La próximas elecciones en España serán "las elecciones de la venganza ciudadana". Y lo serán, sobre todo, para los dos grandes partidos, culpables del auge del independentismo, de la insatisfacción generalizada y del actual estado caótico de la nación y de todos los grandes dramas que angustian a la sociedad.
A la creciente multitud de descontentos e indignados, integrada por demócratas frustrados ante la deriva corrupta y abusiva del sistema, los cabreados ante los abusos del mafioso independentismo catalán, desempleados, precarios, pobres, trabajadores con salarios miserables, autónomos descontentos, víctimas de los impuestos, marginados y víctimas de la desigualdad, hay que agregar ahora la indignación de dos colectivos de enorme importancia que se han lanzado a las calles, los pensionistas, que representan nada menos que diez millones de votos, y las mujeres, cansadas de ser víctimas de la violencia y de la desigualdad.
Con todo eso en contra, los partidos políticos representados hoy en el Congreso y el Senado lo tienen francamente difícil y probablemente sufran un correctivo memorable, tal vez de una dureza traumática, por parte de unos ciudadanos que de verdad se sienten cansados de soportar políticos que gobiernan en la mediocridad, la cobardía y dando la espalda a los deseos de los ciudadanos.
En la España actual, salvo los fanáticos que votarían a los suyos aunque fueran asesinos y los que viven directamente del sistema y cobran, directa o indirectamente, de los partidos y gobiernos, la masa restante de los ciudadanos, si pudiera, expulsarían del poder a los que mandan y apostarían por cambios sustanciales que, por ahora, no tienen encarnación concreta en un partido o en un líder. El descontento domina la escena y está en espera de que aparezca alguien con una escoba o con un garrote, dispuesto a limpiar el país de aprovechados, indeseables, mediocres y ladrones, para darle un apoyo masivo en las urnas.
Mientras esa encarnación de la limpieza y el verdadero cambio no aparecen, las votaciones serán caóticas y reflejarán un inmenso rechazo a todo lo viejo en política, culpable de la situación actual.
España atraviesa uno de esos momentos peligrosos en la evolución, básicamente inestables y crispados, porque lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer.
Francisco Rubiales
A la creciente multitud de descontentos e indignados, integrada por demócratas frustrados ante la deriva corrupta y abusiva del sistema, los cabreados ante los abusos del mafioso independentismo catalán, desempleados, precarios, pobres, trabajadores con salarios miserables, autónomos descontentos, víctimas de los impuestos, marginados y víctimas de la desigualdad, hay que agregar ahora la indignación de dos colectivos de enorme importancia que se han lanzado a las calles, los pensionistas, que representan nada menos que diez millones de votos, y las mujeres, cansadas de ser víctimas de la violencia y de la desigualdad.
Con todo eso en contra, los partidos políticos representados hoy en el Congreso y el Senado lo tienen francamente difícil y probablemente sufran un correctivo memorable, tal vez de una dureza traumática, por parte de unos ciudadanos que de verdad se sienten cansados de soportar políticos que gobiernan en la mediocridad, la cobardía y dando la espalda a los deseos de los ciudadanos.
En la España actual, salvo los fanáticos que votarían a los suyos aunque fueran asesinos y los que viven directamente del sistema y cobran, directa o indirectamente, de los partidos y gobiernos, la masa restante de los ciudadanos, si pudiera, expulsarían del poder a los que mandan y apostarían por cambios sustanciales que, por ahora, no tienen encarnación concreta en un partido o en un líder. El descontento domina la escena y está en espera de que aparezca alguien con una escoba o con un garrote, dispuesto a limpiar el país de aprovechados, indeseables, mediocres y ladrones, para darle un apoyo masivo en las urnas.
Mientras esa encarnación de la limpieza y el verdadero cambio no aparecen, las votaciones serán caóticas y reflejarán un inmenso rechazo a todo lo viejo en política, culpable de la situación actual.
España atraviesa uno de esos momentos peligrosos en la evolución, básicamente inestables y crispados, porque lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer.
Francisco Rubiales