
La España actual es, probablemente, el país más derrochador del planeta y uno de los más corrompidos, además de ser el que más mugre tiene incrustada en el alma pervertida de sus cuadros políticos.
Sus dirigentes son manirrotos acostumbrados a disponer de miles de asesores, a colocar a sus familiares y amigos en el Estado, a disponer de aviones privados y flotas inmensas de conductores, coches oficiales, secretarias y guardaespaldas, a gastar sin medida y de manera opaca, a repartir dinero y favores a cambio de votos y sumisión, a comprar y obligar a mentir a medios de comunicación y periodistas con dinero público, a corromper a decenas de miles de voluntades y ponerlas al servicio del poder, a financiar a sindicatos inútiles y poco representativos y a llenar el país de chiringuitos que no sirven para otra cosa que para dar trabajo a cientos de miles de enchufados, todos ellos luchando a favor del socialismo que les alimenta y les enriquece.
Esa red costosisima de chiringuitos del poder es esècialmente densa en grupos como los feministas, gays, lesbianas y trans, corruptos que intermedian, ONGs que rozan el delito engañando a los ciudadanos y protegiendo al poder político, además de otros que, de manera clandestina, promueven la delincuencia de manera descarada, como el robo de viviendas (okupas), la invasión de inmigrantes ilegales, el lavado de dinero sucio, la acogida de millonarios corruptos y ladrones internacionales en territorio español, la ceguera ante el narcotráfico y la connivencia con mafias mundiales.
El problema más grave de España es que sus males no afectan solo al cuerpo sino que también le han podrido el alma y han convertido a su clase poderosa en una legión al servicio del mal, de la injusticia, la corrupción y el abuso de poder. Esas enfermedades del alma, quizás más graves que las del cuerpo, son difíciles de curar porque requieren reconstruir valores y transformar el espíritu, dos metas casi imposibles en los dueños del Estado español, ya acostumbrados a vivir y a disfrutar en las pocilgas y cloacas.
Francisco Rubiales
Sus dirigentes son manirrotos acostumbrados a disponer de miles de asesores, a colocar a sus familiares y amigos en el Estado, a disponer de aviones privados y flotas inmensas de conductores, coches oficiales, secretarias y guardaespaldas, a gastar sin medida y de manera opaca, a repartir dinero y favores a cambio de votos y sumisión, a comprar y obligar a mentir a medios de comunicación y periodistas con dinero público, a corromper a decenas de miles de voluntades y ponerlas al servicio del poder, a financiar a sindicatos inútiles y poco representativos y a llenar el país de chiringuitos que no sirven para otra cosa que para dar trabajo a cientos de miles de enchufados, todos ellos luchando a favor del socialismo que les alimenta y les enriquece.
Esa red costosisima de chiringuitos del poder es esècialmente densa en grupos como los feministas, gays, lesbianas y trans, corruptos que intermedian, ONGs que rozan el delito engañando a los ciudadanos y protegiendo al poder político, además de otros que, de manera clandestina, promueven la delincuencia de manera descarada, como el robo de viviendas (okupas), la invasión de inmigrantes ilegales, el lavado de dinero sucio, la acogida de millonarios corruptos y ladrones internacionales en territorio español, la ceguera ante el narcotráfico y la connivencia con mafias mundiales.
El problema más grave de España es que sus males no afectan solo al cuerpo sino que también le han podrido el alma y han convertido a su clase poderosa en una legión al servicio del mal, de la injusticia, la corrupción y el abuso de poder. Esas enfermedades del alma, quizás más graves que las del cuerpo, son difíciles de curar porque requieren reconstruir valores y transformar el espíritu, dos metas casi imposibles en los dueños del Estado español, ya acostumbrados a vivir y a disfrutar en las pocilgas y cloacas.
Francisco Rubiales