La imagen de un Sánchez pedigüeño y humillado ante Biden ha marcado su mandato y lo señala como un gran inepto sin dignidad en el poder
Sólo el 21,7% de los españoles cree que Sánchez seguirá siendo presidente tras las elecciones, lo que refleja que sus votantes le han abandonado. Sánchez ya es un cadáver ambulante que es abucheado y pitado cuando aparece en público y que sólo conserva cierto apoyo en sus propias filas y entre los grupos enemigos de España y los adictos a ordeñar el Estado.
Su política fiscal se está convirtiendo en su mayor fracaso y en la gota que ha colmado el vaso porque su obsesión por aumentar los impuestos contrasta con su despilfarro, su loco recurso al endeudamiento y su negativa a bajar los gastos del gobierno más suntuoso, nutrido y costoso que ha tenido España desde la muerte de Franco.
La reciente subida del 3.5 por ciento a los sueldos de diputados y senadores, así como la compra masiva de móviles de última generación para los miembros del Congreso y el Senado han sido dos martillazos sobre la conciencia de un pueblo al que los errores del sanchismo empujan hacia la pobreza y el fracaso.
Sánchez es tan arrogante y brutal que está gobernando contra su pueblo y hasta contra su partido. La gente no quiere más impuestos, pero Sánchez los impone. Los españoles no quieren que nos impliquemos intensamente en la guerra de Ucrania, pero Sánchez lo ha impuesto, empujado por sus amigos multimillonarios anglosajones. Los españoles rechazan la alianza con golpistas catalanes, vascos pro etarras y comunistas para gobernar, pero Sánchez cada día se apoya más en ellos. A nadie le gusta que se gobierne a golpe de decreto, que se mienta a diario y que se gasten enormes cantidades de dinero en comprar medios de comunicación y en beneficiar a las regiones aliadas, perjudicando a las demás, una desigualdad que viola la Constitución. Tampoco gustan el asalto a la Justicia que protagoniza el sanchismo, ni la traición al pueblo saharaui, la entrega a Marruecos y el intenso sometimiento a los anglosajones de la política exterior.
La lista de desastres en el balance del sanchismo pesa como una losa de plomo sobre la España del presente y está acabando con sus adeptos socialistas y progres, que ya reprochan al sanchismo el fracaso en su lucha contra la pandemia, el deterioro de la sanidad y la educación, el desprestigio y pérdida de peso de España en el mundo, la irracional dimensión de su gobierno, plagado de asesores y enchufados, el exceso de gasto público y su tiránica negativa a asumir la austeridad que él está imponiendo a los españoles.
A Sánchez le está ocurriendo como a Zapatero, que terminó tan asfixiado por la montaña pestilente de sus fracasos y errores que tuvo que anticipar elecciones y entregar el poder a la oposición.
El rechazo al sanchismo es mucho mayor del que reflejan las encuestas y la vida diaria de los españoles, muchos de los cuales ocultan su intención de voto. El antisanchismo se ha convertido en una dura realidad que se oculta, ya sea por miedo o para evitar perder ventajas y privilegios. Ese rechazo profundo a Sánchez queda eficazmente tapado por las televisiones, que casi en su totalidad se comportan como portavoces oficiales del gobierno y entusiastas colaboradoras en la propaganda y la mentira que fluyen de la Moncloa.
Pronto, cuando se abran las urnas, la venganza contra Sánchez de millones de españoles dañados por la crisis y empobrecidos por el gobierno quedará plasmada en una derrota de las izquierdas que puede ser humillante.
Francisco Rubiales
Su política fiscal se está convirtiendo en su mayor fracaso y en la gota que ha colmado el vaso porque su obsesión por aumentar los impuestos contrasta con su despilfarro, su loco recurso al endeudamiento y su negativa a bajar los gastos del gobierno más suntuoso, nutrido y costoso que ha tenido España desde la muerte de Franco.
La reciente subida del 3.5 por ciento a los sueldos de diputados y senadores, así como la compra masiva de móviles de última generación para los miembros del Congreso y el Senado han sido dos martillazos sobre la conciencia de un pueblo al que los errores del sanchismo empujan hacia la pobreza y el fracaso.
Sánchez es tan arrogante y brutal que está gobernando contra su pueblo y hasta contra su partido. La gente no quiere más impuestos, pero Sánchez los impone. Los españoles no quieren que nos impliquemos intensamente en la guerra de Ucrania, pero Sánchez lo ha impuesto, empujado por sus amigos multimillonarios anglosajones. Los españoles rechazan la alianza con golpistas catalanes, vascos pro etarras y comunistas para gobernar, pero Sánchez cada día se apoya más en ellos. A nadie le gusta que se gobierne a golpe de decreto, que se mienta a diario y que se gasten enormes cantidades de dinero en comprar medios de comunicación y en beneficiar a las regiones aliadas, perjudicando a las demás, una desigualdad que viola la Constitución. Tampoco gustan el asalto a la Justicia que protagoniza el sanchismo, ni la traición al pueblo saharaui, la entrega a Marruecos y el intenso sometimiento a los anglosajones de la política exterior.
La lista de desastres en el balance del sanchismo pesa como una losa de plomo sobre la España del presente y está acabando con sus adeptos socialistas y progres, que ya reprochan al sanchismo el fracaso en su lucha contra la pandemia, el deterioro de la sanidad y la educación, el desprestigio y pérdida de peso de España en el mundo, la irracional dimensión de su gobierno, plagado de asesores y enchufados, el exceso de gasto público y su tiránica negativa a asumir la austeridad que él está imponiendo a los españoles.
A Sánchez le está ocurriendo como a Zapatero, que terminó tan asfixiado por la montaña pestilente de sus fracasos y errores que tuvo que anticipar elecciones y entregar el poder a la oposición.
El rechazo al sanchismo es mucho mayor del que reflejan las encuestas y la vida diaria de los españoles, muchos de los cuales ocultan su intención de voto. El antisanchismo se ha convertido en una dura realidad que se oculta, ya sea por miedo o para evitar perder ventajas y privilegios. Ese rechazo profundo a Sánchez queda eficazmente tapado por las televisiones, que casi en su totalidad se comportan como portavoces oficiales del gobierno y entusiastas colaboradoras en la propaganda y la mentira que fluyen de la Moncloa.
Pronto, cuando se abran las urnas, la venganza contra Sánchez de millones de españoles dañados por la crisis y empobrecidos por el gobierno quedará plasmada en una derrota de las izquierdas que puede ser humillante.
Francisco Rubiales