Tengo un amigo sociólogo que define la actualidad política española como "La dura obligación de elegir entre la enfermedad terminal y la muerte súbita", refiriéndose a que si malo es el PP, peores todavía son el PSOE, Podemos o los nacionalismos vasco y catalán, llenos de desprecio y odio hacia España. Yo coincido con mi amigo en que si en España se creara un "partido de los descontentos", gobernaría con mayoría absoluta.
Los descontentos son la gran mayoría en España. El inmenso grupo está integrado por los que se abstienen, los que votan en blanco, los que votan con la nariz tapada, los que votan para que no gane el contrario y los que votan sin ilusión, por el que creen menos malo. En total, más del 80 por ciento del censo electoral, una mayoría abrumadora, prácticamente todos, menos los que ordeñan al Estado, los fanáticos que votan a los suyos aunque estén corrompidos hasta el tuétano y los tontos que no ven nada.
El descontento español no es una posición frívola ni pasional, sino una actitud racional, resultado lógico de la realidad y de la experiencia. Los políticos españoles acumulan un balance brutal de errores, fracasos y agresiones a la nación y a la sociedad. Son culpables de la mala gestión de la crisis económica, del despilfarro, del endeudamiento atroz, del desempleo masivo, de la desigualdad, de la injusticia, del deterioro profundo de la democracia, del divorcio entre ciudadanos y las clases políticas, del asco colectivo ante la corrupción y de la arbitrariedad, el abuso de poder, el egoísmo y la codicia que presiden la acción de gobierno.
No es justo interpretar lo que ocurre en España como si se tratase de un país cualquiera o afirmar que "todos los pueblos se sienten a disgusto frente al poder" porque el caso de España sobrepasa todas las medidas. Más que a disgusto, los ciudadanos españoles se sienten asqueados y hastiados, quizás porque sospechan que el país, si disfrutara de un liderazgo ético y eficaz, sería uno de los más prósperos del planeta.
España sólo es un paraíso para los políticos, que gozan en este país de más privilegios y ventajas que en cualquier otro de Europa, para las mafias, los defraudadores, los poseedores de dinero sucio y los adictos a la violencia, la prostitución, el juego, el alcohol, las drogas y la delincuencia en todas sus facetas, sobre todo en aquellas que se relacionan con la corrupción.
Los ciudadanos tienen motivos sobrados para sentirse mal y repudiar a sus dirigentes porque pagan los impuestos más desproporcionados e injustos de toda Europa, porque están amenazados por el desempleo y la pobreza, porque contemplan impotentes como las clases medias son destrozadas y porque reciben a cambio servicios de tercer nivel. Los sanitarios, que eran los mejores, están en caída libre.
Ni siquiera tienen derecho a la esperanza y, sometidos por unos partidos demasiado poderosos, no saben como obligar a sus políticos a que sean decentes y trabajen por el bien común, en lugar de obsesionarse por el enriquecimiento, el poder y sus privilegios.
El malestar ante el pésimo liderazgo, la situación de desamparo cívico y la falta de ilusión y de esperanza forman un cóctel letal que está provocando efectos muy perniciosos en la sociedad, entre los que destacan la ruptura de la unidad nacional, el desencanto generalizado y el crecimiento de la infelicidad.
Francisco Rubiales
Los descontentos son la gran mayoría en España. El inmenso grupo está integrado por los que se abstienen, los que votan en blanco, los que votan con la nariz tapada, los que votan para que no gane el contrario y los que votan sin ilusión, por el que creen menos malo. En total, más del 80 por ciento del censo electoral, una mayoría abrumadora, prácticamente todos, menos los que ordeñan al Estado, los fanáticos que votan a los suyos aunque estén corrompidos hasta el tuétano y los tontos que no ven nada.
El descontento español no es una posición frívola ni pasional, sino una actitud racional, resultado lógico de la realidad y de la experiencia. Los políticos españoles acumulan un balance brutal de errores, fracasos y agresiones a la nación y a la sociedad. Son culpables de la mala gestión de la crisis económica, del despilfarro, del endeudamiento atroz, del desempleo masivo, de la desigualdad, de la injusticia, del deterioro profundo de la democracia, del divorcio entre ciudadanos y las clases políticas, del asco colectivo ante la corrupción y de la arbitrariedad, el abuso de poder, el egoísmo y la codicia que presiden la acción de gobierno.
No es justo interpretar lo que ocurre en España como si se tratase de un país cualquiera o afirmar que "todos los pueblos se sienten a disgusto frente al poder" porque el caso de España sobrepasa todas las medidas. Más que a disgusto, los ciudadanos españoles se sienten asqueados y hastiados, quizás porque sospechan que el país, si disfrutara de un liderazgo ético y eficaz, sería uno de los más prósperos del planeta.
España sólo es un paraíso para los políticos, que gozan en este país de más privilegios y ventajas que en cualquier otro de Europa, para las mafias, los defraudadores, los poseedores de dinero sucio y los adictos a la violencia, la prostitución, el juego, el alcohol, las drogas y la delincuencia en todas sus facetas, sobre todo en aquellas que se relacionan con la corrupción.
Los ciudadanos tienen motivos sobrados para sentirse mal y repudiar a sus dirigentes porque pagan los impuestos más desproporcionados e injustos de toda Europa, porque están amenazados por el desempleo y la pobreza, porque contemplan impotentes como las clases medias son destrozadas y porque reciben a cambio servicios de tercer nivel. Los sanitarios, que eran los mejores, están en caída libre.
Ni siquiera tienen derecho a la esperanza y, sometidos por unos partidos demasiado poderosos, no saben como obligar a sus políticos a que sean decentes y trabajen por el bien común, en lugar de obsesionarse por el enriquecimiento, el poder y sus privilegios.
El malestar ante el pésimo liderazgo, la situación de desamparo cívico y la falta de ilusión y de esperanza forman un cóctel letal que está provocando efectos muy perniciosos en la sociedad, entre los que destacan la ruptura de la unidad nacional, el desencanto generalizado y el crecimiento de la infelicidad.
Francisco Rubiales