A ese negro balance democrático hay que añadir otros no menos inquietantes, como la crispación extrema de la sociedad, el espectáculo intolerables de la trifulca y del enfrentamiento continuo, dentro y fuera de las instituciones democráticas, la desestabilización de esas instituciones, la fractura de la sociedad y el engaño y la manipulación de la información, las ideas y los sentimientos.
El protagonismo sin límites de los partidos, su voracidad y su ausencia de prudencia están elevando la contaminación política hasta niveles de record. La sociedad se ha radicalizado y el bipartidismo engorda, mientras que los partidos y alternativas minoritarias languidecen al margen de la pasión. Pero los efectos más nocivos de esa contaminación se manifiestan, sobre todo, en la división del país hasta extremos de peligro.
Hoy hasta los medios de comunicación, cuya independencia y objetividad son vitales para la democracia, están alineados en uno u otro bando. Una parte de España se declara fanática de la izquierda; otra parte se proclama de derechas y una tercera, cada día más nutrida, está integrada por los indiferentes y asqueados de la política.
Ante esa incontinencia política temeraria de los partidos, que nos está llevando a resucitar el viejo drama español de la pugna violenta entre derechas e izquierdas, los ciudadanos honrados y serios exclaman: "Unos son del PP, otros del PSOE, pero ¿quién es de España?".
En esa España que cada día se parece menos a una sociedad dispuesta a convivir y más a un tatami de karatekas furiosos, se está llegando a extremos de contaminación política dignos de figurar en el libro Guinnes de los records. Los partidos, empeñados en la lucha directa por el poder y el dominio de la sociedad y de las conciencias, no son conscientes de que están jugando con fuego y de que están abonando el terreno para que los ciudadanos se cansen y se rebelen un día contra los políticos, por muy seguros que estos se encuentren, protegidos por privilegios, inviolabilidades, inmunidades, policías y miles de compañeros de partidos siempre dispuestos a practicar, ante la dificultad, el "prietas las filas".
España cada día se configura más como una sociedad de políticos impunes, de ciudadanos ausentes y de instituciones democráticas abducidas por la fuerza desproporcionada y desbordada de unos partidos políticos que lo han invadido todo y que están convirtiendo a la sociedad civil en rehén.
¿Dónde están las asociaciones y fundaciones libres que son capaces de vivir sin subvenciones? ¿Dónde están los medios de comunicación independientes o adscritos al servicio de la ciudadanía y de la verdad? Están desaparecidos o no existen. Quizás sea más fácil encontrar una aguja en un pajar que un medio de comunicación independiente en esta sociedad asfixiada por la política.
Hasta las víctimas del terrorismo, teóricamente unidas por el dolor, que es, posiblemente el más democrático de los sentimientos, se dividen en dos bandos irreconciliables, cada uno de ellos fiel a un partido político.
Pero, ¿a quién le interesa en España conocer estas verdades, que hoy son las más políticamente incorrectas entre las verdades?
Fin
El protagonismo sin límites de los partidos, su voracidad y su ausencia de prudencia están elevando la contaminación política hasta niveles de record. La sociedad se ha radicalizado y el bipartidismo engorda, mientras que los partidos y alternativas minoritarias languidecen al margen de la pasión. Pero los efectos más nocivos de esa contaminación se manifiestan, sobre todo, en la división del país hasta extremos de peligro.
Hoy hasta los medios de comunicación, cuya independencia y objetividad son vitales para la democracia, están alineados en uno u otro bando. Una parte de España se declara fanática de la izquierda; otra parte se proclama de derechas y una tercera, cada día más nutrida, está integrada por los indiferentes y asqueados de la política.
Ante esa incontinencia política temeraria de los partidos, que nos está llevando a resucitar el viejo drama español de la pugna violenta entre derechas e izquierdas, los ciudadanos honrados y serios exclaman: "Unos son del PP, otros del PSOE, pero ¿quién es de España?".
En esa España que cada día se parece menos a una sociedad dispuesta a convivir y más a un tatami de karatekas furiosos, se está llegando a extremos de contaminación política dignos de figurar en el libro Guinnes de los records. Los partidos, empeñados en la lucha directa por el poder y el dominio de la sociedad y de las conciencias, no son conscientes de que están jugando con fuego y de que están abonando el terreno para que los ciudadanos se cansen y se rebelen un día contra los políticos, por muy seguros que estos se encuentren, protegidos por privilegios, inviolabilidades, inmunidades, policías y miles de compañeros de partidos siempre dispuestos a practicar, ante la dificultad, el "prietas las filas".
España cada día se configura más como una sociedad de políticos impunes, de ciudadanos ausentes y de instituciones democráticas abducidas por la fuerza desproporcionada y desbordada de unos partidos políticos que lo han invadido todo y que están convirtiendo a la sociedad civil en rehén.
¿Dónde están las asociaciones y fundaciones libres que son capaces de vivir sin subvenciones? ¿Dónde están los medios de comunicación independientes o adscritos al servicio de la ciudadanía y de la verdad? Están desaparecidos o no existen. Quizás sea más fácil encontrar una aguja en un pajar que un medio de comunicación independiente en esta sociedad asfixiada por la política.
Hasta las víctimas del terrorismo, teóricamente unidas por el dolor, que es, posiblemente el más democrático de los sentimientos, se dividen en dos bandos irreconciliables, cada uno de ellos fiel a un partido político.
Pero, ¿a quién le interesa en España conocer estas verdades, que hoy son las más políticamente incorrectas entre las verdades?
Fin