Si se contabilizan los ancianos muertos por la pandemia, no menos de 60.000, el ahorro del gobierno tan sólo en pensiones, supera los 1.200 millones de euros, a los que habría que añadir los impuestos recaudados por las herencias, a través del odiado Impuesto de Sucesiones.
Pero la orgía de cadáveres parece tener todavía mucho recorrido y las expectativas de recaudación del gobierno son inmensas. La España de Sánchez, a mediados de enero de 2021, ya era el peor país del mundo en contagios: 1.802 por cada millón de habitantes. La mala gestión de ese gobierno, que se ahorra miles de millones en pensiones, ha sido "record" mundial en las tres olas de la pandemia.
Millones de españoles no entienden la pasividad y torpeza del gobierno de Pedro Sánchez en la defensa de sus ciudadanos. Aparentan adoptar medidas salvadoras, pero en realidad solo han aprendido a confinar y a restringir libertades y derechos, ocultando su pavorosa incapacidad cutre e ignorancia en la toma de decisiones, lo que se traduce en fracaso y muertes que pudieron haberse evitado con acierto y buena gestión.
A pesar de que la Seguridad Nacional ya alertó en diciembre del riesgo de muertes masivas por las nueva cepas del coronavirus, Sánchez se sigue negando a cerrar los aeropuertos a vuelos procedente de Brasil y Sudáfrica, donde han surgido nuevas versiones del virus mucho más letales.
Los observadores y analistas independientes y no comprados por el gobierno no entienden esa pasividad e indiferencia ante la muerte de miles de ciudadanos, a los que una buena gestión de la pandemia podría haber salvado la vida.
La desesperante pasividad y torpeza del poder político afecta de lleno a la Sanidad Pública española, de la que la propaganda decía que era de las mejores del mundo, mientras ahora ha quedado comprobado que es de las peores del mundo desarrollado, superior sólo a algunas de África y América Latina. Sólo la alta profesionalidad y entrega del personal sanitario mantiene la sanidad pública española en el ámbito de la calidad media.
Los hospitales españoles, casi un año después del estallido de la pandemia, arrastran casi los mismos problemas que al principio: escasez de personal, desmoralización de los sanitarios, hospitales infectados e incapaces de separar a los enfermos del coronavirus del resto de los pacientes y pánico de los ciudadanos a acudir a los centros de salud, lo que provoca que muchos mueran en sus casas, sin la atención médica a la que tienen derecho.
De todo eso y del hundimiento generalizado de la economía, la moral, la esperanza, la alegría, la justicia y los valores tiene la culpa el gobierno de Pedro Sánchez, que seguramente es el peor de la historia moderna de España, y culpa también de las altas instituciones del Estados y de los demás poderes, que han demostrado ser incapaces de detener la labor destructora del Ejecutivo y de librar a España de un gobierno que sólo es experto en causar dolor, cometer errores y provocar retroceso y pobreza.
Ni el monarca, ni las fuerzas armadas, ni los jueces, ni los medios de comunicación, ni los legisladores, ni la oposición, ni la sociedad civil hacen nada por detener el avance de España hacia la quiebra y el desastre, llevada de la mano por un gobierno incapaz y nocivo.
Francisco Rubiales
Pero la orgía de cadáveres parece tener todavía mucho recorrido y las expectativas de recaudación del gobierno son inmensas. La España de Sánchez, a mediados de enero de 2021, ya era el peor país del mundo en contagios: 1.802 por cada millón de habitantes. La mala gestión de ese gobierno, que se ahorra miles de millones en pensiones, ha sido "record" mundial en las tres olas de la pandemia.
Millones de españoles no entienden la pasividad y torpeza del gobierno de Pedro Sánchez en la defensa de sus ciudadanos. Aparentan adoptar medidas salvadoras, pero en realidad solo han aprendido a confinar y a restringir libertades y derechos, ocultando su pavorosa incapacidad cutre e ignorancia en la toma de decisiones, lo que se traduce en fracaso y muertes que pudieron haberse evitado con acierto y buena gestión.
A pesar de que la Seguridad Nacional ya alertó en diciembre del riesgo de muertes masivas por las nueva cepas del coronavirus, Sánchez se sigue negando a cerrar los aeropuertos a vuelos procedente de Brasil y Sudáfrica, donde han surgido nuevas versiones del virus mucho más letales.
Los observadores y analistas independientes y no comprados por el gobierno no entienden esa pasividad e indiferencia ante la muerte de miles de ciudadanos, a los que una buena gestión de la pandemia podría haber salvado la vida.
La desesperante pasividad y torpeza del poder político afecta de lleno a la Sanidad Pública española, de la que la propaganda decía que era de las mejores del mundo, mientras ahora ha quedado comprobado que es de las peores del mundo desarrollado, superior sólo a algunas de África y América Latina. Sólo la alta profesionalidad y entrega del personal sanitario mantiene la sanidad pública española en el ámbito de la calidad media.
Los hospitales españoles, casi un año después del estallido de la pandemia, arrastran casi los mismos problemas que al principio: escasez de personal, desmoralización de los sanitarios, hospitales infectados e incapaces de separar a los enfermos del coronavirus del resto de los pacientes y pánico de los ciudadanos a acudir a los centros de salud, lo que provoca que muchos mueran en sus casas, sin la atención médica a la que tienen derecho.
De todo eso y del hundimiento generalizado de la economía, la moral, la esperanza, la alegría, la justicia y los valores tiene la culpa el gobierno de Pedro Sánchez, que seguramente es el peor de la historia moderna de España, y culpa también de las altas instituciones del Estados y de los demás poderes, que han demostrado ser incapaces de detener la labor destructora del Ejecutivo y de librar a España de un gobierno que sólo es experto en causar dolor, cometer errores y provocar retroceso y pobreza.
Ni el monarca, ni las fuerzas armadas, ni los jueces, ni los medios de comunicación, ni los legisladores, ni la oposición, ni la sociedad civil hacen nada por detener el avance de España hacia la quiebra y el desastre, llevada de la mano por un gobierno incapaz y nocivo.
Francisco Rubiales