El presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, se niega a ceder ante los casi dos millones de españoles que se manifestaron en Madrid, el pasado fin de semana, contra la reforma de la actual ley del aborto, que lo facilita hasta el grado de permitir que las adolescentes de 16 años puedan abortar sin conocimiento de sus padres.
La decisión de Zapatero revela su verdadero talante arrogante, autoritario y antidemocrático, pues no hay peor pecado en democracia que gobernar contra la voluntad popular mayoritaria.
Sabedor de que gobierna en contra de la voluntad de la mayoría, Zapatero se niega a someter la reforma de la ley a referendum y engaña de nuevo al apoyarse en encuestas que reflejan no el apoyo a su reforma sino el apoyo de la sociedad al aborto.
Prefesional del engaño y político taimado, Zapatero desvía el núcleo del debate hacia el "aborto sí o aborto no", cuando lo que se discute en la España actual no es eso sino otra cosa muy diferente: si se apuesta por la vida o por la muerte, si se ayuda a las madres a que tengan a sus hijos y, si lo desean, lo den en adopción, o si se facilita, como quieren Zapatero y sus seguidores, la cultura de la muerte y el poder público empuja a las mujeres hacia el aborto.
Su reacción altiva ante la mayor manifestación de protesta cívica de la sociedad española desde la muerte de Franco demuestra que la "democracia" de Zapatero es un timo, como lo es también su falso talante dialogante y sonriente. En la hora de la verdad surge siempre el talante arrogante y autoritario de un político sin grandeza, nada democrático, decidido a imponer su voluntad a las mayorías y a dividir la sociedad española, enfrentandola de manera temeraria, siempre para mantenerse en el poder.
Felipe González se enfrentó en una ocasión claramente a la mayoría de los españoles, cuando, después de criticar a la OTAN, propuso la integración de España en la alianza, pero tuvo la decencia de convocar un referendum, defender sus tesis y someterse al electorado, que cambió de opinión y le apoyó. Aznar fue menos demócrata y abrió la espita de la arrogancia en el poder cuando implicó a España en la guerra de Irak, en contra del criterio de la mayoría, y cuando, en lugar de cumplir su promesa de regenerar la democracia, la prostituyó proponiendo al PSOE el nefasto Pacto por la Justicia, gracias al cual los partidos políticos violan hoy la independencia judicial y nombran jueces y magistrados en España. Pero el campeón indiscutible del enfrentamiento con las mayorías es Zapatero, que ha humillado la voluntad popular de los españoles en demasiadas ocasiones: al negociar con ETA, al negar la existencia de la crisis, al promover el Estatuto de Cataluña, al imponer una nueva ley sobre el aborto, al subir los impuestos, al despilfarrar los fondos públicos... y en un largo etcétera.
Con Zapatero, la burla a los criterios mayoritarios se ha convertido en una indecencia del sistema y en una clara manifestación de antidemocracia que, por salud pública, es necesario erradicar antes de que el mal se consolide y acabe con lo poco que queda de la democracia española.
Lo correcto en democracia es obedecer los deseos de las mayorías y, cuando el gobierno no está de acuerdo con esos criterios, someter la cuestión a referendum. Si lo gana, el gobierno impone su política, pero si lo pierde, debe dimitir. Así se comportan todavía algunas democracias occidentales, pero no la española, que constituye hoy una vergüenza mundial para el sistema de libertades y derechos.
La decisión de Zapatero revela su verdadero talante arrogante, autoritario y antidemocrático, pues no hay peor pecado en democracia que gobernar contra la voluntad popular mayoritaria.
Sabedor de que gobierna en contra de la voluntad de la mayoría, Zapatero se niega a someter la reforma de la ley a referendum y engaña de nuevo al apoyarse en encuestas que reflejan no el apoyo a su reforma sino el apoyo de la sociedad al aborto.
Prefesional del engaño y político taimado, Zapatero desvía el núcleo del debate hacia el "aborto sí o aborto no", cuando lo que se discute en la España actual no es eso sino otra cosa muy diferente: si se apuesta por la vida o por la muerte, si se ayuda a las madres a que tengan a sus hijos y, si lo desean, lo den en adopción, o si se facilita, como quieren Zapatero y sus seguidores, la cultura de la muerte y el poder público empuja a las mujeres hacia el aborto.
Su reacción altiva ante la mayor manifestación de protesta cívica de la sociedad española desde la muerte de Franco demuestra que la "democracia" de Zapatero es un timo, como lo es también su falso talante dialogante y sonriente. En la hora de la verdad surge siempre el talante arrogante y autoritario de un político sin grandeza, nada democrático, decidido a imponer su voluntad a las mayorías y a dividir la sociedad española, enfrentandola de manera temeraria, siempre para mantenerse en el poder.
Felipe González se enfrentó en una ocasión claramente a la mayoría de los españoles, cuando, después de criticar a la OTAN, propuso la integración de España en la alianza, pero tuvo la decencia de convocar un referendum, defender sus tesis y someterse al electorado, que cambió de opinión y le apoyó. Aznar fue menos demócrata y abrió la espita de la arrogancia en el poder cuando implicó a España en la guerra de Irak, en contra del criterio de la mayoría, y cuando, en lugar de cumplir su promesa de regenerar la democracia, la prostituyó proponiendo al PSOE el nefasto Pacto por la Justicia, gracias al cual los partidos políticos violan hoy la independencia judicial y nombran jueces y magistrados en España. Pero el campeón indiscutible del enfrentamiento con las mayorías es Zapatero, que ha humillado la voluntad popular de los españoles en demasiadas ocasiones: al negociar con ETA, al negar la existencia de la crisis, al promover el Estatuto de Cataluña, al imponer una nueva ley sobre el aborto, al subir los impuestos, al despilfarrar los fondos públicos... y en un largo etcétera.
Con Zapatero, la burla a los criterios mayoritarios se ha convertido en una indecencia del sistema y en una clara manifestación de antidemocracia que, por salud pública, es necesario erradicar antes de que el mal se consolide y acabe con lo poco que queda de la democracia española.
Lo correcto en democracia es obedecer los deseos de las mayorías y, cuando el gobierno no está de acuerdo con esos criterios, someter la cuestión a referendum. Si lo gana, el gobierno impone su política, pero si lo pierde, debe dimitir. Así se comportan todavía algunas democracias occidentales, pero no la española, que constituye hoy una vergüenza mundial para el sistema de libertades y derechos.