La clave de la postración de España, de su pesimismo y de su escasez de confianza y de esperanza no está sólo en el fracaso de su economía y en la corrupción e ineptitud de sus políticos sino en una acumulación anormal y asfixiante de porquería, una sobrecarga de negatividad, destrucción de valores, sospechas, frustraciones y otros rasgos negativos que lastran la convivencia y hacen imposible la regeneración y el verdadero progreso.
Basta leer la prensa o seguir los noticieros de radio o televisión para darse cuenta de que el odio popular a los políticos crece de manera imparable y que la mayor enfermedad de la España actual es la saturación de basura política y moral, una infección que abre las puertas de par en par a la corrupción, al mal gobierno y a una senda que conduce directamente al fracaso como nación.
Ese odio creciente a los políticos y a los poderosos en general, cuya causa es el estado de Injusticia, corrupción y abuso de poder permanente inspirado desde la estructura política, tanto desde el gobierno como desde los partidos políticos, impide que el país pueda ser considerado una verdadera democracia, un sistema que se basa en la confianza de los administrados en sus administradores y en un respeto al liderazgo que en España no existe ya. Lo grave en el caso español es que el rechazo a los políticos no es la lógica consecuencia de una política de estrecheces y sacrificios impuesta por la crisis, sino de la profunda corrupción, insensatez y falta de ética que exhibe impúdicamente la clase política española.
Muchos pensadores y analistas políticos creen que el electorado español otorgó a Mariano Rajoy y al PP una amplia mayoría absoluta para que realizara cambios drásticos, castigara a los corruptos y pusiera en marcha una profunda regeneración que liberara a España del terrible lastre de basura que arrastra, pero, lamentablemente, ni Rajoy ni el PP han captado ese mensaje angustioso de los votantes españoles y prefieren "pasar página" y practicar vicios y suciedades semejantes a las que puso en práctica el Zapatero de triste memoria. Hasta han condecorado a Zapatero y a su equipo.
La filtración a la agencia Reuter sobre la manipulación del dato del déficit por parte del gobierno de Rajoy, hecha en Bruselas probablemente por el entorno del comisario socialista Joaquín Almunia, fue una demostración de que la política, en España, es rastrera y una clara muestra de esa porquería que inunda España y que ha convertido en una pocilga insoportable el panorama político español.
Otra manifestación elocuente e irrebatible de ese drama es el resultado impactante de los Eurobarómetros, que reflejan que nada menos que el 93 por ciento de los españoles cree que su Administración es corrupta, una rara unanimidad, tal vez record mundial, porque el 7 por ciento que opina lo contrario está integrado por políticos y asimilados.
Como consecuencia de esa "porquería" política y moral acumulada e invadiendo nuestros hábitat y nuestras conciencias, la clase política figura ya como tercer gran problema del país y en Andalucía es ya el segundo problema, solo superado por el desempleo masivo, pero por delante de la crisis económica, la inseguridad, la pobreza y la vivienda.
Ese tercer puesto es engañoso y, seguramente, maquillado por una casta política que empieza a temer que el desprecio y el rechazo del pueblo no sean sentimientos pasajeros, sino un sentimiento profundo y asentado que hará imposible en el futuro el ejercicio del poder y que desacreditará internacionalmente a los políticos españoles, incapaces de ser aceptados por sus conciudadanos. La verdad es que los políticos son el primer gran problema de España, el motor de la corrupción, el origen de la ineficiencia, la base de las injusticias y del abuso de poder y el obstáculo que impide el verdadero progreso y la regeneración de todo lo que los mismos políticos han dañado o podrido.
Basta leer la prensa o seguir los noticieros de radio o televisión para darse cuenta de que el odio popular a los políticos crece de manera imparable y que la mayor enfermedad de la España actual es la saturación de basura política y moral, una infección que abre las puertas de par en par a la corrupción, al mal gobierno y a una senda que conduce directamente al fracaso como nación.
Ese odio creciente a los políticos y a los poderosos en general, cuya causa es el estado de Injusticia, corrupción y abuso de poder permanente inspirado desde la estructura política, tanto desde el gobierno como desde los partidos políticos, impide que el país pueda ser considerado una verdadera democracia, un sistema que se basa en la confianza de los administrados en sus administradores y en un respeto al liderazgo que en España no existe ya. Lo grave en el caso español es que el rechazo a los políticos no es la lógica consecuencia de una política de estrecheces y sacrificios impuesta por la crisis, sino de la profunda corrupción, insensatez y falta de ética que exhibe impúdicamente la clase política española.
Muchos pensadores y analistas políticos creen que el electorado español otorgó a Mariano Rajoy y al PP una amplia mayoría absoluta para que realizara cambios drásticos, castigara a los corruptos y pusiera en marcha una profunda regeneración que liberara a España del terrible lastre de basura que arrastra, pero, lamentablemente, ni Rajoy ni el PP han captado ese mensaje angustioso de los votantes españoles y prefieren "pasar página" y practicar vicios y suciedades semejantes a las que puso en práctica el Zapatero de triste memoria. Hasta han condecorado a Zapatero y a su equipo.
La filtración a la agencia Reuter sobre la manipulación del dato del déficit por parte del gobierno de Rajoy, hecha en Bruselas probablemente por el entorno del comisario socialista Joaquín Almunia, fue una demostración de que la política, en España, es rastrera y una clara muestra de esa porquería que inunda España y que ha convertido en una pocilga insoportable el panorama político español.
Otra manifestación elocuente e irrebatible de ese drama es el resultado impactante de los Eurobarómetros, que reflejan que nada menos que el 93 por ciento de los españoles cree que su Administración es corrupta, una rara unanimidad, tal vez record mundial, porque el 7 por ciento que opina lo contrario está integrado por políticos y asimilados.
Como consecuencia de esa "porquería" política y moral acumulada e invadiendo nuestros hábitat y nuestras conciencias, la clase política figura ya como tercer gran problema del país y en Andalucía es ya el segundo problema, solo superado por el desempleo masivo, pero por delante de la crisis económica, la inseguridad, la pobreza y la vivienda.
Ese tercer puesto es engañoso y, seguramente, maquillado por una casta política que empieza a temer que el desprecio y el rechazo del pueblo no sean sentimientos pasajeros, sino un sentimiento profundo y asentado que hará imposible en el futuro el ejercicio del poder y que desacreditará internacionalmente a los políticos españoles, incapaces de ser aceptados por sus conciudadanos. La verdad es que los políticos son el primer gran problema de España, el motor de la corrupción, el origen de la ineficiencia, la base de las injusticias y del abuso de poder y el obstáculo que impide el verdadero progreso y la regeneración de todo lo que los mismos políticos han dañado o podrido.