El éxito indiscutible de la exhibición independentista catalana ante los ojos del mundo es un asunto de extrema gravedad que refleja el fracaso del sistema falsamente democrático que ha gobernado España desde la muerte del dictador. El avance del independentismo, unido al descontento generalizado de los ciudadanos, a la agobiante sensación de estar dominados por la corrupción, a la ruina de la economía y al desprestigio brutal de la clase política, obligan a un cambio profundo y doloroso en las estructuras del poder.
Uno de los rasgos mas sobresalientes de la actualidad española es que cada día son mas numerosos los ciudadanos que no se sienten a gusto con la situación y sienten el impulso de rebelarse contra los políticos. Esa rebelión, por ahora poco ruidosa y dentro de los márgenes legales, está siendo silenciada con los recursos del poder, pero cada vez cuesta mas trabajo ocultarla. Aumenta el número de ciudadanos catalanes que se echan en brazos del independentismo; mucha gente penetra en la economía sumergida para no pagar unos impuestos que considera abusivos, son millones los que se sienten a disgusto con la corrupción y son todavía mas los que señalan y acusan a los políticos como los grandes culpables de la desmembración y decadencia de España.
Aunque lo pretendan, ocultar el cabreo creciente de los españoles resulta ya imposible. Es como querer ocultar el sol.
La Diada "anti-española", digan lo que digan, fue un éxito preocupante y las encuestas, por mucho maquillaje que reciban, son cada día mas inquietantes porque reflejan que el rechazo a los políticos, poco a poco, se está transformando en odio. Los políticos no están acostumbrados a escuchar al pueblo porque España nunca ha sido una democracia, pero los ciudadanos ahora, ante el empeoramiento de la economía, el deterioro de la convivencia y ante los escándalos de la corrupción y el abuso de poder, se sienten decepcionados y con rabia porque los políticos no escuchan sus reivindicaciones y cada día son mas arrogantes y obtusos. No adelgazan el Estado monstruoso que han construido, plagado de inútiles y enchufados, sin otro mérito que el carné de partido, cobrando del erario público; no eliminan la financiación de los partidos y sindicatos con fondos provenientes de los impuestos, a pesar de que la inmensa mayoría protesta por ese abuso; ni siquiera son sensibles al grito que exige castigos ejemplares para los corruptos, especialmente para los que se han enriquecido inexplicablemente con la política, los que han saqueado las cajas de ahorro, los que en Andalucía han repartido entre amigos y militantes el dinero de los EREs, destinado a combatir el paro, y los que han bendecido desde el poder la enorme estafa de las participaciones preferentes.
Durante décadas, creyendo que la democracia era lo que teníamos y sin descubrir que aquel sistema se transformaba en una estafa sin ciudadanos, sin una ley igual para todos, sin una Justicia independiente y con partidos sobredimensionados, casi impunes y con poder sin controles, los españoles sufrieron su descompensado y abusivo sistema político sin rechistar. Pero las cosas han cambiado, no solo porque la crisis se ha llevado por delante una prosperidad, que servía como narcótico, sino porque la corrupción, la ineficacia y la injusticia que escondía el sistema han quedado al descubierto. El endeudamiento masivo, el enriquecimiento inexplicable de miles de políticos, las mentiras del poder, el despilfarro, el cobro de impuestos abusivos, la inexistencia de una ley igual para todos, los excesos de los nacionalistas radicales, el saqueo de las cajas de ahorro y otras bestialidades antidemocráticas perpetradas por el poder ya no las soporta el ciudadano, que comienza a rebelarse.
El pavoroso rechazo a la clase política que reflejan las encuestas, todo un hito en el ámbito democrático mundial, es para sentir miedo. Las mayorías que afirman desconfiar de los partidos, del gobierno y de la oposición, que piden el fin de la financiación pública de los partidos, que exigen castigo para los corruptos y que reclaman una política mas decente y ética son, en algunos casos, cercanas al 90 por ciento.
Las peleas entre políticos ya causan un rechazo enorme, la corrupción genera vómito y las traiciones a España de nacionalistas, independentistas y soberanistas, todos ellos unidos por un preocupante odio a España, exasperan y hacen hervir la sangre a millones de ciudadanos, que cada día exigen con mas fuerza un cambio profundo en la política española.
