Comienza el veraneo y la gente se va a descansar con la esperanza de que sus problemas se solucionen y a la vuelta, en septiembre, la plácida prosperidad de los españoles quede garantizada. Sin embargo, el verano será un oasis suicida porque la economía española ya huele a cadáver. El desastre planea sobre nuestras cabezas, tan humilladas por el poder que ya no acostumbran a mirar hacia arriba. El gran culpable es el gobierno, que no ha sabido curar al enfermo, ni ahora se atreve a moverlo de su lecho de muerte, a pesar de que todos los diagnósticos recomiendan una UCI urgente.
Los datos del primer trimestre de 2008 son estremecedores: el crecimiento real ha sido de un 0,3% y las previsiones para el segundo son ya de estancamiento. Del tercer y cuarto trimestre mejor no hablar porque España, probablemente, retrocederá, perderá prosperidad, las filas del desempleo se engrosarán con un millón y medio más de parados y muchas empresas emigrarán a otros países más prósperos, donde por lo menos esté garantizado el consumo interno.
Vamos de vacaciones dejando a España en el desamparo, en manos de un gobierno acobardado y torpe que, al no saber como combatir la crisis, prefiere ignorarla.
Desde el optimismo suicida del gobierno, en España no ocurre nada grave, pero desde el pesimismo, habrá al final de 2008 3.5 millones de parados y la inflación rondará el 10 por ciento, con un petróleo a casi 200 dólares el barril. Para colmo de males, los precios de la vivienda descenderán un tercio y el Euribor superará el 6 por ciento, lo que equivale a que un cuarto de millón de familias españolas no podrán pagar sus hipotecas y correrán el riesgo terrible del embargo y el desaucio.
Quizás la realidad se situe en un término medio, pero ese término medio equivaldrá siempre a una situación de crisis profunda, con millones de víctimas entre las clases bajas y medias.
Ante la debacle, los responsables políticos no darán la cara y se escudarán en mentiras o en verdades parciales como que la crisis es mundial, que el origen está en los Estados Unidos de Bush o que España saldrá adelante. Pero ocultarán que ellos son los grandes responsables, los que se quedaron paralizados ante la crisis por terror a perder su poder y privilegios y prefirieron no hacer nada, esperar porque el tiempo lo cura todo. El problema es que ese tiempo se llevará consigo la prosperidad tan duramente ganada por el esfuerzo de generaciones de españoles y dejará sobre la cuneta cientos de miles de trabajadores y gente de clase media arruinados y sin esperanza.
Nadie en España puede obligar a los culpables a que afronten sus responsabilidades; nadie tiene fuerza para hacerles pagar sus errores y delitos de omisión. Los ciudadanos, sin capacidad de decidir y manipulados desde el poder, están marginados y sometidos, mientras que la Justicia, infiltrada y tutelada por los partidos políticos no tiene la suficiente moral, independencia y coraje para condenar a los ineptos y a los sinvergüenzas.
Mientras disfrutábamos de nuestra flamante prosperidad y veíamos la televisión, la incipiente democracia española fue traicionada por los partidos políticos y por los políticos profesionales, que la convirtieron en una sucia oligocracia de partidos.
Los datos del primer trimestre de 2008 son estremecedores: el crecimiento real ha sido de un 0,3% y las previsiones para el segundo son ya de estancamiento. Del tercer y cuarto trimestre mejor no hablar porque España, probablemente, retrocederá, perderá prosperidad, las filas del desempleo se engrosarán con un millón y medio más de parados y muchas empresas emigrarán a otros países más prósperos, donde por lo menos esté garantizado el consumo interno.
Vamos de vacaciones dejando a España en el desamparo, en manos de un gobierno acobardado y torpe que, al no saber como combatir la crisis, prefiere ignorarla.
Desde el optimismo suicida del gobierno, en España no ocurre nada grave, pero desde el pesimismo, habrá al final de 2008 3.5 millones de parados y la inflación rondará el 10 por ciento, con un petróleo a casi 200 dólares el barril. Para colmo de males, los precios de la vivienda descenderán un tercio y el Euribor superará el 6 por ciento, lo que equivale a que un cuarto de millón de familias españolas no podrán pagar sus hipotecas y correrán el riesgo terrible del embargo y el desaucio.
Quizás la realidad se situe en un término medio, pero ese término medio equivaldrá siempre a una situación de crisis profunda, con millones de víctimas entre las clases bajas y medias.
Ante la debacle, los responsables políticos no darán la cara y se escudarán en mentiras o en verdades parciales como que la crisis es mundial, que el origen está en los Estados Unidos de Bush o que España saldrá adelante. Pero ocultarán que ellos son los grandes responsables, los que se quedaron paralizados ante la crisis por terror a perder su poder y privilegios y prefirieron no hacer nada, esperar porque el tiempo lo cura todo. El problema es que ese tiempo se llevará consigo la prosperidad tan duramente ganada por el esfuerzo de generaciones de españoles y dejará sobre la cuneta cientos de miles de trabajadores y gente de clase media arruinados y sin esperanza.
Nadie en España puede obligar a los culpables a que afronten sus responsabilidades; nadie tiene fuerza para hacerles pagar sus errores y delitos de omisión. Los ciudadanos, sin capacidad de decidir y manipulados desde el poder, están marginados y sometidos, mientras que la Justicia, infiltrada y tutelada por los partidos políticos no tiene la suficiente moral, independencia y coraje para condenar a los ineptos y a los sinvergüenzas.
Mientras disfrutábamos de nuestra flamante prosperidad y veíamos la televisión, la incipiente democracia española fue traicionada por los partidos políticos y por los políticos profesionales, que la convirtieron en una sucia oligocracia de partidos.
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