Éstos, junto con Pedro Sánchez, son los grandes culpables del actual drama de España y de nuestra decadencia en los últimos 40 años.
Entre todos han destrozado España. Entre el actual rey emérito, el Gonzalez, el Aznar, el Zapatero, el Rajoy y el Sanchez se han cargado la democracia en España y han causado tanto daño a la nación que la han colocado al borde de la ruptura y del fracaso. A este desgraciado club hay que agregar a miles de políticuchos miserables, casi todos enriquecidos en el poder, que han sido dañinos y fracasados y que, desde sus partidos y poderes territoriales y sectoriales, han contribuido poderosamente a la injusticia, la corrupción, la ruina, la envidia, el auge del odio y la desmembración de nuestra España.
Pagarles esos estragos tóxicos a nuestra nación y a la convivencia con dinero abundante, pensiones de lujo perpetuas, coches oficiales y otros privilegios constituye una injusticia vergonzante que convierte a los ciudadanos españoles en imbéciles y cómplices de corrupción, abuso de poder y traición a la patria.
Ese club del fracaso ha sido y es tan nocivo y merecedor de nuestro rechazo y desprecio político que seguir ignorando sus responsabilidades y premiar sus estragos impiden la regeneración de España y cualquier paso que este país quiera dar hacia un futuro decente y digno.
Uno se dedicaba a llevar mujeres a su cama y riqueza a sus alforjas; otro a cerrar industrias, maniatar a la sociedad civil y abrir las puertas a la corrupción y a la partitocracia; otro a seducir al monstruo nacionalista catalán, a domesticar la Justicia y a relegar a los ciudadanos; otro a arruinar el país negando la existencia de una crisis que alimentó en lugar de combatirla; otro a incumplir sus promesas electorales, a liquidar la hucha de las pensiones, a despilfarrar su poder y a traicionar a sus electores; otro, por último, pactó con golpistas y terroristas, dejó que el odio dominara la escena y proyectó una imagen rastrera del poder, donde el electoralismo, el postureo, la mentira y la caza de votos siempre fueron más importantes que el bien común y la dignidad de España. Todos ellos corrompieron la democracia y destrozaron los grandes valores y principios como si fueran los peores enemigos de la nación, mientras corroían el escudo moral de España y convivían con los corruptos y con los nacionalistas que odiaban a España. En conjunto, constituyen el grupo de poder político más degradado y frustrante de toda Europa en las últimas décadas.
Recibieron de Franco una España casi virgen, sin nacionalismos rupturistas, sin deuda exterior, honrada, en crecimiento constante, enamorada de la democracia y cargada de ilusión y energía ante el futuro. Hoy, cuatro décadas después, España está a punto de romperse, medio arruinada, endeudada hasta el tuétano, fingiendo ser demócrata sin ser otra cosa que una dictadura de partidos, campeona en corrupción, cargada de impuestos abusivos, injusta, sin separación de poderes y sin que los ciudadanos tengan el más mínimo peso o participación en una política fracasada, donde las comunidades autónomas son fuente de disgregación, odio y corrupción.
España ha premiado tradicionalmente a sus peores hombres y ha tolerado la traición y la incompetencia como pocos países en el mundo, mientras ha sido eficaz en el desprecio y castigo de sus mejores hijos, a los que ha marginado o castigado con una frecuencia desesperante. Ahora, como hizo en el pasado con Hernán Cortés, Núñez de Balboa, Blas de Lezo, el Gran Capitán y muchos otros, también premia con privilegios y dinero abundante a los independentistas, a los rebeldes violentos, a los corruptos con poder y a los políticos que son responsables de los peores desastres y fracasos.
Esa es nuestra España, fruto no sólo del mal gobierno y de una corrupción brutal, sino también de la complicidad suicida de unos ciudadanos que se han habituado a votar en las urnas a sus verdugos, a los que arruinan y destrozan nuestra nación, como seguramente volverán a hacer el próximo 10 de noviembre.
Francisco Rubiales
Pagarles esos estragos tóxicos a nuestra nación y a la convivencia con dinero abundante, pensiones de lujo perpetuas, coches oficiales y otros privilegios constituye una injusticia vergonzante que convierte a los ciudadanos españoles en imbéciles y cómplices de corrupción, abuso de poder y traición a la patria.
Ese club del fracaso ha sido y es tan nocivo y merecedor de nuestro rechazo y desprecio político que seguir ignorando sus responsabilidades y premiar sus estragos impiden la regeneración de España y cualquier paso que este país quiera dar hacia un futuro decente y digno.
Uno se dedicaba a llevar mujeres a su cama y riqueza a sus alforjas; otro a cerrar industrias, maniatar a la sociedad civil y abrir las puertas a la corrupción y a la partitocracia; otro a seducir al monstruo nacionalista catalán, a domesticar la Justicia y a relegar a los ciudadanos; otro a arruinar el país negando la existencia de una crisis que alimentó en lugar de combatirla; otro a incumplir sus promesas electorales, a liquidar la hucha de las pensiones, a despilfarrar su poder y a traicionar a sus electores; otro, por último, pactó con golpistas y terroristas, dejó que el odio dominara la escena y proyectó una imagen rastrera del poder, donde el electoralismo, el postureo, la mentira y la caza de votos siempre fueron más importantes que el bien común y la dignidad de España. Todos ellos corrompieron la democracia y destrozaron los grandes valores y principios como si fueran los peores enemigos de la nación, mientras corroían el escudo moral de España y convivían con los corruptos y con los nacionalistas que odiaban a España. En conjunto, constituyen el grupo de poder político más degradado y frustrante de toda Europa en las últimas décadas.
Recibieron de Franco una España casi virgen, sin nacionalismos rupturistas, sin deuda exterior, honrada, en crecimiento constante, enamorada de la democracia y cargada de ilusión y energía ante el futuro. Hoy, cuatro décadas después, España está a punto de romperse, medio arruinada, endeudada hasta el tuétano, fingiendo ser demócrata sin ser otra cosa que una dictadura de partidos, campeona en corrupción, cargada de impuestos abusivos, injusta, sin separación de poderes y sin que los ciudadanos tengan el más mínimo peso o participación en una política fracasada, donde las comunidades autónomas son fuente de disgregación, odio y corrupción.
España ha premiado tradicionalmente a sus peores hombres y ha tolerado la traición y la incompetencia como pocos países en el mundo, mientras ha sido eficaz en el desprecio y castigo de sus mejores hijos, a los que ha marginado o castigado con una frecuencia desesperante. Ahora, como hizo en el pasado con Hernán Cortés, Núñez de Balboa, Blas de Lezo, el Gran Capitán y muchos otros, también premia con privilegios y dinero abundante a los independentistas, a los rebeldes violentos, a los corruptos con poder y a los políticos que son responsables de los peores desastres y fracasos.
Esa es nuestra España, fruto no sólo del mal gobierno y de una corrupción brutal, sino también de la complicidad suicida de unos ciudadanos que se han habituado a votar en las urnas a sus verdugos, a los que arruinan y destrozan nuestra nación, como seguramente volverán a hacer el próximo 10 de noviembre.
Francisco Rubiales