La gran estafa piramidal del magnate estadounidense Bernard L. Madoff, cifrada en 50.000 millones de dólares, gracias a la cual ha estafado a decenas de miles de ahorradores de todo el mundo, en su mayoría ricos usuarios de la banca privada, no ha sorprendido ni conmovido a la sociedad española, tristemente acostumbrada a convivir con el engaño y la estafa de los poderosos.
La prensa de hoy en España es un ejemplo palpable y sobrecogedor de lo que es un país dominado por una pirámide de mentiras. Los titutares del escándalo internacional de Madoff comparten portadas con otras estafas "made in Spain" igualmente plagadas de truculencias y despreciables mentiras.
La primera es la protagonizada por la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, que ha intentado ocultar a la opinión pública el hundimiento de uno de los túneles por el que pasará el AVE Madrid-Valencia, ocurrido el pasado martes, que, por suerte, sólo sepultó a 15 camiones pero que podría haber causado un alto número de víctimas. Ese asunto, de alto interés para la sociedad, sólo ha salido a la luz pública porque se enteró un periódico y lo publicó.
La otra estafa está también protagonizada por otro ministro del gobierno, esta vez el de Trabajo, Celestino Corbacho, que, para ocultar la sangría de bajas que se está produciendo en la Seguridad Social, está inscribiendo a jóvenes menores, como si fueran trabajadores, algo que no permite la ley.
Pero el pueblo español, acostumbrado a las mentiras del poder, ni siquiera parece escandalizado. La causa de la indeferencia española ante la estafa quizás resida en que el actual gobierno ganó las últimas elecciones montado sobre la cresta de una gran mentira, negendo una y otra vez la existencia de una crisis que ya causaba estragos en la economía española. Votar y otorgar el poder a un partido que miente constituye una responsabilidad colectiva y un triste mérito para los electores españoles, que tal vez les impida reclamar ahora, cuando está siendo bombardeado a diario por nuevas estafas y engaños.
Basta darse un baño en la actualidad española de cada día para verse envuelto en un océano de mentiras, todos ellos con implicaciones directas o indirectas del poder político.
Hablemos de la prensa de hoy:
Además de los escándalos de los dos ministros antes mencionados, el del hundimiento del tunel ocultado y el de las falsas inscripciones de menores en la Seguridad Social, vemos que la Audiencia Nacional va a juzgar a los autores de la famosa viñeta humorística que recordaba la "gesta" del rey Juan Carlos, cuando mató al oso ruso Mitrofán, previamente emborrachado para que fuera blanco fácil. Aparecen también los últimos coletazos del lamentable escándalo de la cúpula pintada por Miquel Barceló en la sede de la ONU, en Ginebra, inaugurada el pasado 19 de noviembre por el Rey de España, cuyo costo, cifrado en 20 millones de dólares, fue financiado por la España en crisis, la de los comedores de Caridad atiborrados de nuevos pobres y desempleados, en parte con dinero reservado para la cooperación internacional. Otra estafa ocupa espacio en las portadas de la prensa española de hoy, la del cobro de derechos por sevillanas del siglo XIX, obviamente de dominio público y libres de derechos, en las casetas de la Feria de Sevilla, por parte de la Sociedad General de Autores de España (SGAE), una entidad amiga del poder socialista, ampliamente rechazada por los españoles por su obsesión recaudadora. Algunos medios bromean ante la estafa afirmando que tal vez terminen cobrando por los derechos del Quijote. El lamentable capítulo de las estafas del poder se cierra con la polémica sobre si el gobierno miente o dice la verdad cuando afirma que nunca más volverá a negociar con ETA, como hizo en el pasado. Media España cree que el gobierno dice la verdad y la otra mitad asegura que vuelve a mentir, como las muchas veces que negó en el pasado que negociaba mientras que sus representantes y los de ETA planeaban en secreto las condiciones del final de la lucha armada.
Hay cientos de casos más de estafas, mentiras y trucos plasmados en los medios de comunicación de hoy, algunos de alcance nacional, como las acusaciones sobre partidos de fútbol comprados, y otros muchos que deberían tener alcance nacional, limitados, por saturación y desinterés, al ámbito local o regional. Se refieren a viajes de políticos sin justificar, a subidas de sueldos casi clandestinas de altos cargos políticos, a sindicatos que denuncian despidos injustificados, realizados aprovechando la crisis, a multas cobradas a mansalva por funcionarios y policías aleccionados por los políticos para que recauden como locos, a asaltos de bandas de ladrones a residencias y hasta a trenes, como en el lejano Oeste, sin que el Estado, que tiene la obligación de cuidar de la seguridad de los ciudadanos, haga mucho por impedirlo, y un largo y desolador etcétera que consagra a España como un país no sólo gobernado por la estafa y el engaño sino como un mal lugar para vivir y tener hijos en este siglo XXI, pasto del mal gobierno.
