 60 por ciento de los ciudadanos desean la supresión de las autonomías, pero los políticos lo impiden sólo porque a ellos les conviene disponer de esos espacios de poder y despilfarro.
El Estado no puede seguir siendo ordeñado por desaprensivos y mediocres.
El independentismo catalán es sólo el primer toque de la sirena de alarma de España, donde la cuenta atrás ha comenzado. La única solución es la regeneración, una conmoción de dureza que llene las cárceles de sinvergüenzas, aprovechados y falsos demócratas que viven dedicados al saqueo y la explotación de lo público, gente sin valores que no sólo se han apoderado del Estado, sino que están conduciendo a sus compatriotas hacia un feo destino, que puede ser de guerra civil o de pobreza, pero no de otra cosa.
Francisco Rubiales
La política desarrollada por el PSOE y el PP en las últimas décadas es tan torpe, injusta y estúpida que ha incrementado el nacionalismo y el deseo de ser independientes, no sólo en Cataluña, sino en otras muchas regiones y pueblos de España, como el País Vasco, Galicia, Canarias, Valencia, Mallorca y hasta en una Andalucía que siempre conectó con el alma de España.
La única terapia eficaz contra el independentismo es construir una nación justa, próspera, decente y envidiable, en la que los ciudadanos se sientan a gusto, aunque sus líderes, siempre ávidos de más poder, les empujen hacia aventuras independentistas. Si el independentismo ha crecido como la espuma en Cataluña no es sólo porque los nacionalistas lo han espoleado desde el gobierno, sino porque la España actual, con su falsa democracia corrupta e injusta, no atrae a los españoles como hábitat y patria común.
En realidad, aunque el gobierno consiga impedir la independencia catalana, el drama catalán seguirá vivo porque es el drama de una España injusta y poco atractiva, que no satisface a sus ciudadanos, sobre todo si son demócratas y decentes.
Nos guste o no, vivir en un país donde los privilegios de unos conviven con la marginación de otros, donde los impuestos son exagerados, donde todos los privilegios son para la clase política y los amigos del poder, donde la ley no es igual para todos y en la que la corrupción campea con descaro y desvergüenza, no resulta atractivo, salvo para esos políticos que tienen casi todos los privilegios a su alcance, incluyendo dinero abundante asegurado hasta la muerte.
España, que por desgracia es más un Estado que una nación, existe porque distintos pueblos decidieron vivir unidos, pero los actuales abusos, el caciquismo de algunos partidos, los privilegios de unos sobre otros, las mentiras, las desigualdades, las injusticias y las corrupciones operan como el ácido y destruyen los engarces, los tornillos y las tuercas que soldaban la nación.
El independentismo catalán es una ruptura de la nación que duele porque amputa y corta tejido en vivo, pero es, sobre todo, una condena a la clase política española, a la corrupción reinantes, a las estafas bancarias y financieras cometidas contra los ciudadanos, sin que el poder los defienda, al poder sin controles de los partidos políticos, a los privilegios inmerecidos de la casta, a las diferencias entre unos españoles y otros y a la falsa democracia dominante, un sistema que rezuma suciedad por todos sus poros.
Desde la Transición, a la que llamaron "modélica", se han sucedido en España estafas, mentiras y desmanes que los ciudadanos decentes y libres solo admitieron porque el poder tenía fuerza para imponer sus abusos e iniquidades.
El verdadero problema de España no es el independentismo, sino la falta de democracia verdadera y la existencia de una tiranía encubierta donde unas élites que se consideran dueñas del Estado imponen siempre sus intereses y criterios a las mayorías, con la ayuda de un Estado que no es de todos. El gran problema de España no es el independentismo sino la suciedad y el escaso valor de su clase dirigente.
Las autonomías, aunque los políticos no quieran admitirlo, porque no les conviene, son los caldos de cultivo que disparan el descontento, la frustración ciudadana, la bajeza del sistema y la desintegración de la nación. Más del 60 por ciento de los ciudadanos desean la supresión de las autonomías, pero los políticos lo impiden sólo porque a ellos les conviene disponer de esos espacios de poder y despilfarro.
El Estado no puede seguir siendo ordeñado por desaprensivos y mediocres.
El independentismo catalán es sólo el primer toque de la sirena de alarma de España, donde la cuenta atrás ha comenzado. La única solución es la regeneración, una conmoción de dureza que llene las cárceles de sinvergüenzas, aprovechados y falsos demócratas que viven dedicados al saqueo y la explotación de lo público, gente sin valores que no sólo se han apoderado del Estado, sino que están conduciendo a sus compatriotas hacia un feo destino, que puede ser de guerra civil o de pobreza, pero no de otra cosa.
Francisco Rubiales