Mientras tanto, los poderosos y las élites, seguros de su poder y de que todo está "bajo control", se esconden detrás de la opacidad del sistema, del engaño de los medios de comunicación sometidos y de los escudos policiales y, aparentemente, no pierden la calma, pero por dentro se revuelven y cocinan en la preocupación y el miedo, un miedo perverso que en lugar de empujarles hacia la enmienda y el cambio, les hace enrocarse y persistir en la miseria política y el abuso. Se resisten a admitir que han fracasado y que el sistema político español, abandonado por millones de ciudadanos, es ya imposible de ser camuflado como una democracia.
Es mentira que la gente "pase" de la política ni que sea indiferente ante lo público. Ocurre todo lo contrario: en los hogares, trabajos, bares y en la calle se habla de política con pasión, pero ya no para defender a un partido u otro, sino para condenar globalmente a "la casta", acusando abiertamente a muchos políticos de corruptos y sinvergüenzas.
Es cierto que todavía quedan algunos millones de incondicionales de la derecha y de la izquierda, dispuestos a seguir votando a los suyos, incapaces de analizar fríamente la dramática situación de un país donde el divorcio entre ciudadanos y políticos ya es escandaloso, pero el número de los fanáticos que lo perdonan todo disminuye cada día mas y, últimamente, el descenso es vertiginoso.
El reciente auto de la juez Alaya señalando como posibles corruptos y saqueadores a dos ex presidente de la Junta de Andalucía y a cinco ex consejeros, todos ellos socialistas, después de meses rumiando el escándalo de las cuentas del PP, el cobro de sobres clandestinos y las suciedades de Bárcenas, sin olvidar el golpe a la moral nacional que han representado el fracaso de la candidatura olímpica y el asunto de Gibraltar, han colmado el vaso de la paciencia cívica y en las calles y plazas de España ya no se oculta el rechazo y hasta la hostilidad ciudadana frente a un Estado que ya no puede ocultar mas su alejamiento enfermo de la verdadera democracia. En España es hoy mas verdad que nunca las palabras de Nietzche: "De todos los monstruos, el mayor es el Estado".
La situación es preocupante, no tanto porque se pueda estar gestando la violencia, sino porque están desapareciendo las bases imprescindibles para que exista una nación, que son el deseo de los ciudadanos de unirse y caminar juntos. asumiendo retos y metas comunes.
Todos somos culpables del deterioro de España, un drama que no se solucionará ni siquiera cuando retorne la prosperidad, pero nadie es tan culpable como una clase política que ha tenido en sus manos, durante casi las cuatro décadas de "democracia", todos los poderes y recursos del Estado, además de la entrega inocente de una ciudadanía que ni siquiera se daba cuenta que estaba siendo conducida hacia el fracaso y la ruina.
Uno de los rasgos mas sobresalientes de la actualidad española es que cada día son mas numerosos los ciudadanos que no se sienten a gusto con la situación y sienten el impulso de rebelarse contra los políticos. Esa rebelión, por ahora poco ruidosa y dentro de los márgenes legales, está siendo silenciada con los recursos del poder, pero cada vez cuesta mas trabajo ocultarla. Aumenta el número de ciudadanos catalanes que se echan en brazos del independentismo; mucha gente penetra en la economía sumergida para no pagar unos impuestos que considera abusivos, son millones los que se sienten a disgusto con la corrupción y son todavía mas los que señalan y acusan a los políticos como los grandes culpables de la desmembración y decadencia de España.
Aunque lo pretendan, ocultar el cabreo creciente de los españoles resulta ya imposible. Es como querer ocultar el sol.
La Diada "anti-española", digan lo que digan, fue un éxito preocupante y las encuestas, por mucho maquillaje que reciban, son cada día mas inquietantes porque reflejan que el rechazo a los políticos, poco a poco, se está transformando en odio. Los políticos no están acostumbrados a escuchar al pueblo porque España nunca ha sido una democracia, pero los ciudadanos ahora, ante el empeoramiento de la economía, el deterioro de la convivencia y ante los escándalos de la corrupción y el abuso de poder, se sienten decepcionados y con rabia porque los políticos no escuchan sus reivindicaciones y cada día son mas arrogantes y obtusos. No adelgazan el Estado monstruoso que han construido, plagado de inútiles y enchufados, sin otro mérito que el carné de partido, cobrando del erario público; no eliminan la financiación de los partidos y sindicatos con fondos provenientes de los impuestos, a pesar de que la inmensa mayoría protesta por ese abuso; ni siquiera son sensibles al grito que exige castigos ejemplares para los corruptos, especialmente para los que se han enriquecido inexplicablemente con la política, los que han saqueado las cajas de ahorro, los que en Andalucía han repartido entre amigos y militantes el dinero de los EREs, destinado a combatir el paro, y los que han bendecido desde el poder la enorme estafa de las participaciones preferentes.
