Las victorias españolas en los campeonatos mundiales de fútbol, en Wimbledon, en los mundiales de motociclismo, en baloncesto internacional y en el Tour de Francia constituyen un impresionante éxito del deporte español, que es envidiado en todo el mundo. Esa misma España que triunfa en el deporte padece un liderazgo fatal y se encuentra en el pozo del desprestigio mundial por el escaso valor de su política, degradada por la corrupción, el desacierto, el mal gobierno y por una catarata de errores que ponen en peligro la cohesión, la prosperidad, el presente y el futuro de un país que, por culpa de sus malos dirigentes políticos, ha perdido la confianza y camina hacia la frustración y la derrota como pueblo.
La última "trastada" antidemocrática ha ocurrido en Cataluña, donde el nacionalismo, cada día más dictador y siempre sediento de odio, separación, victimismo y revancha, ha prohibido las corridas de toros, no tanto por la crueldad que encierran como porque "huelen" a España. Otras fiestas populares genuinamente catalanas, en las que se maltrata al toro con más saña que en la tauromaquia, no han sido prohibidas.
¿Cual de las dos caras refleja la España real, la que triunfa en el deporte o la que se revuelca en la pocilga política? Si es cierto que ´cada país tiene los políticos y los éxitos que merece, por qué cosechamos éxitos en deporte y fracasos en política?
La única explicación rigurosa del fenómeno está en la estadística, que establece que cada país, cada dos siglos, aproximadamente, tiene la mala suerte de que lo peor de su sociedad, la escoria, alcance el poder y lo ocupe. Es lo que le ocurrió a la España de Fernando VII, rey traidor y felón cuyos desmanes y errores todavía pasan factura, y es lo que le está ocurriendo a la España actual que, con Zapatero, está alcanzando el cénit de la corrupción, el despropósito, el fracaso y el desprestigio mundial, culminando así un camino que empezó tras la muerte de Franco, cuando en lugar de instaurar una democracia, España se limitó a sustituir el agonizante "Franquismo" por una "partitocracia" que en realidad no tenía nada de democrática.
Adolfo Suárez era un franquista reciclado sin la menor idea de lo que era la democracia. Su Partido, UCD, escandalizó a los españoles cuando se autodestruyó, víctima de las rencillas y enfrentamientos internos, ofreciendo un espectáculo degradante de dirigentes que se despedazaban en público y que anteponiían su egoísmo al interés general.
Felípe González tampoco sabía lo que era la democracia, ni le interesaba, pero era un experto en manejar la partitocracia y, como buen socialista, creía más en el Estado que en la sociedad y el individuo. Cuando su gobierno arrebató a Ruiz Mateos su imperio empresarial de RUMASA, cuando Roldán, el jefe socialista de la Guardia Civil, robó los recursos de los huérfanos del cuerpo, y cuando el Ministerio del Interior atravesó la línea roja y se dedico a matar terroristas, practicando un nauseabundo terrorismo de Estado, los españoles percibieron que las mafias y lo más depravado del país habían tomado el poder y que cualquier robo o abuso empezaba a ser lícito en aquella España sucia.
Aznar, líder de la derecha española, pudo haber cambiado el curso de la historia de la democracia española introduciendo reformas democratizadoras en aquella sucia partitocracia de partidos políticos totalitarios y de políticos profesionales endiosados, pero hizo todo lo contrario y alimentó todavía más un sistema de partidos que se hizo todavía más arrogante, despreciable y odioso. Sin pudor ni decencia, incumplió sus promesas de regenerar la democracia y se autoatribuyó el derecho a nombrar jueces, eliminando lo poco que quedaba de la independencia del poder judicial. Aznar terminó su mandato como un faraón casi totalitario, designando "a dedo" a su sucesor, Mariano Rajoy, quien desde entonces se arrastra por la política con ese estigma ,que le resta legitimidad y solvencia democrática.
