El fascismo regresa como lo hace siempre, de la mano del miedo, reprimiendo, cargado de intolerancia, utilizando el poder para reprimir la libertad, acosando a los librepensadores, con un Estado cada vez más fuerte, alimentado con falsas promesas y engaños por la tribu de los totalitarios, lobos con piel de oveja.
El miedo comienza a reinar en España y genera la fría mecánica del consentimiento. Miedo a la verdad, a expresarse, a ser libre y a ejercer la libertad. Un miedo que se extiende por toda la vida y nos impregna a todos, un miedo que sólo beneficia a los pandilleros del totalitarismo y que lo transforma todo en silencio mortal.
Lo peor del totalitarismo y del miedo que genera es que no conocen fronteras. Lo practican los rojos, los negros y los azules, las derechas y las izquierdas, todos los que sienten terror ante la libertad y tienen el Estado fuerte por denominador común.
Hay miedo en Cataluña, hay miedo en Andalucía, hay miedo, en Euskadi y hasta ya hay miedo en Madrid. Miedo a quedarse al margen del reparto, a que te veten, a quedar fuera de las subvenciones y de los negocios públicos, a ser proscrito, a que descubran que amas a España, a ser arruinado y hasta a morir en un accidente difuso. También hay miedo a destacarse, a expresar libremente las ideas, a molestar el poder, a entrar en conflicto, a quedar señalados.
Todo esto es fascismo. El verdadero fascismo no es ser de derechas o defender a los ricos, sino tener miedo y sentirse acojonado ante el poder. Y ese fascismo, el único verdadero, no tiene color ni ideología. Sólo es criminal e inhumano.
Si los ciudadanos supieran que el lobo hambriento del fascismo real está entrando en las vidas de los españoles, saldrían a las calles para cerrarle el paso a la bestia. Pero o no lo saben o no quieren saberlo porque el camino del lobo parece un desfile triunfal y la gente, en lugar de escupirle y destrozarlo a palos, lo vota en las urnas y lo aplaude en los telediarios.
A los periodistas rebeldes, a los que aún les queda algo de la dignidad y repiten que en España no queda ni un gramo de democracia, se les veta o se les llama "antisistemas". A los que se someten al poder y expanden el miedo se les contrata en las tertulias y se les entreabre las puertas de la élite, para que disfruten del festín.
Lo mismo ocurre con los jueces, empresarios y profesionales. El que se mueve no sale en la foto, como dijo Alfonso Guerra, uno de los más destacados promotores del fascismo tras la muerte de Franco. Desde entonces, ese principio puramente fascista y ajeno a la libertad democrática, ha marcado la vida del país y se ha convertido en la ley de hierro de todos los partidos políticos, de izquierda y de derecha.
La escuela y la universidad, que deberían ser fábricas de hombres y mujeres libres, responsables, cumplidores y vigilantes del poder, para evitar que se desmadre, son hoy fábricas de seres seriados, sumisos, dispuestos a la explotación, preparados para la eterna competición, pero sumisos ante el poder e indiferentes a los demás y a todo lo que represente rebeldía y libertad.
El fascismo, que es retraimiento, miedo y silencio, se está apoderando de España como lo hace el cáncer: sin ruido y sin despertar las defensas. Y lo hace, sorprendentemente, de la mano del poder elegido en unas urnas que pasan por ser democráticas. El fascismo es el lado opuesto a la verdadera democracia, que es poder gubernamental limitado y bajo controles cívicos, transparencia, libertad y participación abierta del ciudadano en el poder.
Francisco Rubiales
El miedo comienza a reinar en España y genera la fría mecánica del consentimiento. Miedo a la verdad, a expresarse, a ser libre y a ejercer la libertad. Un miedo que se extiende por toda la vida y nos impregna a todos, un miedo que sólo beneficia a los pandilleros del totalitarismo y que lo transforma todo en silencio mortal.
Lo peor del totalitarismo y del miedo que genera es que no conocen fronteras. Lo practican los rojos, los negros y los azules, las derechas y las izquierdas, todos los que sienten terror ante la libertad y tienen el Estado fuerte por denominador común.
Hay miedo en Cataluña, hay miedo en Andalucía, hay miedo, en Euskadi y hasta ya hay miedo en Madrid. Miedo a quedarse al margen del reparto, a que te veten, a quedar fuera de las subvenciones y de los negocios públicos, a ser proscrito, a que descubran que amas a España, a ser arruinado y hasta a morir en un accidente difuso. También hay miedo a destacarse, a expresar libremente las ideas, a molestar el poder, a entrar en conflicto, a quedar señalados.
Todo esto es fascismo. El verdadero fascismo no es ser de derechas o defender a los ricos, sino tener miedo y sentirse acojonado ante el poder. Y ese fascismo, el único verdadero, no tiene color ni ideología. Sólo es criminal e inhumano.
Si los ciudadanos supieran que el lobo hambriento del fascismo real está entrando en las vidas de los españoles, saldrían a las calles para cerrarle el paso a la bestia. Pero o no lo saben o no quieren saberlo porque el camino del lobo parece un desfile triunfal y la gente, en lugar de escupirle y destrozarlo a palos, lo vota en las urnas y lo aplaude en los telediarios.
A los periodistas rebeldes, a los que aún les queda algo de la dignidad y repiten que en España no queda ni un gramo de democracia, se les veta o se les llama "antisistemas". A los que se someten al poder y expanden el miedo se les contrata en las tertulias y se les entreabre las puertas de la élite, para que disfruten del festín.
Lo mismo ocurre con los jueces, empresarios y profesionales. El que se mueve no sale en la foto, como dijo Alfonso Guerra, uno de los más destacados promotores del fascismo tras la muerte de Franco. Desde entonces, ese principio puramente fascista y ajeno a la libertad democrática, ha marcado la vida del país y se ha convertido en la ley de hierro de todos los partidos políticos, de izquierda y de derecha.
La escuela y la universidad, que deberían ser fábricas de hombres y mujeres libres, responsables, cumplidores y vigilantes del poder, para evitar que se desmadre, son hoy fábricas de seres seriados, sumisos, dispuestos a la explotación, preparados para la eterna competición, pero sumisos ante el poder e indiferentes a los demás y a todo lo que represente rebeldía y libertad.
El fascismo, que es retraimiento, miedo y silencio, se está apoderando de España como lo hace el cáncer: sin ruido y sin despertar las defensas. Y lo hace, sorprendentemente, de la mano del poder elegido en unas urnas que pasan por ser democráticas. El fascismo es el lado opuesto a la verdadera democracia, que es poder gubernamental limitado y bajo controles cívicos, transparencia, libertad y participación abierta del ciudadano en el poder.
Francisco Rubiales