Durante décadas, creyendo que la democracia era lo que teníamos y sin descubrir que aquel sistema se transformaba en una estafa sin ciudadanos, sin una ley igual para todos, sin una Justicia independiente y con partidos sobredimensionados, casi impunes y con poder sin controles, los españoles sufrieron su descompensado y abusivo sistema político sin rechistar. Pero las cosas han cambiado, no solo porque la crisis se ha llevado por delante una prosperidad, que servía como narcótico, sino porque la corrupción, la ineficacia y la injusticia que escondía el sistema han quedado al descubierto. El endeudamiento masivo, el enriquecimiento inexplicable de miles de políticos, las mentiras del poder, el despilfarro, el cobro de impuestos abusivos, la inexistencia de una ley igual para todos, los excesos de los nacionalistas radicales, el saqueo de las cajas de ahorro y otras bestialidades antidemocráticas perpetradas por el poder ya no las soporta el ciudadano, que comienza a rebelarse.
El pavoroso rechazo a la clase política que reflejan las encuestas, todo un hito en el ámbito democrático mundial, es para sentir miedo. Las mayorías que afirman desconfiar de los partidos, del gobierno y de la oposición, que piden el fin de la financiación pública de los partidos, que exigen castigo para los corruptos y que reclaman una política mas decente y ética son, en algunos casos, cercanas al 90 por ciento.
Las peleas entre políticos ya causan un rechazo enorme, la corrupción genera vómito y las traiciones a España de nacionalistas, independentistas y soberanistas, todos ellos unidos por un preocupante odio a España, exasperan y hacen hervir la sangre a millones de ciudadanos, que cada día exigen con mas fuerza un cambio profundo en la política española.
Mientras tanto, los poderosos y las élites, seguros de su poder y de que todo está "bajo control", se esconden detrás de la opacidad del sistema, del engaño de los medios de comunicación sometidos y de los escudos policiales y, aparentemente, no pierden la calma, pero por dentro se revuelven y cocinan en la preocupación y el miedo, un miedo perverso que en lugar de empujarles hacia la enmienda y el cambio, les hace enrocarse y persistir en la miseria política y el abuso. Se resisten a admitir que han fracasado y que el sistema político español, abandonado por millones de ciudadanos, es ya imposible de ser camuflado como una democracia.
Es mentira que la gente "pase" de la política ni que sea indiferente ante lo público. Ocurre todo lo contrario: en los hogares, trabajos, bares y en la calle se habla de política con pasión, pero ya no para defender a un partido u otro, sino para condenar globalmente a "la casta", acusando abiertamente a muchos políticos de corruptos y sinvergüenzas.
Es cierto que todavía quedan algunos millones de incondicionales de la derecha y de la izquierda, dispuestos a seguir votando a los suyos, incapaces de analizar fríamente la dramática situación de un país donde el divorcio entre ciudadanos y políticos ya es escandaloso, pero el número de los fanáticos que lo perdonan todo disminuye cada día mas y, últimamente, el descenso es vertiginoso.
El reciente auto de la juez Alaya señalando como posibles corruptos y saqueadores a dos ex presidente de la Junta de Andalucía y a cinco ex consejeros, todos ellos socialistas, después de meses rumiando el escándalo de las cuentas del PP, el cobro de sobres clandestinos y las suciedades de Bárcenas, sin olvidar el golpe a la moral nacional que han representado el fracaso de la candidatura olímpica y el asunto de Gibraltar, han colmado el vaso de la paciencia cívica y en las calles y plazas de España ya no se oculta el rechazo y hasta la hostilidad ciudadana frente a un Estado que ya no puede ocultar mas su alejamiento enfermo de la verdadera democracia. En España es hoy mas verdad que nunca las palabras de Nietzche: "De todos los monstruos, el mayor es el Estado".
La situación es preocupante, no tanto porque se pueda estar gestando la violencia, sino porque están desapareciendo las bases imprescindibles para que exista una nación, que son el deseo de los ciudadanos de unirse y caminar juntos. asumiendo retos y metas comunes.
Todos somos culpables del deterioro de España, un drama que no se solucionará ni siquiera cuando retorne la prosperidad, pero nadie es tan culpable como una clase política que ha tenido en sus manos, durante casi las cuatro décadas de "democracia", todos los poderes y recursos del Estado, además de la entrega inocente de una ciudadanía que ni siquiera se daba cuenta que estaba siendo conducida hacia el fracaso y la ruina.