Cuando descubrieron que la derecha se comportaba como la izquierda, los ciudadanos españoles empezaron a perder el respeto y el aprecio por los políticos y por el mismo sistema. La democracia española empezaba ya a apestar a cadaver.
Con Zapatero, el deslizamiento de la política española hacia el pozo del cieno y de los excrementos ha llegado a extremos vomitivos. Su gobierno ha elevado el nivel de la corrupción y de la mentira hasta limites intolerables en el Occidente democrático, Sus errores han empobrecido a España y llenado la sociedad de parados y nuevos pobres. La antigua prosperidad española, forjada durante los tiempos de Aznar, se ha ido a pique, como también se han hundido los valores, la cohesión y el respeto por un clase política que ya aparece en las encuestas como uno de los grandes problemas de la nación. Su compra de votos a los nacionalistas, a cambio de dinero público, su desenfrenado despilfarro y su endeudamiento atroz quedarán en la memoria de España, formando parte de su historia más trágica y despreciable.
La política española es lo peor de una sociedad desigual que tiene en sus deportistas lo mejor. El deporte y la política, en España, son las dos caras opuestas de la misma moneda. En la política dominan la mentira, la sumisión, la arrogancia, la terquedad, el mal gobierno, el desprecio a los ciudadanos, los privilegios desproporcionados e inmerecidos y la corrupción en todas sus facetas, mientras que el deporte debe entenderse como la reacción de la parte más sana de la atribulada sociedad española ante la decadencia y degradación del país, pésimamente gobernado por unas castas deleznables de dirigentes. En el deporte funcionan, precisamente, los valores que están ausentes de la política: esfuerzo, humildad, excelencia, unidad, espíritu de lucha y amor al pueblo al que se pertenece.
Comparar a Nadal con Zapatero, a Contador con Rubalcaba o a Iker Casillas con Montilla es como querer comparar el sol con la noche o a San Juan de la Cruz con un asesino en serie. Son los dos extremos del espectro, irreconciliables, separados por años luz de distancia.
Es absolutamente imposible trasladar los valores del deporte a la politica española porque a políticos y deportistas les separan un infinito de ideas y conceptos. Habrá que luchar con todas las fuerzas para que termine pronto el ciclo maldito de la política española y los dirigentes vuelvan a demostrar honradez, dignidad y solvencia.
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La última "trastada" antidemocrática ha ocurrido en Cataluña, donde el nacionalismo, cada día más dictador y siempre sediento de odio, separación, victimismo y revancha, ha prohibido las corridas de toros, no tanto por la crueldad que encierran como porque "huelen" a España. Otras fiestas populares genuinamente catalanas, en las que se maltrata al toro con más saña que en la tauromaquia, no han sido prohibidas.
¿Cual de las dos caras refleja la España real, la que triunfa en el deporte o la que se revuelca en la pocilga política? Si es cierto que ´cada país tiene los políticos y los éxitos que merece, por qué cosechamos éxitos en deporte y fracasos en política?
La única explicación rigurosa del fenómeno está en la estadística, que establece que cada país, cada dos siglos, aproximadamente, tiene la mala suerte de que lo peor de su sociedad, la escoria, alcance el poder y lo ocupe. Es lo que le ocurrió a la España de Fernando VII, rey traidor y felón cuyos desmanes y errores todavía pasan factura, y es lo que le está ocurriendo a la España actual que, con Zapatero, está alcanzando el cénit de la corrupción, el despropósito, el fracaso y el desprestigio mundial, culminando así un camino que empezó tras la muerte de Franco, cuando en lugar de instaurar una democracia, España se limitó a sustituir el agonizante "Franquismo" por una "partitocracia" que en realidad no tenía nada de democrática.
Adolfo Suárez era un franquista reciclado sin la menor idea de lo que era la democracia. Su Partido, UCD, escandalizó a los españoles cuando se autodestruyó, víctima de las rencillas y enfrentamientos internos, ofreciendo un espectáculo degradante de dirigentes que se despedazaban en público y que anteponiían su egoísmo al interés general.