La prensa de hoy en España es un ejemplo palpable y sobrecogedor de lo que es un país dominado por una pirámide de mentiras. Los titutares del escándalo internacional de Madoff comparten portadas con otras estafas "made in Spain" igualmente plagadas de truculencias y despreciables mentiras.
La primera es la protagonizada por la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, que ha intentado ocultar a la opinión pública el hundimiento de uno de los túneles por el que pasará el AVE Madrid-Valencia, ocurrido el pasado martes, que, por suerte, sólo sepultó a 15 camiones pero que podría haber causado un alto número de víctimas. Ese asunto, de alto interés para la sociedad, sólo ha salido a la luz pública porque se enteró un periódico y lo publicó.
La otra estafa está también protagonizada por otro ministro del gobierno, esta vez el de Trabajo, Celestino Corbacho, que, para ocultar la sangría de bajas que se está produciendo en la Seguridad Social, está inscribiendo a jóvenes menores, como si fueran trabajadores, algo que no permite la ley.
Pero el pueblo español, acostumbrado a las mentiras del poder, ni siquiera parece escandalizado. La causa de la indeferencia española ante la estafa quizás resida en que el actual gobierno ganó las últimas elecciones montado sobre la cresta de una gran mentira, negendo una y otra vez la existencia de una crisis que ya causaba estragos en la economía española. Votar y otorgar el poder a un partido que miente constituye una responsabilidad colectiva y un triste mérito para los electores españoles, que tal vez les impida reclamar ahora, cuando está siendo bombardeado a diario por nuevas estafas y engaños.
Basta darse un baño en la actualidad española de cada día para verse envuelto en un océano de mentiras, todos ellos con implicaciones directas o indirectas del poder político.
Hablemos de la prensa de hoy:
Además de los escándalos de los dos ministros antes mencionados, el del hundimiento del tunel ocultado y el de las falsas inscripciones de menores en la Seguridad Social, vemos que la Audiencia Nacional va a juzgar a los autores de la famosa viñeta humorística que recordaba la "gesta" del rey Juan Carlos, cuando mató al oso ruso Mitrofán, previamente emborrachado para que fuera blanco fácil. Aparecen también los últimos coletazos del lamentable escándalo de la cúpula pintada por Miquel Barceló en la sede de la ONU, en Ginebra, inaugurada el pasado 19 de noviembre por el Rey de España, cuyo costo, cifrado en 20 millones de dólares, fue financiado por la España en crisis, la de los comedores de Caridad atiborrados de nuevos pobres y desempleados, en parte con dinero reservado para la cooperación internacional. Otra estafa ocupa espacio en las portadas de la prensa española de hoy, la del cobro de derechos por sevillanas del siglo XIX, obviamente de dominio público y libres de derechos, en las casetas de la Feria de Sevilla, por parte de la Sociedad General de Autores de España (SGAE), una entidad amiga del poder socialista, ampliamente rechazada por los españoles por su obsesión recaudadora. Algunos medios bromean ante la estafa afirmando que tal vez terminen cobrando por los derechos del Quijote. El lamentable capítulo de las estafas del poder se cierra con la polémica sobre si el gobierno miente o dice la verdad cuando afirma que nunca más volverá a negociar con ETA, como hizo en el pasado. Media España cree que el gobierno dice la verdad y la otra mitad asegura que vuelve a mentir, como las muchas veces que negó en el pasado que negociaba mientras que sus representantes y los de ETA planeaban en secreto las condiciones del final de la lucha armada.
Hay cientos de casos más de estafas, mentiras y trucos plasmados en los medios de comunicación de hoy, algunos de alcance nacional, como las acusaciones sobre partidos de fútbol comprados, y otros muchos que deberían tener alcance nacional, limitados, por saturación y desinterés, al ámbito local o regional. Se refieren a viajes de políticos sin justificar, a subidas de sueldos casi clandestinas de altos cargos políticos, a sindicatos que denuncian despidos injustificados, realizados aprovechando la crisis, a multas cobradas a mansalva por funcionarios y policías aleccionados por los políticos para que recauden como locos, a asaltos de bandas de ladrones a residencias y hasta a trenes, como en el lejano Oeste, sin que el Estado, que tiene la obligación de cuidar de la seguridad de los ciudadanos, haga mucho por impedirlo, y un largo y desolador etcétera que consagra a España como un país no sólo gobernado por la estafa y el engaño sino como un mal lugar para vivir y tener hijos en este siglo XXI, pasto del mal gobierno.
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