Felípe González tampoco sabía lo que era la democracia, ni le interesaba, pero era un experto en manejar la partitocracia y, como buen socialista, creía más en el Estado que en la sociedad y el individuo. Cuando su gobierno arrebató a Ruiz Mateos su imperio empresarial de RUMASA, cuando Roldán, el jefe socialista de la Guardia Civil, robó los recursos de los huérfanos del cuerpo, y cuando el Ministerio del Interior atravesó la línea roja y se dedico a matar terroristas, practicando un nauseabundo terrorismo de Estado, los españoles percibieron que las mafias y lo más depravado del país habían tomado el poder y que cualquier robo o abuso empezaba a ser lícito en aquella España sucia.
Aznar, líder de la derecha española, pudo haber cambiado el curso de la historia de la democracia española introduciendo reformas democratizadoras en aquella sucia partitocracia de partidos políticos totalitarios y de políticos profesionales endiosados, pero hizo todo lo contrario y alimentó todavía más un sistema de partidos que se hizo todavía más arrogante, despreciable y odioso. Sin pudor ni decencia, incumplió sus promesas de regenerar la democracia y se autoatribuyó el derecho a nombrar jueces, eliminando lo poco que quedaba de la independencia del poder judicial. Aznar terminó su mandato como un faraón casi totalitario, designando "a dedo" a su sucesor, Mariano Rajoy, quien desde entonces se arrastra por la política con ese estigma ,que le resta legitimidad y solvencia democrática.
Cuando descubrieron que la derecha se comportaba como la izquierda, los ciudadanos españoles empezaron a perder el respeto y el aprecio por los políticos y por el mismo sistema. La democracia española empezaba ya a apestar a cadaver.
Con Zapatero, el deslizamiento de la política española hacia el pozo del cieno y de los excrementos ha llegado a extremos vomitivos. Su gobierno ha elevado el nivel de la corrupción y de la mentira hasta limites intolerables en el Occidente democrático, Sus errores han empobrecido a España y llenado la sociedad de parados y nuevos pobres. La antigua prosperidad española, forjada durante los tiempos de Aznar, se ha ido a pique, como también se han hundido los valores, la cohesión y el respeto por un clase política que ya aparece en las encuestas como uno de los grandes problemas de la nación. Su compra de votos a los nacionalistas, a cambio de dinero público, su desenfrenado despilfarro y su endeudamiento atroz quedarán en la memoria de España, formando parte de su historia más trágica y despreciable.
La política española es lo peor de una sociedad desigual que tiene en sus deportistas lo mejor. El deporte y la política, en España, son las dos caras opuestas de la misma moneda. En la política dominan la mentira, la sumisión, la arrogancia, la terquedad, el mal gobierno, el desprecio a los ciudadanos, los privilegios desproporcionados e inmerecidos y la corrupción en todas sus facetas, mientras que el deporte debe entenderse como la reacción de la parte más sana de la atribulada sociedad española ante la decadencia y degradación del país, pésimamente gobernado por unas castas deleznables de dirigentes. En el deporte funcionan, precisamente, los valores que están ausentes de la política: esfuerzo, humildad, excelencia, unidad, espíritu de lucha y amor al pueblo al que se pertenece.
Comparar a Nadal con Zapatero, a Contador con Rubalcaba o a Iker Casillas con Montilla es como querer comparar el sol con la noche o a San Juan de la Cruz con un asesino en serie. Son los dos extremos del espectro, irreconciliables, separados por años luz de distancia.
Es absolutamente imposible trasladar los valores del deporte a la politica española porque a políticos y deportistas les separan un infinito de ideas y conceptos. Habrá que luchar con todas las fuerzas para que termine pronto el ciclo maldito de la política española y los dirigentes vuelvan a demostrar honradez, dignidad y solvencia.
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